( Nota de prensa).- En el Tonhalle de Zúrich había un anuncio a voces que decía: se habla latinoamericano. Y sí: aunque es una forma coloquial de decirlo, lo que sucedió en este importante centro cultural durante tres días -desde el 30 de octubre hasta el 1 de noviembre-, es que se habló según la cadencia musical de 200 jóvenes de la Sinfónica Juvenil de Caracas.
Este hecho fue sin duda un orgullo nacional, y es que no se trataba sólo de escuchar palabras en castellano, sino de la hazaña de una orquesta que se atrevió a abrir un concierto en una sala muy europea, ante un público muy suizo, con dos obras de compositores latinoamericanos.
Fue como si durante 45 minutos el Atlántico desapareciera, y América Latina y Europa sólo estuvieran separadas por un puente ancho en el que tocaba una orquesta enorme. Casi 1000 espectadores se trasladaron musicalmente a la fiesta de Cruz de mayo que se celebra en Guatire, y en la que se inspiró el maestro Evencio Castellanos para escribir Santa Cruz de Pacairigua.
También quedaron hipnotizados con el “Canto para matar una culebra”, subtítulo de la obra Sensemayá, que el mexicano Silvestre Revueltas compuso, luego de escuchar el poema del cubano Nicolás Guillén.
“Los músicos tocaron los corazones de la audiencia. La conexión de Dietrich Paredes con su orquesta es fantástica (…) hizo música desde su alma con una excelente técnica y un profesionalismo arrollador. La interpretación de la Séptima de Shostakovich fue maravillosa y la primera parte del concierto fue un descubrimiento para el público que aplaudió muchísimo. Esto no es común en Suiza, donde hay una audiencia entusiasta, pero comedida”, señaló Ilona Schmiel, directora del teatro y ex presidenta del Festival Beethoven de Alemania.La SJC fue aplaudida durante casi 10 minutos luego de tocar la Séptima Sinfonía “Leningrado”, de Shostakovich. En una sala inaugurada en 1895, coronada con retratos y nombres de grandes músicos, y frente a un escenario al que tuvieron que agregarle 2,5 metros de tarima -debido al inusual número de músicos- el público se puso de pie. No era para menos: a los ojos de los europeos no es una escena natural que jóvenes, con una edad promedio entre 14 y 25 años, interpreten una compleja sinfonía que dura 1 hora y 15 minutos, y lo hagan con la impronta de una orquesta profesional.
Al salir del concierto, los espectadores se preguntaban cómo se logra esto. En un conversatorio posterior, el maestro José Antonio Abreu, Dietrich Paredes y Melissa Peraza atendieron la curiosidad del público que quería saber más, tanto que al día siguiente decenas de personas asistieron a otro encuentro, en el que el tema central fue cómo se puede adaptar este modelo pedagógico y social a otros países.
Los profesores de Superar Suiza, proyecto musical inspirado en El Sistema de Venezuela, entre otras iniciativas, salieron muy motivados al recordar que hace 40 años eran sólo 11 niños los que tocaban en un garaje y hoy son 500 mil tocando y cantando en todos los estados de Venezuela.
Más tarde, sería el momento de demostrar en el escenario lo dicho en la conversación: 25 niños de El Sistema Suiza, en su mayoría hijos de inmigrantes, demostraron el trabajo orquestal realizado durante un año. Luego se sumaron los músicos venezolanos, quienes habían trabajado con ellos durante todo el día en talleres y ensayos generales. Fue una jornada de intercambio y motivación para estos chicos que inician una travesía que los jóvenes de la Juvenil de Caracas emprendieron cuando también eran unos niños.