Es muy sencillo. No puede haber verdadera unión monetaria sin unión bancaria: el euro y la economía continental difícilmente pueden funcionar sin un mecanismo que rompa esa perversa interacción entre la fragilidad de los bancos y la de los Estados. Ese bucle tóxico ha sido devastador a lo largo y ancho de la crisis que estalló hace ya más de media década y sigue ahí, latente, a la espera de la próxima sacudida.
La Unión estrena esta semana un cambio sobresaliente en su arquitectura institucional, dentro de ese estado de transición permanente que es la construcción europea: el BCE asume los poderes de supervisión financiera tras los recientes exámenes al sector. Y aun así cuando se trata del euro siempre hay un pero: difícilmente puede haber una auténtica unión bancaria sin una unión fiscal y política. Porque cuando el BCE decida que hay que cerrar bancos es muy posible que haya que sacar la chequera del contribuyente: la banca es dependiente del Estado, como se demuestra cada vez que asoma las orejas una crisis, y hay países que ya no tienen músculo suficiente para pagar esa factura. Sí, es muy sencillo: no hay verdadera unión monetaria sin unión bancaria; y no hay verdadera unión bancaria sin unión fiscal.
La unión bancaria es una de los escasos efectos positivos de la crisis. Porque a pesar de las tácticas de distracción, el problema de Europa era y es la banca, empachada de deudas, incapaz de prestar, abrazada al Estado y a la barra libre del BCE, con sectores financieros cada vez menos europeos, más nacionales. Por eso ese es el cambio más ambicioso desde la adopción del euro: la transferencia a las autoridades europeas de la supervisión de los bancos, y el poder de cerrarlos usando dinero común, en un continente en el que antes no se dejaba quebrar ni a las lavanderías. Música celestial para el desarrollo de la construcción europea, y para mejorar el funcionamiento de un sistema financiero disfuncional, capaz de desestabilizarlo todo por su querencia por arriesgar demasiado. Al menos en teoría. Porque la realidad es más prosaica; más espinosa. Una unión bancaria requiere tres pilares: un supervisor común; una autoridad de resolución —de cierre— de bancos con un cortafuegos potente, que permita bajar la persiana de una entidad sin provocar grandes líos; y un esquema de garantía de depósitos común, que certifique que un banco español es tan fiable como uno alemán. Sin eso, la resistencia de la unión bancaria está en entredicho. Y Europa ha andado apenas la mitad del camino.
La semilla del proyecto echó a andar en 2012, con la crisis de Bankiaasustando a los líderes continentales, y después de que la banca irlandesa se llevara por delante al Estado, al Gobierno y prácticamente a toda la isla verde. Los objetivos del Consejo Europeo de entonces sentaban las bases de una idea luminosa: "Es imperativo romper el círculo vicioso entre los bancos y la deuda soberana", y será posible usar el mecanismo de rescate europeo (el Mede) para "recapitalizar directamente" los bancos en caso de problemas, incluso para los activos tóxicos heredados, pensando en los males de España, Irlanda y quizá de Italia.El supervisor asume el martes plenos poderes para los 130 grandes bancos continentales, y la posibilidad de poner la lupa en cualquiera de las 6.000 entidades de la eurozona a la más mínima sospecha. "Es un paso positivo, porque los supervisores nacionales han sido demasiado suaves en los últimos años, demasiado complacientes con sus campeones nacionales", apunta Nicolás Veron, del laboratorio de ideas Bruegel. Pero faltan cosas. "En la parte de resolución, ni el proceso de toma de decisiones está claro ni el cortafuegos, 55.000 millones que no estarán al completo hasta dentro de 10 años, tiene suficiente munición: Royal Bank of Scotland necesitó por sí solo una cantidad parecida. Y el esquema de garantía de depósitos ni siquiera se ha empezado a debatir", añade Veron.
