(Santiago de Chile, 05 de abril. EFE) – Afectada por los escándalos políticos que han deteriorado la confianza de los ciudadanos y expuesta al desgaste por acometer reformas de gran calado, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, afronta actualmente el momento más difícil de sus dos mandatos.
Esta situación, puesta de manifiesto en las encuestas que le otorgan un 31 por ciento de respaldo y un 61 por ciento de rechazo, se ha visto agravada en los últimos días por el malestar que ha causado la gestión de la crisis por los aludes e inundaciones en las regiones norteñas de Antofagasta y Atacama, que han causado 25 muertos, 101 desaparecidos y casi 30.000 damnificados.
No es la primera vez que Bachelet se enfrenta a una catástrofe de grandes dimensiones. Chile, un país geológicamente muy joven, está habituado a terremotos y erupciones volcánicas, a lo que en ocasiones se añaden gigantescos incendios e intensas riadas, como las que dos semanas atrás arrasaron varias localidades del desierto de Atacama.
Al volver al poder, en marzo de 2014, con un apoyo del 70 por ciento, la mandataria dio muestras de haber aprendido de sus errores. A las pocas semanas, un terremoto en Iquique y un incendio en Valparaíso pusieron a prueba esas enseñanzas.Cuando en febrero de 2010, a punto de acabar su primer gobierno, se produjo uno de los terremotos más destructivos que ha sacudido el país, la jefa de Estado fue criticada por la tardanza de las autoridades en reaccionar y la falta de recursos para hacer frente a la tragedia, que provocó 525 muertos, dos millones de damnificados y pérdidas materiales por valor de 30.000 millones de dólares.
A diferencia de lo que había sucedido cuatro años antes, la presidenta no tuvo reparos en decretar el estado de excepción por catástrofe y sacar a los militares a la calle para evitar los saqueos y organizar la ayuda humanitaria.
Eso y más es lo que ha vuelto a hacer ahora con motivo de la tragedia en el norte, pero ni el que Bachelet se haya trasladado durante varios días con medio gabinete a la zona de la catástrofe ni que haya cancelado su agenda política para dedicarse de lleno a las tareas de reconstrucción parece ser suficiente.
Esta crisis ha pillado al Ejecutivo con las defensas bajas. Los escándalos políticos que están aflorando en Chile en los últimos tiempos han perjudicado a la derecha, varias de cuyas personalidades políticas y económicas están implicadas en el llamado caso Penta, pero la corrupción ha terminado por afectar indirectamente al Ejecutivo y a la propia presidenta.
Bachelet necesita mantener el rumbo para sacar adelante las reformas que tiene en cartera
Cuando semanas atrás salió a la luz un multimillonario negocio de la nuera de Bachelet,Natalia Compagnon, en el que presuntamente hubo tráfico de influencias y uso indebido de información privilegiada, La Moneda no reaccionó con la rapidez y diligencia necesarias.
Finalmente, la onda expansiva acabo afectando a los cimientos del gobierno de Michelle Bachelet, cuyo principal propósito es lograr que en los cuatro años de su segundo mandato Chile sea un país más justo y menos desigual.
Los negocios de su hijo mayor, Sebastian Dávalos, y la esposa de éste han sido un torpedo en la línea de flotación de su credibilidad. Bachelet necesita ahora mantener el rumbo para sacar adelante las importantes reformas que tiene en cartera.
Consumados la reforma tributaria, el cambio del sistema electoral y la primera parte del nuevo modelo educativo, la presidenta está decidida ahora a dotar al país de un nuevo marco laboral, poner fin a la criminalización del aborto en determinados supuestos y seguir avanzando en la reforma educativa.
Si a comienzos de su segunda presidencia Bachelet lograba aunar a las fuerzas políticas que integran la coalición de gobierno -en la que hay desde comunistas hasta demócrata cristianos- el descenso de su popularidad le impide ahora emplear ese activo político con la misma eficacia.
Con una oposición envalentonada, una opinión pública mayoritariamente en contra y un oficialismo disgregado, Michelle Bachelet tendrá que echar mano de toda su audacia y sabiduría política para sacar adelante el proyecto que encarna.