En una noche de otoño, mientras las auroras boreales danzan en el cielo ártico, un petrolero se desliza y desaparece en el laberinto de estrechos y bajíos del paso del Noroeste, sin prestar atención al rompehielos canadiense "Amundsen", hasta hace poco imprescindible.
El retroceso de los hielos permite ahora a los buques mercantes aventurarse por este atajo entre Asia y Europa, antes intransitable.
El "Amundsen", un barco del Servicio de Guardacostas de Canadá pintado de rojo, navega por el golfo Reina Maud, y su comandante, Alain Lacerte, no se pierde detalle. Los mapas de la zona datan de los años 1950 y están todavía en brazas -una antigua unidad de longitud náutica-, con un margen de error de un centenar de metros en las lecturas de los GPS.
"Cuando está en blanco, significa que no hay registros", explica el oficial, apoyado en un mapa donde predomina ese color. "Muchas regiones aún no han sido cartografiadas, es aleatorio".
A medida que el barco avanza, los oficiales contrastan los resultados de las lecturas del radar y del sonar: "No queremos que se bautice un bajío con nuestro nombre", bromea el comandante Lacerte, quien con sus lentes y su barba tiene un aire de viejo lobo de mar.
Casi tan grande como la Unión Europea, el Ártico canadiense tiene muchas zonas que todavía son una incógnita. Alejarse de los canales principales puede ser fatal.
Incluso en el verano, cuando no hay hielo el paso sigue siendo peligroso, aunque permite ganar un mes de navegación y ahorrar casi 7.000 kilómetros y miles de dólares en combustible entre Londres y Tokio.
Codiciada desde el descubrimiento de América, esta ruta fue utilizada por primera vez en 1906 por el velero noruego "Gjøa". La navegación fue prácticamente nula durante el siglo XX, con una media de un barco por año. Pero en los últimos cinco años más de un centenar de barcos han pasado por ella.
Desde 2010, Canadá impuso a los barcos de gran tonelaje la obligación de presentar su plan de navegación antes de adentrarse en estas aguas, aunque estadounidenses y europeos consideran que se trata de un estrecho internacional de libre tránsito.
Desde el puente de mando del "Amundsen", el meteorólogo Roger Provost observa algo increíble: alrededor de la nave, no hay rastros de hielo y mucho menos de icebergs.
"Cualquiera que siga cuestionando la realidad del calentamiento global esconde la cabeza como el avestruz, es ciego", exclama este oficial encargado de observar las aguas.
Después de 37 años explorando el Ártico canadiense, "no pensé que llegaría a ver esto", dice, estupefacto por las lecturas de las imágenes satelitales. Mapa tras mapa, el golfo de la Reina Maud y el canal de M'Clintock, hacia donde se dirige el "Amundsen", aparecen totalmente abiertos.
Una tragedia para la humanidad
Hace 112 años, el "Gjøa" del explorador Roald Amundsen -a quien el rompehielos debe su nombre- permaneció bloqueado dos años por el hielo en esta misma zona. Y en 1979, el "Roger", otro rompehielos del Servicio de Guardacostas de Canadá, tuvo que acortar su viaje inaugural, incapaz de seguir adentrándose en el espeso hielo.
La cubierta glacial se ha reducido en la última década y este año va camino de ser el más caluroso desde 1880, cuando comenzaron las mediciones.
El récord anterior es de 2014, cuando se registró un aumento global de la temperatura de un grado centígrado, aunque en el Ártico este aumento fue de tres grados centígrados por lo menos.
Una preocupación especial para este meteorólogo es la desaparición del llamado "hielo antiguo", más sólido que el que se formó en el último invierno.
"Todavía vemos algunos pedazos, pero dentro de unos años ya no existirán, señala, mirando el mar color turquesa. "Es una tragedia para la humanidad lo que está sucediendo".
La especialista en hielo marino Lauren Candlish considera que se ha "entrado en una fase de transición" y ahora los veranos estarán libres de hielo en esta zona del Ártico.
En la sala de la tripulación donde lleva a cabo su investigación, esta científica de la Universidad de Manitoba dice que el "Ártico es diferente ahora, menos predecible, más inestable". Un calentamiento igual en estas latitudes no se veía desde la última edad de hielo (-110.000 a -10.000 a.C.)
¿Veremos transitar en esta nueva era, como anticipan algunos expertos, una cuarta parte del tráfico marítimo entre Europa y Asia por el paso del Noroeste en verano? Muchos a bordo del "Amundsen" lo dudan. Pese a la desaparición del hielo, el clima siempre es impredecible y las tormentas se han vuelto más poderosas.
Además, los efectos sobre la biodiversidad podrían ser desastrosos. "Antes, cuando había hielo, la naturaleza no estaba amenazada", dice Roger Provost. Con sus colonias de ballenas, focas, osos polares y aves de todo tipo, el Ártico sigue siendo una reserva única de biodiversidad.
"Cuando vemos el derrame de petróleo ocurrido en el Golfo de México en 2010, no queremos que eso llegue a pasar en el Ártico", señala, preocupado, este viejo marino. "Las consecuencias serían mucho más graves". afp