La crisis de Pemex se cobró ayer su primera víctima política. El director general de la petrolera estatal, Emilio Lozoya, no pudo resistir más el vendaval y fue sustituido fulminantemente por orden presidencial. La caída de Lozoya, pese a sus fuertes anclajes en la cúpula del Ejecutivo, se daba por descontada. Su gestión no sólo había dejado al mastodonte mexicano estrangulado los vencimientos de la deuda, sino que había reducido la aportación de Pemex a las arcas públicas. Ante este deterioro, el Gobierno tuvo que anunciar hace dos semanas un plan de rescate y despidos masivos. Fue la puntilla para un hombre que llegó a la dirección precedido con el aura de financiero imbatible y que acabó sentado sobre las mayores pérdidas de la historia de la compañía.
Emilio Lozoya, de 41 años, ha sido hasta su hundimiento uno de los chicos de orodel Gobierno de Peña Nieto. Hijo de un secretario de Energía con Carlos Salinas de Gortari y nieto de un general y gobernador priísta, estudió economía en elITAM, el gran vivero de la élite gubernamental. Tras un fulgurante paso por organismos públicos (Banco de México, BID y FMI) y con un máster en Harvard, fundó su propio fondo de inversión en Nueva York y entró en el consejo de grandes empresas, como la constructora OHL. Desde México, se le veía como un valor en alza. Era joven, tenía una brillante carrera en el sector privado, y se le consideraba fiel hasta la médula al PRI.
Tras participar en la victoria de Peña Nieto en 2012, fue llamado por el todopoderoso secretario de Hacienda, Luis Videgaray, otro egresado del ITAM. Se le ofreció uno de los puestos más delicados del mandato y con una encomienda titánica: modernizar el dinosaurio petrolero, de 150.000 empleados y 100.000 jubilados, y dar lustre a la reforma energética, la más importante apuesta de Peña Nieto.
La crisis desarboló las buenas intenciones. En año y medio, el barril cayó un 70%. El declive tuvo un efecto en cadena. El capital extranjero perdió apetito, la producción se estancó, las pérdidas alcanzaron máximos históricos (20.000 millones de dólares en sólo nueve meses) y los vencimientos de la deuda a corto plazo (11.700 millones) incendiaron las bodegas de la nave. Y lo que es peor,Pemex pasó de representar del 30% al 20% de los ingresos estatales en un solo año. El deterioro superó los límites. Hace dos semanas, Videgaray anunció un durísimo plan de salvamento. El ajuste, aparte de implicar recortes masivos y el despido de 10.000 empleados, supuso un claro golpe a la gestión de Lozoya. Las voces en su contra se multiplicaron. La Comisión de Energía de la Cámara de Diputados le pidió comparecer este jueves y en breve iban a conocerse los resultados de 2015, presumiblemente catastróficos. Ante este horizonte, Lozoya cayó fulminado este lunes. “Ha tenido forma de destitución”, señaló el economista del Colegio de México Gerardo Esquivel.Lozoya parecía hecho a los nuevos tiempos. La reforma ponía fin a 76 años de monopolio estatal y abría las puertas al capital privado. También otorgaba a la compañía más autonomía de gestión y la posibilidad de buscar alianzas estratégicas para paliar sus pavorosas insuficiencias, sobre todo, en el terreno tecnológico. Todo parecía listo para el despegue. Había un líder, unas nuevas reglas de juego y un mercado hambriento de capital. Pero un factor imprevisto puso en congelador las esperanzas. El desplome del precio del petróleo.
El presidente, en una ceremonia rápida y sin demasiadas retóricas, anunció su reemplazo por José Antonio González Anaya, un técnico de alta cualificación que hasta la fecha dirigía del Instituto Mexicano del Seguro Social. Para disipar cualquier duda sobre sus objetivos, Peña Nieto le puso como prioridad “la eficiencia y rentabilidad de todos los procesos de Pemex, haciendo énfasis en su competitividad”. A nadie se le escapó el mensaje EL PAIS