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lunes, 6 de abril de 2015

INTERNACIONALES

Entendiendo a Alemania

No todos los alemanes creen en Dios…, pero todos creen en el Bundesbank
Jaques Delors
Al iniciarse la Gran Recesión, Estados Unidos no dudó en incurrir en fuertes déficits fiscales. Gastó de inmediato un 7% de su PIB en el saneamiento de su sistema bancario, y llevó los tipos de interés prácticamente a cero. La Reserva Federal pidió al Gobierno que para consolidar la recuperación redujera el déficit lentamente y se comprometió a apoyar la política fiscal expansiva a través de la compra de deuda pública. Hace ya seis años que Estados Unidos ha recuperado la senda del crecimiento, su producción y empleo superan los niveles anteriores a la crisis, y el déficit representa ya menos del 3% del PIB.
El camino europeo. El camino seguido por Europa ha sido el marcado por Alemania, un país donde prácticamente no existen economistas keynesianos, y cuyo sustento intelectual desde la posguerra es el ordoliberalismo. Esta doctrina, desarrollada por un grupo de académicos opuestos al nazismo, constituye el fundamento de su economía social de mercado. Son los padres intelectuales de la reforma monetaria alemana de 1948 y de la ley de creación del Bundesbank en 1957. El ordoliberalismo defiende el papel activo del Estado en la economía promoviendo la competencia y la estabilidad monetaria y comparten con Hayek, y con los economistas de la escuela austriaca, su oposición a las políticas activas de estabilización de la demanda y el carecer de un esquema articulado para combatir recesiones y depresiones. Las políticas fiscal y monetaria no impulsan el crecimiento, sino que este depende de la asignación eficaz de los recursos económicos, por tanto de la oferta y no de la expansión exógena de la demanda.¿Por qué no ha practicado Europa este tipo de política económica? ¿Qué ocurrió tras la conferencia de Londres en 2009 donde ingleses y americanos trataron de convencer al resto de países sobre la necesidad de practicar políticas expansivas?
Con estas premisas, antes de que la economía alcanzara una velocidad de escape, se impusieron en Europa políticas de contracción fiscal y monetaria que hicieron que las economías del euro recayeran en la recesión. La obsesión por el riesgo inflacionista y la necesidad de practicar políticas de austeridad convirtieron la deflación no ya en un peligro, sino incluso en la fórmula recomendada para que los países periféricos recuperaran su competitividad.
El enfoque alemán y las reformas estructurales. Ahora bien, ¿cómo justifica Alemania su posición a favor de una austeridad generalizada, de superávits fiscales en épocas de recesión y de oposición a las políticas monetarias no convencionales?
Para Alemania el origen de la actual crisis estaría no solo en un exceso de endeudamiento para financiar gasto en consumo sino, sobre todo, para acometer inversiones ineficientes y, por tanto, incapaces de pagar esa deuda. El caso español es suficientemente ilustrativo de cómo una notable falta de disciplina en los procesos de inversión —solo en el campo energético y en el de las infraestructuras hay una buena cosecha de disparates— ha conducido a que tengamos un exceso de capital improductivo y, simultáneamente, una escasez del tipo de capital necesario para emplear la oferta existente de mano de obra.
Para Alemania, por tanto, la recuperación económica solo puede venir por reformas estructurales que aumenten el crecimiento potencial de la economía, y no por aumentar la cantidad de dinero, el gasto público o por mantener bajos tipos de interés. Por el contrario, los tipos de interés excesivamente bajos durante largo periodo de tiempo solo sirven para que empresas, bancos y particulares se desendeuden más lentamente, para que sobrevivan empresas ineficientes, para incentivar inversiones poco rentables y, en definitiva, para retrasar ajustes y reformas. La política monetaria debe limitarse prácticamente al control de la inflación.
