Un exguerrillero, favorito para ganar la alcaldía de Bogotá
A punta de votos, Gustavo Petro está a punto de hacer realidad el sueño que no pudo con las armas: conquistar el poder. En este caso, el de la alcaldía de Bogotá, una ciudad de siete millones de habitantes, corazón político, administrativo y financiero de Colombia. “Atrás quedan esos años, hoy la única vía para luchar es la democracia”, dice el protagonista de las elecciones regionales de este domingo sobre su peligroso pasado y su promisorio futuro.
Muchas cosas han cambiado desde que este hombre de 51 años de edad era dirigente del M-19, una guerrilla urbana, audaz en sus acciones y de corte nacionalista en sus propuestas. Tras su desmovilización, esta organización obtuvo la mayoría de escaños –también a través de los votos– de la Asamblea Nacional Constituyente que dio origen a la Carta Magna de 1991, herramienta legal que Petro defiende con ahínco. “Con la Constitución abrimos espacios democráticos vitales. Por primera vez en nuestra historia no pisoteamos a los vencidos y empezamos a hablar de igualdad en todos los escenarios”.
Este hombre de origen humilde, que compite este domingo contra una decena de rivales, encabeza todos los sondeos. Y aunque solo alcanza el 30% en la intención de voto, adelanta por 10 puntos a sus seguidores inmediatos, el exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa –el candidato del expresidente Álvaro Uribe Vélez– y de Gina Parody, la única mujer en contienda.
El éxito de Petro se debe a una combinación de su extraordinaria inteligencia, a la seriedad con la que asumió la campaña y a la modernización de su discurso. Para él, el futuro debe pasar por el cuidado del Medio Ambiente y la inclusión de todos los sectores sociales. En el pasado quedaron las consignas de “¡Patria o Muerte!”, “¡Socialismo ya!” o “¡Yankees go home!”. Al contrario, Petro ha sido sometido a una serie de debates televisivos en los que le han dicho de todo, pero en ninguno ha perdido la cabeza: “Ahora aplico mucho de filosofía japonesa”, dice. Ya no es el hombre explosivo, combativo y amigo personal del presidente venezolano Hugo Chávez sino un político reposado que quiere reflejar un corte de estadista. Doce años en el legislativo le sirvieron para demostrar su apego a las leyes. Sin embargo, sus enemigos cada vez que pueden le recuerdan su historial en la clandestinidad. Él responde con respeto. No es que se haya cansado de pelear. “Es diferente. Me cansé del escepticismo, de creer que las cosas no pueden hacerse”.
Por el impacto que tiene en la vida nacional, la alcaldía de Bogotá es el cargo regional más importante que se define este domingo en el que se elegirán 1.102 alcaldes de igual número de municipios y 32 gobernadores. Más de 30,6 millones de colombianos podrán ejercer su derecho al voto en un país de 44 millones de habitantes.
En Bogotá, la campaña ha sido respetuosa, con muchas horas discusión y en plena libertad. Pero la capital es muy distinta a los que ocurre en el resto del país. Estas elecciones han mantenido los índices de violencia de años anteriores. Según la Misión de Observación Electoral, MOE, la ONG más respetada en el acompañamiento del proceso, a la fecha han sido asesinados 40 candidatos, ocho han sido secuestrados, 27 han sido víctimas de atentados y 92 han recibido amenazas. Estas cifras, que en otro lugar serían un escándalo de incalculables proporciones, aquí han sido vistas como algo “grave”, pero ajustado a los niveles de violencia que han sacudido al país en los últimos 50 años.
Pero, si los paramilitares fueron desmovilizados, las guerrillas sufren una persecución implacable y los grandes capos del narcotráfico están muertos o presos ¿quién genera tanta violencia? Muchos de estos casos se explican, precisamente, a estas mismas condiciones. Con los grandes barones del crimen en la tumba o en las celdas, son cientos los mandos medios que ahora quieren copar el espacio libre y saben que a través de las armas pueden lograrlo.
Además, contradictoriamente, las buenas noticias son fuente de malos designios. Así, por ejemplo, Colombia vive un boom minero gracias a nuevos hallazgos y a la llegada de cientos de inversionistas que ven en esta geografía un tesoro para explotar. Muchas de esas riquezas se encuentran en municipios muy apartados de la capital donde la presencia del Estado es muy débil. Las mafias de turno saben que al limitar la competencia electoral, pueden imponer allí los candidatos de sus predilecciones para manejar a su acomodo el formidable botín de las regalías.
Por eso, el procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, dice que los vicios de “nuestra democracia se han agudizado” e invita a “votar bien” para frenar “la infección” de las mafias de los contratistas. “Es mejor un contrato que un embarque (envío de coca al exterior)”, ironiza Juan Carlos Martínez, condenado por corrupción y alianza con grupos ilegales. Esa es la tragedia del país, que tras las elecciones buena parte de los cargos públicos se reparten en un festín los dineros del presupuesto y las ganancias con jugosos contratos que jamás cumplirán. Todo eso ocurre en el mismo país en cuya capital un exguerrillero puede alcanzar el poder en una contienda en la que han brillado las buenas maneras. “Si gano –dice Petro– no solo será un triunfo mío sino la demostración clara de que este país puede empezar a cambiar”. Es cierto. Pero hay que advertir que Bogotá es un oasis en el árido desierto democrático del resto del país.