El declive de la coalición alemana obliga a Merkel a matizar su discurso Pensar en el futuro de Europa sin la socialdemocracia es como hablar de Hamlet sin el Príncipe; del Quijote sin Sancho. Pero pensar en el presente es fácil. Solo cinco países europeos (Dinamarca, Austria, Bélgica, Eslovenia y Chipre, apenas el 5% de la población del continente) están gobernados por la izquierda, que ha perdido tres de cada cuatro elecciones desde que empezó la crisis: cosecha 19 derrotas desde 2007, nada menos. Si el candidato socialista, François Hollande, confirma mañana en las urnas lo que dicen las encuestas, “veremos el inicio de un cambio de ciclo en Europa, que después deberán confirmar Holanda, Italia y, en otoño de 2013, Alemania”, asegura el vicepresidente de la Comisión y ex secretario general del PSOE, Joaquín Almunia. Ese nuevo ciclo arrancó ayer con la derrota de los conservadores en las municipales británicas.
Los favorables pronósticos para la izquierda y esa nueva brisa austerida deuropea que empuja al continente a completar la necesaria con políticas de estímulo pueden verse como dos caras de la misma moneda. Charles Kupchan, investigador del Consejo de Relaciones Exteriores —uno de los institutos más influyentes del mundo—, explica que Francia y Hollande han sido catalizadores de esa doble hélice: “Por un lado se atisba esa venganza de la izquierda, aunque solo sea porque la crisis seguirá tumbando Gobiernos y la gran mayoría de Europa está liderada ahora por partidos conservadores.
Pero lo más importante es que buena parte de ese viraje va más allá de la ideología. Veremos a Gobiernos como los de España y Reino Unido aliarse contra las políticas que ha impuesto Alemania, con ese acento tan marcado por la austeridad que de momento no da resultados”. Pero atención: “Puede que las consignas miopes relacionen las políticas de crecimiento con la izquierda y la austeridad con la derecha, pero en los últimos años se ha demostrado que esas fronteras son difusas. La derecha va a tratar de arrebatar a la izquierda esa bandera, como ha hecho con otras. Incluso si repite Nicolas Sarkozy esa nueva política económica no tiene marcha atrás”, avisa Kupchan desde Washington.
En las últimas semanas se ha instalado en Bruselas y en algunas de las más importantes capitales europeas la sensación de que Hollande puede acabar de un plumazo con las crisis gemelas de Europa —económica y política—, en un 6 de mayo que se adivina crucial para la crisis del euro y ese debate recuperado entre austeridad y crecimiento. De paso, una victoria de Hollande supondría el primer aldabonazo para esa regeneración de las izquierdas, que llevan dos décadas vagando como verdaderos fantasmas. En fin, todo cuadra: si gana Hollande a Alemania no le quedará más remedio que abrir la mano y empezar a hablar —de veras— de crecimiento, ante la constatación de que media Europa sufre ya la recesión y el paro en carne viva. Las elecciones en Grecia empujan en la misma dirección. El riesgo de que suban demasiado los partidos extremistas (y por lo tanto, de una improbable salida del euro) no es óbice para que la mayoría de los análisis coincida en que al final los partidos proeuropeos acabarán formando Gobierno, y que la Unión premiará esa estabilidad con un guiño a favor del crecimiento para sacar la economía griega de la depresión.
¿No puede ser prematuro hablar de un frente anti-Merkel? “Hollande aglutina ese frente con un mensaje claro: no basta con la austeridad. Y los partidos socialdemócratas europeos se frotan las manos”, explica Ulrike Guérot, investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. El analista Moisés Naím advierte de los peligros que se asocian a ese análisis. “La austeridad per se no es mala ni buena, depende de cómo se aplique.Incluso las elecciones regionales en Alemania ayudan a cuadrar el círculo: las encuestas constatan el declive de la coalición de Gobierno que lidera Merkel, lo que obligará a la canciller a matizar su discurso fundamentalista con la austeridad ante la necesidad de una gran coalición con los socialdemócratas del SPD. En Alemania ya hay, de hecho, una gran coalición: el Gobierno necesita el apoyo del SPD para aprobar el pacto fiscal, fabricado en Bruselas a imagen y semejanza de los deseos de Merkel.
Lo mismo le pasa al crecimiento. El problema del debate que ha abierto Hollande es que está muy poco matizado, está demasiado ideologizado, demasiado esquematizado, basado en eslóganes austeridad-derecha, crecimiento-izquierda. Es más fácil hacer política económica en la oposición. Está por ver cómo va a reflejar la izquierda francesa sus ideas si gobierna; de momento nadie sabe por dónde va a salir Hollande, apenas tenemos vislumbres de lo que piensa. Lo bueno es que por fin se habla de cosas interesantes en Europa. Lo malo es que el debate es lo suficientemente difuso como para que tantas expectativas acaben decepcionando”.
Ese juego de equilibrios es demasiado frágil como para pensar que todo está atado y bien atado a horas de dos citas cruciales. Grecia, la cuna de la democracia, y Francia, esperanza de antítesis alemana en Europa, velan armas. En los mercados, que votarán a su manera tan pronto como el lunes, se abre paso otra teoría: “No hay margen para nada en Europa, y mucho menos en Francia; como mucho, lo hay para un cambio de léxico que permita hablar de crecimiento sin poner demasiado dinero. Los países que más lo necesitan no tienen credibilidad para endeudarse y a los alemanes les da miedo hacerlo”, explica Myles Bradshaw, del gigantesco fondo de deuda pública Pimco. “Habrá crecimiento, pero a la manera de Merkel, sobre todo con reformas a la alemana”, vaticina. Puede que al final toda esa necesidad de acompañar la austeridad con estímulos acabe simplemente en eso, en más reformas.
“En Francia hacemos revoluciones, no reformas”. Pero esa última frase no es la de un analista. Ni siquiera de Hollande o Sarkozy. Es de Napoleón.
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