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martes, 7 de abril de 2015

El eterno pulso de los ‘nicas’ de La Carpio

“Para mí, esta es como la tierra prometida, que echa miel y leche, como dice la Biblia”. Cuesta creer que lo diga Elsa desde la ventana de su casa medio construida con latas reutilizadas, a un lado de la calle de polvo donde discurren aguas mugrientas que salta la gente en esta hora movida de mercado mañanero y por donde hace poco pasaron unos muchachos disparando al aire, cuenta ella en voz baja. Amenazaban a alguien o solo despedían al cadáver de un joven apuñalado en una bronca nocturna de pandillas, alcohol y bares clandestinos.
Elsa habla sin dejar de palmear las tortillas que vende a 50 colones (0,1 dólares), cocidas al estilo de Nicaragua, de donde vino ella y más de la mitad de unos 25.000 habitantes de La Carpio, el mayor asentamiento de migrantes de Centroamérica, ubicado en el cantón central de San José, en el corazón de Costa Rica. Esta emprendedora fornida y alegre se reserva su apellido y otras señas personales para evitar problemas con una pandilla juvenil llamada Los Corona, que domina una parte de los 23 kilómetros cuadrados de la antigua finca que el Estado costarricense expropió a alemanes durante la II Guerra Mundial. Después, en los noventa, fue invadida por familias pobres; miles de ellas eran nicaragüenses que huían de la miseria posterior a la guerra de los ochenta y veían mejores oportunidades en el estable vecino del sur, aunque fuera viviendo en precario.
Este asentamiento está acotado por los dos ríos más contaminados del centro de Costa Rica y colinda con el mayor vertedero metropolitano. Se accede por una única calle en medio de barrancos y tajos, como una garganta por donde van y vienen los camiones repletos de desechos de San José. Es casi la isla de la informalidad, pero eso no quita que para Elsa sea “la tierra prometida”. Lo es también para miles de nicaragüenses que han venido a Costa Rica “a bretear”, como dice esta mujer usando la palabra tica para referirse a “trabajar”, arrastrando la “r” casi como la mayoría de los ticos. También pronuncia la “s” completa, sin aspirarla como la aspiraba hasta 1997, cuando decidió dejar en su natal Granada a sus dos hijas y viajar con tres meses de embarazo a un país donde, ahora lo dice sin dudas, hay una tibia xenofobia contra los nicas.
Salvo distribuidores comerciales (resguardados), algún policía o funcionarios gubernamentales, es rara la visita de alguien ajeno a La Carpio. Se nota en las miradas de los pasajeros del autobús al entrar en una zona que nadie se atreve a llamar gueto. Es una postal de techos remendados con chimeneas para cocinas de leña y centenares de antenas rojas de una empresa de televisión por cable. Marañas de cables eléctricos de conexiones formales y piratas bordean las callejuelas, donde los taxistas de la capital no van. No van y punto. Sí entran los autobuses más de 40 veces en cada jornada y han ido llegado también otros que envían los partidos políticos nicaragüenses para llevar gente a votar, con más éxito entre los antisandinistas.
Los Corona, respect, se lee en la fachada de un negocio cercano al de Elsa en sector de María Auxiliadora, uno de los nueve de La Carpio. La pandilla se ha apropiado de las noches. Son propietarios en este asentamiento donde nadie es dueño registral de donde vive. La tierra pertenece al estatal Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), aunque en la realidad sí venden casas o ranchos. Venden el derecho informalmente y le llaman “la mejora”.Las casas pueden ser chabolas o viviendas mejor armadas, pero acá no se sabe si están en proceso de destrucción o de construcción, si son ruinas o proyectos. Es común el olor a aguas estancadas, la diarrea y las infecciones respiratorias. Hay algunas casas de cemento y ahora hay comercio con paredes pintadas con logos de Coca-Cola y la telefónica Claro. También hay graffitis con frases bíblicas o con mensajes encriptados de pandillas.
“Yo vendo casi mil tortillas diarias, frijoles cocidos, huevos y ahora abarrotes. Vendo de todo lo que sea legal”, cuenta Elsa sin parar de tamborilear sobre la masa. Parece orgullosa de contar su historia desde que recogía basura para reciclar junto a una hermana y sus nueve hijos. Ya había nacido también su tercera hija en el hospital México, a dos kilómetros de La Carpio. Nació costarricense y gracias a ella Elsa obtuvo cédula de residencia tica. Ya no tiene por qué volver a cruzar la frontera por ríos y montañas a expensas de los coyotes en el segundo corredor fronterizo más intenso de América, solo superado por las mareas de centroamericanos y mexicanos rumbo a Estados Unidos. El censo del 2011 registró 290.000 nicaragüenses en Costa Rica (6,7% de la población), aunque los estudiosos sostienen que la informalidad de muchos migrantes hace que en la realidad sean más, para fortuna de los contratistas en fincas, construcciones y servicios de seguridad o domésticos, donde se emplean con más frecuencia, aunque sin certeza de garantías laborales.
En mitad de La Carpio hay una tienda para envío de remesas a Nicaragua. Es la única en este lugar y la abrieron hace dos meses como un local autorizado de la telefónica Claro. Ahí llegan en promedio 20 nicaragüenses diarios a enviar una media de 40 dólares por cada trámite (con un cambio 12% superior por cada dólar frente al tipo en los bancos). La mayoría presenta su pasaporte de Nicaragua y muy pocos ofrecen una cédula de residencia.
La única escuela ya imparte tres horarios distintos con solo tres horas por cada turno. 1.300 niños hacinados reciben la clase la mitad del tiempo que un niño promedio en Costa Rica. El Gobierno quiere ahora invertir dinero en La Carpio, dar opciones educativas y avanzar en el calvario tramitológico para titular la tierra y que así puedan sus ocupantes heredar o acceder a créditos para construir de verdad.
El Gobierno cree tenerlo claro. “Para todos los efectos esa gente es población tica. Queremos demostrar que sí se puede lograr un impacto estructural en esa población”, dice Carlos Alvarado, ministro de Bienestar Social, consciente de esfuerzos insuficientes de administraciones pasadas por sacar de la marginalidad a La Carpio. En presupuesto alistan unos cinco millones de dólares para destinar a vivienda e infraestructua comunal, que apenas la hay. Poca opción más hay para niños y jóvenes salvo jugar en las calles rotas o empezar a coquetear con las pandillas. Es la preocupación de líderes comunales, de ONGs y de decenas de iglesias protestantes, muchas de las cuales son clandestinas también.
Elsa se reivindica como nica aunque lleva 17 años sin visitar su país. Como otros, se ha encargado de construir su “tierra prometida” en una tierra marginal.EL PAIS