Estaba en Nueva York, como integrante de una comisión sobre justicia, seguridad y gobernabilidad globales, cuando se le dieron los últimos retoques al acuerdo marco entre los P5+1 (el grupo formado por cinco membros permanentes más Alemania, pero en realidad capitaneado por Estados Unidos) e Irán. Curiosamente, aquella mañana, nadie en la reunión, en la que participaban varios exministros (inclusive una exsecretaria de Estado norteamericana) y otras personalidades vinculadas a la política internacional, provenientes de las más diversas partes del mundo, mencionó el tema. Solamente durante el almuerzo con el director de la revistaForeign Policy, David Rothkopf, tomé conocimiento de que se haría un anuncio sobre aquella espinosa cuestión en cuestión de minutos u horas.
Semanas antes, Rothkopf había escrito un artículo en el que afirmaba que el acuerdo con Irán sería el mayor legado de Obama. En aquella ocasión, no resistí y le envié un e-mail al intelectual/periodista, de quien me había hecho amigo desde que, en una muestra de generosidad (pues yo no lo conocía entonces), él me definió como el “mejor canciller del mundo”. En el mensaje le dije que de la forma como las cosas estaban caminando, con el restablecimiento de las relaciones con Cuba y el compromiso con Irán, la política exterior de Estados Unidos estaba pareciéndose cada vez más a la brasileña (eso fue antes de la desastrosa y, para mí, incomprensible clasificación de Venezuela como “amenaza a la seguridad de Estados Unidos”). Ya de noche, en un zaguán del aeropuerto, mientras esperaba la llamada para el vuelo que me traería de vuelta a Brasil, leí en una televisión los textos que acompañaban una imagen del presidente Obama: “El acuerdo con Irán se basa en la confianza". La palabra “trust”, con el peso que tiene en inglés, me llamó la atención.
A cambio, Irán recibiría material combustible ya procesado para su reactor de investigaciones, en el que se producen isótopos de uso medicinal. Los términos del acuerdo habían sido reiterados en cartas del presidente de los Estados Unidos, de igual tenor, al presidente Lula, de Brasil, y al primer ministro Erdogan, de Turquía, pocas semanas antes. La aceptación por parte de Irán de los elementos del “acuerdo de intercambio” era un gesto inicial de creación de confianza, tras el cual, naturalmente, deberían realizarse negociaciones que comprenderían cuestiones más complejas.Como es bien sabido, Brasil junto a Turquía, se empeñó en obtener del gobierno iraní una declaración (finalmente acordada el 17 de mayo de 2010 bajo el título de Declaración de Teherán) de aceptación de los términos de un “acuerdo de intercambio” por el cual Irán se comprometía a enviar a otro país (Turquía), con celeridad y sin otras condiciones, 1.200 kilos de uranio levemente enriquecido (LEU, por las siglas en inglés), lo que correspondía aproximadamente a la mitad del stock acumulado desde el comienzo del enriquecimento.
Cuando me piden que compare el acuerdo alcanzado ahora con el contenido en la declaración de 2010 (lo que ocurre con bastante frecuencia), confieso que me resulta un poco difícil, dada la naturaleza diversa de las iniciativas (creación de confianza en un caso y una negociación compleja, llena de regateo, en el otro). Pero una cosa es segura: si se hubiese aceptado la declaración y la vía de la negociación hubiese prevalecido en aquella época, EE.UU. y sus asociados habrían partido de una posición mucho más cómoda, pues Irán tendría una cantidad muy inferior de LEU a la que tiene hoy. Eso por no mencionar las privaciones impuestas al pueblo iraní por las sanciones que por defecto volvieron al país más dependiente de unos pocos aliados.
El acuerdo actual contempla muchas cláusulas de compleja ejecución. Entre ellas, el modo como se producirá la reducción del stock de LEU. El ingrediente principal, presente ahora y ausente, por parte de los P5+1 en 2010, es precisamente la palabra “confianza” que se leía en la televisión y que yo leí no sin alguna perplejidad. Incontables veces había oído de mis interlocutores norteamericanos y de otros que no era posible confiar en Irán; que sus negociadores nos estaban engañando; que el país se aprovechaba de la buena fe de naciones como Turquía y Brasil para huir de sus obligaciones, etc.
No sé exactamente qué habrá cambiado: la sustitución de miembros del equipo de Obama, la proximidad del final del segundo mandato o el riesgo de que la presión del gobierno israelí y de sus defensores en Estados Unidos para un ataque armado contra Irán se volviese insoportable. O, quién sabe, una mayor disposición al diálogo por parte del presidente norteamericano. De cualquier modo, debe saludarse el acuerdo como un paso histórico en dirección a un Oriente Medio más seguro y a un mundo más pacífico. ¡Ojalá continue así!
Celso Amorim fue canciller en el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, de 2003 a 2010 y ministro de Defensa de Dilma Rousseff de 2011 a 2014.