(AFP) - El régimen norcoreano afirmó este miércoles que cinco millones de
personas rindieron homenaje a su difunto dirigente Kim Jong-il, mientras el mundo se
pregunta por las intenciones de su hijo y sucesor Kim Jong-un.
La televisión del régimen comunista difundía este miércoles el largo desfile
de oficiales vestidos de civil y militar, que acudieron a inclinarse ante su
fallecido líder en el mausoleo Kumsusan de Pyongyang, y a apretar la mano a Kim
Jong-un, joven heredero propulsado al frente del país.
Vestido con un traje oscuro de cuello Mao, el nuevo número uno, de
menos de 30 años, fue grabado con los ojos llorosos ante el cadáver de su padre,
yaciente en una cámara de vidrio rodeado de “Kimjongilia”, flores
bautizadas así en honor al exlíder norcoreano.
Las imágenes mostraban también a la muchedumbre llorando y a oficiales
sollozando, bajo la nieve que caía este miércoles y con un fondo de música
fúnebre, que alternaba con interpretaciones de “La Internacional”.
“Entre el 19 de diciembre a mediodía, cuando se anunció la triste noticia de
la muerte de Kim Jong-il, y el día siguiente al mediodía, más de cinco
millones de ciudadanos de Pyongyang acudieron ante las estatuas y
retratos” del difunto líder, anunció la agencia de prensa oficial,
KCNA.
La estimación representa más del 20% de la población total de Corea del Norte
(24 millones de habitantes).
Algunos centenares de coreanos expatriados homenajearon a Kim Jong-il
en China y Japón.
Los medios norcoreanos seguían celebrando al “grande y respetado camarada”
Kim Jong-un, tercer representante de la dinastía comunista fundada por su abuelo
Kim Il-sung y designado sucesor de su padre al anunciarse la muerte de éste el
lunes.
“Jong-un ya tiene un control sólido sobre el ejército y los servicios
de inteligencia”, asegura Paik Hak-soon, del club de reflexión
surcoreano Sejong Institute.
Según la prensa surcoreana, el nuevo dirigente de Corea del Norte dio su
primera instrucción al ejército antes del anuncio oficial de la muerte de su
padre, ordenando a todas las unidades detener sus maniobras en curso y volver a
los cuarteles.
Las potencias regionales siguen inquietas por la estabilidad del régimen,
bien porque temen eventuales provocaciones militares, como es el caso de Corea
del Sur, Japón y Estados Unidos, bien porque, como China, temen una llegada
masiva de refugiados si el sistema se hunde.
Seúl, Washington y Pekín quieren evitar a toda costa un cambio brusco
en un Estado dotado de armas nucleares y químicas, un millar de misiles
y un ejército de 1,2 millones de hombres.
China, aliada de Pyongyang, ha multiplicado las consultas con estas potencias
para convencerlas de que “mantener la paz y la estabilidad en la
Península Coreana sirve el interés común”, según el ministro chino de
Relaciones Exteriores, Yang Jiechi.
Aunque la opresión política y la impermeabilidad a la información han
impedido por el momento revueltas populares, la base del régimen se ve
fragilizada por una economía precaria e incapaz de garantizar la alimentación de
toda su población.
Esperanzados en una transición que propicie una insurrección, unos militantes
basados en Corea del Sur enviaron 200.000 octavillas en globo al otro lado de la
frontera para animar a sus vecinos del Norte a seguir el ejemplo de los pueblos
árabes y derrocar al poder actual