La expresidenta Michelle Bachelet ha tenido una agenda intensa desde que llegó a Chile el 27 de marzo después de 30 meses en Nueva York: anunció su candidatura a La Moneda, instaló su comando en una casona remodelada de un barrio de moda de la capital, presentó a su equipo de campaña, fue proclamada por los socialistas y el Partido Por la Democracia (PPD) y prácticamente todos los días tiene actividades tanto en Santiago como en otras zonas del país, donde se ha querido mostrar cercana a la ciudadanía y alejada de los desprestigiados partidos del centroizquierda.
La médico, sin embargo, mantiene un asunto crucial en la lista de pendientes a un mes de las primarias de la oposición del 30 de junio: anunciar a la ciudadanía la profundidad y los alcances de las reformas que pretende realizar si llega a la Moneda, como todo parece indicar según las encuestas.
La exdirectora ejecutiva de ONU Mujeres, en el mismo discurso donde anunció su candidatura el 28 de marzo, hizo un diagnóstico acabado de las transformaciones sufridas en el país en su ausencia y prometió grandes reformas para combatir la desigualdad. Bachelet comenzó de inmediato a presentar a los equipos de trabajo que, en diferentes áreas, como educación, reforma tributaria o a la Constitución, deberán presentar en breve sus conclusiones. Uno de sus asesores explica en privado: “Ella ha dado solamente los titulares y el resto está aún pendiente…”
La tensión está instalada en su propio equipo de campaña y quedó reflejaba en un episodio que ocurrió a fines de abril. Una de las principales disputas que tuvo el centroizquierda en ausencia de Bachelet fue la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente para cambiar la Constitución de 1980 de Pinochet. La propuesta, que levantó al movimiento estudiantil, sedujo a parte de la Concertación y produjo repulsión en otras figuras. Hace algunas semanas, uno de los expertos del comando, Fernando Atria, indicó que “el problema constitucional tendrá que resolverse por las buenas o por las malas”. El coordinador del grupo, Francisco Zúñiga, se molestó por estos juicios, como buena parte de la fracción moderada del centroizquierda chileno, anclada sobre todo en la Democracia Cristiana. Un sector del conglomerado piensa que este mecanismo termina concentrando el poder en líderes populistas, como ocurrió en Venezuela.Pero, incluso en su círculo cercano, que se debate entre la discreción y el secretismo, no es claro cuán radicales serán sus anuncios. Hay quienes aseguran que llegó a Chile a realizar cambios de fondo que sorprenderán incluso al establishment de la Concertación, el conglomerado de partidos con los que gobernó entre 2006 y 2010. En privado, sin embargo, otros informan que seguirá en la senda del reformismo de los últimos veinte años y que la izquierdización que ha mostrado en esta primera etapa, donde se abrió al debate sobre el consumo de la marihuana y los derechos de los homosexuales, acabará después de las primarias.
En el plano de la educación sucedió algo parecido: la candidata anunció que su prioridad en caso de volver a La Moneda será la educación gratuita en todos sus niveles. Una semana después, sin embargo, precisó que resultaría regresivo que quienes pueden pagar no lo hagan. “Personalmente, creo que yo puedo pagar la universidad de mi hija”, puso como ejemplo. La expresidenta, cinco días más tarde, volvió al plan original, aplaudido por los sectores más progresistas, y dijo que avanzará en gratuidad universal para todos los estudiantes.
En el plano tributario tampoco es claro hasta dónde llegará Bachelet, sobre todo considerando la caída del precio del cobre chileno y que el ritmo de crecimiento de Latinoamérica decaerá en los próximos años por la desaceleración de China. El jefe económico de su candidatura, el economista Alberto Arenas, dio señales de tranquilidad al mercado a comienzos de abril y señaló que “es posible combatir la desigualdad y mantener el crecimiento económico”. El viernes pasado, en una charla ante empresarios, dijo que las medidas que preparan estimulará el ahorro y la inversión y aclaró que se debe terminar con el mito de que la reforma tributaria reduce la inversión.
Pero, ¿qué tan a la izquierda regresó Bachelet? ¿tendrá la fuerza y el respaldo político para terminar con las desigualdades y los abusos del modelo capitalista que hicieron estallar el conflicto social en 2011? Hasta ahora nadie lo sabe y la candidata, que no ha concedido entrevistas a ningún periódico nacional ni internacional, ha dado pocas pistas. Un asesor, sin embargo, acota un hecho clave: “Bachelet no es la misma que llegó a La Moneda en 2006 ni la que se fue de Chile en septiembre de 2012 a liderar ONU Mujeres. Ahora goza de una autonomía total que ejerce y hace saber”.
Lo sucedido a comienzos de mes a raíz de las primarias parlamentarias, que se celebrarán, como las presidenciales, el 17 de noviembre, revela algunos cambios de Bachelet: le soltó la mano a su principal escudero, el senador socialista Camilo Escalona, por desobedecerle y no querer medirse en primarias con un compañero de partido.
El episodio Escalona, engranaje político clave en su primer Gobierno, ha hecho pensar en los problemas que podría enfrentar Bachelet con sus partidos en un eventual segundo período –ya los tuvo en su primera Administración- y en si logrará llevar a cabo su programa –que aún se desconoce- si la oposición no logra una mayoría en el Parlamento. Hasta ahora, lo único que parece claro es que la médico socialista sigue corriendo con ventaja, incluso en las encuestas menos optimistas. De acuerdo a un estudio publicado por el periódico Pulso el 10 de mayo, Bachelet bajó de un 73,7% a un 56,6% desde su llegada a Chile.