Pero Alemania tampoco confía en el gasto público como motor de la recuperación pues, entre otras cosas, duda de la capacidad de los Gobiernos para gastar eficazmente. El caso español es también ilustrativo. Cuando podíamos gastar porque nuestra deuda pública en relación al PIB era incluso inferior a la alemana, el llamado Plan E se dedicó a superfluas obras públicas, precisamente en el sector donde más claros excesos había, en vez de proporcionar recursos al Banco de España para capitalizar el sector bancario. ¿Error de juicio, diferente capacidad de lobby de los sectores afectados, o las dos cosas a la vez?
La vía alemana de salida de la crisis es compleja y no es intuitiva ni es fácil de explicar. En efecto, no es fácilmente comprensible que ante una escasez de demanda privada, la solución pase por un menor gasto, lo contrario de los anglosajones, para quienes la “austeridad es para las épocas de boom, y no para las recesiones”. Comparar la dificultad de entender una y otra vía es como comparar el Fausto de Goethe con cualquier obra de Shakespeare. Por ello, hay pocos políticos europeos que hayan sido capaces de explicar convincentemente las bondades y la eficacia de la estrategia alemana de salida de la crisis.
¿Qué política necesita Alemania? Además de las diferencias intelectuales y de visión que de la economía tienen alemanes y anglosajones, existen también diferencias, entre lo que hoy le conviene a Alemania y lo que necesitan los países periféricos y el conjunto de la eurozona.
En efecto, la tasa de paro alemana es la más baja desde la reunificación, es inferior al 6% y sigue disminuyendo —la tasa de paro juvenil es inferior al 8%—, sufre incluso de escasez de cierto tipo de mano de obra, el país tiene equilibrio presupuestario y un fuerte superávit en sus cuentas exteriores. ¿Muchas razones para cambiar de política? ¿Necesitan para algo empobrecerse con un euro más débil? Y como su ahorro es superior a su inversión, se sienten perjudicados por los bajos tipos de interés que perciben como un caso de “eutanasia del rentista”, como un castigo a aquellos que ahorraron planificando su retiro.
El problema es que Europa, como área monetaria, necesita hoy, tal como está intentando Japón, precisamente aquello que el Bundesbank aborrece: generar más inflación, entre otras vías devaluando su moneda, para bajar los tipos de interés reales —los nominales menos la tasa de inflación— y la deuda en términos reales e impulsar la demanda de crédito y el gasto.
Lo que deberíamos hacer nosotros. Europa está poniendo finalmente en práctica, seis años después que Estados Unidos, y con poca o ninguna simpatía alemana, una política monetaria de “relajación cuantitativa” (quantitative easing). Muchos tienen la esperanza, además, de que finalmente también se relajará la política de austeridad.
Aunque la vía elegida por Europa para salir de la crisis no ha sido la mejor, y se han cometido serios errores de política económica, las alternativas para España en estos momentos son pocas. En la actual situación, la mejor política para nuestro país coincide con la política de reformas que prescribe Alemania, y no deberíamos confiar en exceso en la nueva política del BCE y, menos aún, en ideas como el plan Juncker.
Nuestro margen para expansiones exógenas de la demanda es limitado pues todavía necesitamos estabilizar el nivel de deuda pública, y somos el único país periférico con déficit público primario (antes de considerar los gastos en intereses). Necesitamos demostrar que podemos crecer sostenidamente generando simultáneamente los superávits exteriores necesarios para poder reducir el endeudamiento agregado. Por ello, aunque se relajara la política de austeridad europea, esto no debería ser un óbice para relajar la política de reformas, sino más bien un aliciente, dado que estas serían más fáciles de ejecutar en un contexto de mayor expansión de la demanda. En contra de lo que con frecuencia se alega, solo una política de reformas que mejoren el proceso de asignación de recursos puede permitir que a largo plazo se genere más empleo con salarios reales y condiciones laborales que nos aproximen a la Europa próspera y nos permita defender las prestaciones del Estado de bienestar.
Óscar Fanjul es economista.
EL PAIS