En los meses posteriores, Berlín se encargó de peinar convenientemente todo lo que no le gustaba. Y al final "ni se rompe ese vínculo bancos-soberanos ni hay posibilidad de recapitalización directa salvo en casos excepcionales. Alemania impidió mayor ambición con esa actitud casi religiosa de evitar cualquier cosa que suene a mutualización", critica Paul de Grauwe, de la London School of Economics.
"El proyecto, tal y como está, es perfectamente válido para combatir crisis normales. Pero en medio de un estancamiento que va para largo y tiene peligrosas tendencias deflacionistas, ya no es descartable un accidente serio en Europa, que provocaría graves heridas en los bancos. En ese caso habría que volver a improvisar, porque esta unión bancaria se queda coja", apunta Barry Eichengreen, de Berkeley. "Para que el mercado monetario, bancario y de capitales europeo funcione correctamente se requieren pasos adelante en la unión política y fiscal. Y para ello, unas dosis de confianza entre los socios que a día de hoy no existe. Si quiere mi opinión, a Europa le queda un durísimo trayecto por delante", añade.
Se trata, en fin, de una unión bancaria a medias, light, según las fuentes consultadas en Bruselas y en Fráncfort. La unión fiscal que requiere una unión bancaria de veras aún queda lejos, sigue siendo la inalcanzable utopía europea de toda la vida. Las utopías, desde Tomás Moro, han desempeñado siempre el papel de liebres mecánicas, perseguidas ferozmente pero jamás alcanzadas por los galgos. A cada crisis, Europa se va acercando a la liebre: al cabo, la UE ha demostrado una resistencia extraordinaria, y en cada aprieto consigue que se violen tabúes, se crucen líneas rojas y se reescriban normas, en esa Europa de las reglas eternamente cambiantes; ningún tratado —muy a pesar de los alemanes— puede anticipar la creatividad de la historia. Por eso la unión bancaria es un paso capital para reforzar la construcción europea, según los mandarines del euro y a juicio de la mayoría de los analistas. Pero también por eso, porque la liebre siempre se escapa, es una vez más insuficiente: una unión bancaria que se queda en tierra de nadie, que no es de paja pero tampoco de ladrillo; una unión bancaria de madera, aún a merced de aquel lobo de la fábula, que soplaba y soplaba.
En esta interminable crisis europea, el lobo es el sistema financiero. Y los soplidos se convierten a menudo en viento huracanado por la inestabilidad congénita asociada a la banca —según el olvidado Hyman Minsky—, que a pesar de la supuesta magia del mercado provoca líos a cada poco: las crisis bancarias se suceden con una regularidad pasmosa que no ha dejado de acelerarse en los últimos 30 años de desregulación y abuso de la hipótesis de los mercados eficientes y las expectativas racionales "y demás ideas que han ido demasiado lejos", según el analista Martin Wolf. Por eso expertos como Martin F. Hellwig, del Instituto Max Planck, o Ángel Ubide, del Peterson Institute, reclaman una vuelta de tuerca a la regulación asociada a las novedades de la unión bancaria. Anat Admati, de Stanford, asegura que Europa no deja de dar pasos en la dirección adecuada "y aun así su situación es particularmente frágil, por la simbiosis entre Gobiernos, reguladores y bancos. La unión bancaria supone dar varios pasos adelante. Pero cuando se mira con atención a los detalles da la impresión de que el problema sigue intacto. Todo lo que ha hecho Europa desde el estallido de la crisis es reforzar sus reglas fiscales, dar ayudas a los países con problemas y poner en marcha el supervisor". "Si los enormes riesgos que están ahí derivan en una nueva crisis y vemos fenómenos como reestructuraciones de deuda pública, los bancos se verán de nuevo en medio de graves tensiones", añade Xavier Vives, del IESE.
Ese es el miedo que atenaza a la UE. En público, los altos funcionarios europeos hacen esfuerzos por instaurar una narrativa optimista: España e Irlanda mejoran, la recuperación se ha desacelerado pero sigue ahí, los exámenes del BCE han devuelto confianza a los bancos, hay signos positivos aquí y allá. En privado, "los riesgos económicos, financieros, políticos y sociales ponen los pelos de punta", resume una fuente de la Comisión. El escenario central del mundillo económico es un estancamiento secular con tensiones desinflacionistas: sin crecimiento ni inflación ni reestructuraciones ni posibilidad de devaluar será difícil pagar las deudas, "y tras siete años de vacas flacas, es normal que cada vez más gente tenga dudas", apunta un crítico Philip Legrain, exasesor de José Manuel Barroso en la Comisión.
