PorEleonora Gosman
SAN PABLO. CORRESPONSAL
Lejos de asestar un golpe peligroso, como se pensaba, la crisis que atravesó la presidenta Dilma Rousseff con la renuncia obligada del ahora ex jefe de gabinete Antonio Palocci y su reemplazo por la senadora gaúcha, Gleisi Hoffmann, representó su oportunidad para ejercer la principal función presidencial: la política. Es la única que no se puede delegar.
Por eso, aunque Dilma haya sentido el alejamiento de su ad later , a quien despidió ayer emocionada, el cambio le sentará bien a la figura presidencial. Así lo intuyen inclusive los opositores que, para posicionarse frente al 2014, decidieron comenzar tempranamente el desgaste de los eventuales presidenciables del oficialismo; un proceso que Dilma definió como pretender “disputar una tercera vuelta”; es decir, lo que la oposición perdió en octubre del año pasado, cuando la presidenta se alzó con una cómoda victoria frente a José Serra, trataría de recuperarlo en el terreno de una acción política que debilite a la jefa de Estado.
Pero Dilma demostró una fibra particular. Reaccionó a esta situación adversa como si una víbora venenosa estuviera a punto de picarla. Después de momentos de vacilación inicial, expresada en un pedido de ayuda al ex mandatario Lula da Silva, decidió conducir la situación por su cuenta y riesgo.
Así, en un breve lapso, manejó la relación con su propia organización, el PT; se reunió con los aliados principales y recompuso públicamente la armonía con su vice Michel Temer, un factor clave en la resolución de la crisis.
En ese contexto, Rousseff se animó a expresar sin tapujos su pesar por la salida de Palocci. “Estoy triste” sintetizó la presidenta, para agregar enseguida que había muchos motivos para lamentar la despedida de su colaborador. “Son razones políticas, por el papel que desempeñó en mi campaña; de orden administrativo, por el rol que tuvo en mi gobierno. Y de orden personal, por la amistad que supimos construir”. Ni Lula fue capaz de expresar ese desafío cuando en 2005 le tocó vivir una crisis parecida, en la que también estaba metido Palocci, su ex ministro de Hacienda, sólo que aquella vez no se lo culpaba de enriquecimiento por tráfico de influencia como sí ocurre ahora.
Poco después de saludar a su ex colaborador, Dilma tomó juramento a la senadora Gleisi Hoffmann, de 45 años, la nueva jefa de gabinete. Con esta designación, Rousseff reveló su cambio: se sacude definitivamente de cualquier tarea técnica, como controlar por ejemplo en forma personal y directa la ejecución de programas puestos en marcha.
La propia flamante ministra se encargó de describir el nuevo rumbo al afirmar que ella llega al Palacio del Planalto con la misión de dedicarse a la gestión. Las negociaciones con el Congreso serán de ahora en más un resorte de la propia presidenta brasileña. En un discurso que pronunció en el Senado, donde actuaba hasta la víspera, la parlamentaria pidió ayuda a sus colegas. A Aécio Neves, senador y ex gobernador del estado Minas Gerais, le dijo: “Voy a precisar de la ayuda del Parlamento”. Otras personalidades legislativas, como la senadora también gaúcha Ana Amelia Lemos y el opositor Cyro Miranda (del Partido Socialdemócrata) se acercaron a felicitar a la nueva jefa de la Casa Civil. Ante ellos, la flamante ministra se comprometió a mantener el diálogo fluido. Una de las críticas que pesaron contra su antecesor Palocci es que prácticamente ignoró al poder legislativo, un pecado que los políticos no perdonan.
Ya en el Palacio del Planalto, la nueva ministra subrayó que al escogerla entre tantas otras personalidades, inclusive su marido Paulo Bernardo – actual ministro de Comunicaciones--, Dilma “manifestó su aprecio por el Congreso Nacional, por el poder legislativo. Tengo conciencia de eso”. En cuanto a Palocci, el ex ministro tuvo también oportunidad de discursear al despedirse. Sostuvo que abandonaba el gobierno – por segunda vez en 6 años – para “preservar el diálogo” político con los aliados y hasta con los opositores.
Esto no significa que Dilma conjuró también crisis futuras. Pero lo que mostraron estos días de zozobra fue la capacidad para remontar y hasta salir airoso de momentos difíciles. Un politólogo de la Universidad de San Pablo sentenció ante esta corresponsal, previo pedido de preservación del nombre: “Dilma, de alguna manera, logró zafar de una situación que parecía condenarla al ostracismo dentro de su propio gobierno”.