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domingo, 26 de agosto de 2012

Crónica AP: vivir al borde de un infierno en la refinería

 AP) — Eran las siete de la noche del viernes, el olor a gas ya comenzaba a saturar el aire, pero los pobladores del sector La Pastora frente a la refinería de Amuay, una de las mayores del mundo, no prestaron mayor atención.
 
Acostumbrado a vivir en un ambiente altamente contaminado con los residuos de los hidrocarburos, Francisco González entre muchos otros pobladores del sector siguieron con su rutina diaria, pese a percibir las fuertes concentraciones de gas.
 
Pocas horas después se desató una infernal explosión e incendio que al menos causó la muerte a 39 personas e hirió a más de 80.
 
“Desde las 7 u 8 de la noche empezó a sentirse un olor a gas, a azufre y petróleo muy fuerte; quizás más de lo normal”, dijo González el domingo, quien junto a un hermano intentaba recuperar algunas de sus pertenencias y comenzaban a limpiar los destrozos causados por la explosión.
 
“No nos alarmamos porque ya es costumbre, sobre todo cuando hay poca brisa, cuando hay clima de lluvia, que los gases por aquí se concentran, se sienten un poco más; así que nos fuimos a dormir cerca de la medianoche sin pararle mucho (sin prestar mucha atención)”, acotó.
 
“Después de eso no recuerdo mayor cosa, me bloqueé un poco, sólo recuerdo que salté de la cama por el estruendo de la explosión. Lo primero que vi fue que el apartamento estaba sin ventanas ni puertas, sin paredes, sólo piso y techo. Nos salvamos no sé cómo”, relató.
 
Las autoridades venezolanas dicen que la explosión se produjo después de la 1:00 de la madrugada del sábado en el Centro de Refinación de Paraguaná (CRP), el cual forma parte de la refinería de Amuay, cuando una fuga de gas creó una nube que estalló y desencadenó un incendio.
 
“Cuando vi el gran incendio en la refinería, el primer acto fue salir corriendo. Varios vecinos salimos a la vez. Los vecinos estaban también heridos, yo sufrí unas heridas en la mano y en el brazo, gracias a Dios sólo fue necesario algo de sutura”, comentó González, un hombre robusto como de 100 kilos, quien tenía vendada la mano derecha y se podía ver varios puntos de sutura en sus brazos.
 
“Salimos, tratando de alejarnos lo más posible de la refinería”, dijo. Cerca de las 02.00 a.m.
 
“llegamos al hospital de Pueblo Nuevo, allí nos atendieron. El hospital era un manicomio, gente herida entraba uno tras otro como si fuera una autopista, todo el mundo corría. Las caras (de médicos y enfermeros) eran de espanto”.
 
Sentados en el piso aguardaron hasta las 10 de la mañana, puesto que la atención demoró por el cúmulo de casos graves.
 
“El primer apartamento frente a la gran bola de fuego era el mío, es el más afectado porque quizás fue el que recibió el mayor impacto”, acotó. La casa estaba a oscuras, vidrios rotos por doquier y apenas se asomaban algunos pocos bloques de 10 a 15 centímetros, donde alguna vez hubo paredes y una puerta de madera, cuidadosamente tallada.
 
“Estoy feliz de poder estar echando el cuento junto a mi familia, las cosas materiales aunque nos costó mucho tenerlas, valen poca cosa, cuando se compara con la vida”, comentó González.
 
El poblador, contador público de 31 años, mientras hablaba con el reportero de AP no podía quitarle la vista de encima a los depósitos de hidrocarburos de la refinería Amuay, ubicada al noroccidente de Caracas, que seguían ardiendo profusamente el domingo más de un día después de la explosión, levantando una espesa columna de humo negro que se extendía varios kilómetros.
 
Al dar un balance de los daños materiales, el vicepresidente Elías Jaua afirmó en la víspera que hay 209 casas y 11 locales comerciales que resultaron afectados por la explosión, entre ellos la propiedad de González.
 
Una habitante del sector La Pastora, Yolanda Mesone, atribuyó a un milagro el salir ilesa junto a una hija y tres nietos tras la explosión que hirió y mató a varios de sus vecinos.
 
“Yo estaba en la pieza (en una habitación de su casa) con mi nieta y mi niña (hija)… Dios es muy grande y la Virgencita, eso explotó tan feo que los vidrios cayeron sobre la cama, y a nosotros no nos pasó nada”, dijo Mesone a la AP.
 
“La Virgen, y Dios, fue quien nos protegió, eso estaba feo, feo, La puerta de la casa mía se cayó y a los vecinos el techo les cayó encima… el fuego venía como una avalancha, horrible todo”, añadió.
Mientras la mayoría de los habitantes de esta árida región del noroeste venezolano todavía no sale de su asombro, otros ya trabajan en la reconstrucción
 
Decenas de personas el domingo en la mañana armados de escobas, palas y carretillas se abrían paso entre los escombros en procura de regresar a sus hogares, a la par que otros tratan de salvar algunos bienes, incluyendo cargas de alimentos y bebidas que no quedaron sepultados entre paredes desmoronadas y rejas retorcidas tras la estela de destrucción dejada por la onda expansivas.
 
“Ahora lo que queda es reconstruir, recoger lo poco que quedó y después ver que se puede hacer” para recomenzar, dijo a la AP Fernando Mendes Da Silva, el propietario de una panadería frente al Complejo refinador de Paraguaná, de la cual siguen en pie apenas algunas columnas y un cercano deposito de mercancías.
 
El panadero de origen portugués comentó que entre los afectados reina la incertidumbre e impacientemente esperan que el fuego se extinga.
 
Grandes columnas de fuego de más de 30 metros crujían al igual que el día anterior y arrojaba oleadas de aire muy caliente sobre la cara de socorristas, vecinos y periodistas que recorrían el sector en ruinas.
 
“Todavía hay riesgo, ves como la refinería todavía está ardiendo y hasta que no se calme ese fuego… no se puede hacer nada (reconstruir), no se puede saber que es lo que va a pasar”, señaló.
“Mientras tanto lo que queda es recoger lo que se pueda y esperar”, enfatizó