"Incluso en lo financiero, la fragmentación persiste. Los tipos de interés de la deuda pública en la periferia han bajado, pero el crédito lleva 29 meses cayendo y las empresas y los bancos del Sur pagan intereses más altos. El BCE pudo usar sus exámenes para agilizar todo el proceso de saneamiento, pero los resultados generan dudas.Suspenden 25 bancos, y se necesitan solo 10.000 millones de euros de capital, cuando hay estudios serios que hablan de necesidades de casi medio billón de euros", dice Legrain.
A pesar de los pesares, el BCE es la gran estrella de esta crisis. Mario Draghi va forjando su leyenda: sacó a la eurozona de la peor de sus pesadillas en 2012 con aquel whatever it takes ("haré todo lo necesario"), se inventó una fórmula para asustar a los mercados sin usar un solo euro, ha evitado un accidente en la banca con las sucesivas barras libres de liquidez y, en fin, "es el tipo que ha dicho de forma más lúcida lo que necesita Europa: inversión, flexibilidad fiscal donde sea posible, reformas y más política monetaria", apunta Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión. Ahora, el Eurobanco tiene más músculo: junto a sus poderes en el control de la política monetaria, se convierte en un 'zar de la banca'.
El BCE se hace mayor: "No solo asume más responsabilidad, sino que ha podido ver de cerca cómo están las entidades y eso le obliga a madurar de golpe: ya no solo debe mirar hacia la inflación, sino también a la estabilidad financiera. Y no puede haber estabilidad si el crecimiento no vuelve. Eso implica más medidas extraordinarias en Fráncfort; siempre que Draghi logre convencer a Berlín", avisa De Grauwe.
Pronosticar lo que puede suceder con el euro supone una especie de expedición al horizonte. Pero es evidente que la economía no respira nada bien, a pesar del optimismo irresponsable de ciertos sectores. La debilidad de la banca afecta no solo a las economías que más han sufrido la crisis, sino también a los países que hasta ahora gozan de mayor estabilidad: los problemas en Italia son evidentes, y la marea sube hacia Francia, incluso a orillas de Alemania en algunos ámbitos.Francesco Papadia, ex alto funcionario del BCE, asegura que tanto los últimos exámenes como la puesta en marcha del supervisor son "progresos importantes", pero también sostiene que queda mucho por hacer: "Lo más urgente es detener la renacionalización del sistema bancario; la suavidad con la que actuaban los supervisores nacionales con algunos de los excesos en la banca no podía tolerarse por más tiempo. El BCE puede presionar ahora para reducir la concentración de deuda nacional en la cartera de las entidades financieras, por ejemplo", cierra.
Las políticas del BCE han logrado estabilizar el sistema, pero sin resolver el mar de fondo. La unión bancaria llega con varias promesas bajo el brazo. A partir de aquí, llega lo más difícil: para limar las deficiencias del proyecto se requiere solidaridad —otra de las maneras de decir dinero—, y en ese punto todo es siempre más peliagudo. En caso de jaleo manejable, el sistema está claro: antes de poner un solo euro para salvarlos, las entidades deberán vender activos, castigar a los accionistas y a los poseedores de deuda de baja calidad.
Deberán, en suma, imponer pérdidas a los acreedores para rebajar la factura de las ayudas. Y en caso de crisis sistémica ahí siguen los contribuyentes. "Puede sonar poco elegante en la semana de la puesta de largo del BCE, pero entrado ya el octavo año de la crisis, todavía hay que encontrar la forma de manejar los inmensos volúmenes de deuda en Europa", cierra Charles Wyplosz, del Graduate Institute. EL PAIS