Trescientas jaulas, que no celdas, cubiertas de yerbas altas, polvo y algún rastro animal forman parte hoy del recuerdo del que fuera el primer escenario de la prisión de Guantánamo, el Campo X-Ray, un lugar aún siniestro que no puede sacudirse la palabra "tortura".
La temperatura no baja de 30 grados, y la sensación es muy húmeda. De lejos ya se vislumbra el aspecto totalmente abandonado del complejo y al entrar esta vez nadie revisa las credenciales de prensa, apenas un par de candados lo custodian.
"Tuvimos que pedir permiso para cortar las malas hierbas para que ustedes pudieran visitarlo", explica el soldado que escolta a Efe por las instalaciones. "Era impracticable. En algunos sitios llegaban hasta aquí", dice señalándose el hombro.
Lo que queda del Campo X-Ray no se puede tocar, el territorio sobre el que se construyó es imposible de reutilizar porque aún hay investigaciones abiertas sobre lo que ocurrió ahí dentro, uno de los episodios más oscuros del pasado reciente estadounidense.
El complejo fue ideado a mediados de los 90 para retener allí a los migrantes y refugiados que hubieran cometido algún tipo de delito grave en su intento por llegar a territorio estadounidense, provenientes del Caribe, en su mayoría de Cuba o Haití.
Sin embargo, tras los atentados de las Torres Gemelas en 2001 y la "Guerra contra el terror" iniciada por el presidente George W. Bush, esas dependencias jamás volverían a pasar inadvertidas y se ganarían, por suerte o por desgracia, un espacio en los libros de historia.
"Los asesinos más peligrosos, despiadados y mejor entrenados sobre la faz de la tierra" iban a ser los inquilinos de esa cárcel casi improvisada según la propia definición del Pentágono, pero solo temporalmente, hasta que se construyese el resto de los campos.
Desde enero de 2002 hasta abril de ese mismo año, 311 presuntos terroristas vinculados a los atentados o a la red de Al Qaeda permanecieron allí, al sol. Bajo la uralita. En jaulas de apenas 6 metros cuadrados que compartían verja entre sí.
Los presos carecían de intimidad y de un lugar donde poder hacer sus necesidades fisiológicas; las llamadas celdas se sucedían una tras otra, sin mayor infraestructura, sobre un suelo hormigonado.
"Se les pasaba una bacinilla y lo hacían ahí, delante de todos", explica el soldado.
Lo mismo ocurría con las duchas. Unas diminutas cabinas de reja con un grifo en lo alto que llegado un momento, como logro tras las quejas de los prisioneros, contaron con un panel opaco que alcanzaba a cubrirles los genitales mientras se aseaban.
Además de un puesto de la Cruz Roja, cuyo símbolo hoy perdura desgastado por el tiempo, a unos metros de las mal llamadas celdas aún se mantienen también en pie las tres dependencias construidas para los interrogatorios EFE