La Habana Vieja es la Habana nueva. Y bastan seis meses para darse cuenta de ello. En este breve espacio de tiempo -el transcurrido desde un último viaje-, decenas de nuevos negocios privados han abierto sus puertas en el casco histórico de la ciudad, un cuidado espacio urbano de dos kilómetros de extensión donde habitan 55.000 personas y más de 200 edificios de alto valor patrimonial han sido rehabilitados. En este lugar privilegiado, por donde pasa el 90% del turismo que visita la isla, florecen hoy estudios de tatuaje como ‘La Marca’, donde uno puede tatuarse un Che Guevara o un dragón rockero, hay bares de copas con encanto donde tocan jazz en una escalera o tiendas de diseño como Clandestinas, cuya dueña, Idania del Río, antes solo veía como horizonte “marcharse de Cuba” si quería progresar. “Hoy, por primera vez, percibo que tengo futuro en mi país”, asegura.
Idania (33 años) estudio en el Instituto Superior de Diseño de La Habana. Después de varios años e intentos infructuosos “por emprender algo propio”, el año pasado -aprovechando la reforma de Raúl Castro que permitió la compraventa de casas- adquirió una vivienda semiderruida en la calle Villegas y con su socia española Leire Fernández pasó meses rehabilitándola. El pasado 11 de febrero el local fue inaugurado “con vocación alternativa” y colecciones irreverentes, como la de fundas de almohadas ‘Remedio para el insomnio’, que en sus telas llevan estampadas billetes de 100 pesos convertibles o pasaportes, un guiño a las cosas que le quitan el sueño a los cubanos.
‘Vamos a la zafra’ es una colección de juguetes infantiles hechos a partir de cochecitos de plástico reciclado, tipo ruso, y notable éxito han tenido también las camisetas con el logo de Clandestinas y una serie de bolsas de tela de saco industrial intervenidas con diseños rompedores y el logo “99% diseñó cubano”. “Las cosas en Cuba van lentas, puedes tardar dos meses en que te autoricen a poner un cartel en la puerta, pero los cambios se notan", coinciden las dueñas del negocio. "Este es un momento realmente estimulante", añade Idania. "Hay gente que se fue de Cuba hace años y ahora está regresando. Algunos, como yo, sienten que pueden probar suerte, que ahora sí hay una oportunidad aquí de salir adelante”.
La dueña de la tienda de diseño Clandestinas, Idania del Río, antes solo veía como horizonte “marcharse” de Cuba. “Hoy, por primera vez, percibo que tengo futuro en mi país”, asegura.
Cuba tiene 11 millones de habitantes y su población activa es 5.200.000 personas, de las cuales, hasta hace poco, prácticamente el 100% trabajaba para el Estado. Tras la crisis del Periodo Especial y las reformas económicas para paliar sus efectos, el Estado anunció que sobraban más de un millón de puestos estatales y, ante esta realidad, abrió definitivamente la mano al trabajo por cuenta propia (hoy son más de 470.000 los cuentapropistas en toda la isla), además de permitir la compraventa de casas y autorizar diversos tipos de cooperativas, como las que trabajan en la construcción y en el sector textil.
Cerca de Clandestinas, en la majestuosa Plaza Vieja de la Habana, es quizás donde más se aprecia el cambio. Comenzada a construir en 1584 como alternativa a la Plaza de Armas, esta antigua plaza comercial es símbolo del nuevo empuje de la iniciativa privada y de cómo esta puede contribuir a mejorar la vida a la ciudad. Hace un año en la cuadrícula de la Plaza Vieja todo eran negocios del Estado.
Primero abrió el Café Bohemio y luego un salón de masajes a su lado. El pasado noviembre una pareja hispano-cubana inauguró Azúcar, un moderno bar restaurante con vistas privilegiadas a la plaza que no tiene que envidiarle al mejor sitio de Cartagena de Indias. A un costado, otro cuentapropista y su amigo ruso abrieron días después otro local de vistas espectaculares -desde donde se puede observar enfrente a un grupo de niños dando clase en un colegio público-, mientras que en la esquina de Muralla y San Ignacio, en diciembre abrió La Vitrola, un establecimiento de comida criolla donde un menú de ropa vieja, frijoles, ensalada, cerveza, postre y café no supera los 10 euros –un precio prohibitivo para la inmensa mayoría de los cubanos, pero asequible para un sector creciente de la población-. El lugar está ambientado con viejas neveras de coca-cola y anuncios de los años cincuenta, y al entrar allí uno siente que se transporta a otra época.
“Nunca pensé que vería así de viva la Plaza Vieja”, dice Juan Agustín Plasencia, antiguo trabajador “gastronómico” del Estado y hoy gerente de La Vitrola, que atesora una maravillosa ‘juke box’ americana con música de Arsenio Rodríguez, Benny Moré y Celia Cruz. Dice Plasencia que este ‘paladar’, como el resto de los negocios privados del casco histórico, ha contado con el respaldo y apoyo institucional de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, y de él en persona. “Nos ha visitado en varias ocasiones para animarnos contribuir a difundir la labor de la restauración y a ser protagonistas de la rehabilitación de la zona”.
La obra de Eusebio Leal en la Habana Vieja es conocida. Además de su apoyo a la iniciativa privada en la zona, gracias a su gestión y a sus iniciativas el valioso patrimonio arquitectónico del casco histórico se ha salvado. En los años ochenta La Habana se caía. El ritmo de la restauración era de cinco obras por año. “En las últimas dos décadas el 30% del territorio ha sido rehabilitado y se han restaurado más de 200 edificios de alto valor patrimonial,” dice en su despacho Patricia Rodríguez, directora del Plan Maestro para la Rehabilitación Integral de La Habana Vieja
Ahora mismo la Oficina acomete la restauración del Capitolio, que fue sede del Congreso y el Senado en la etapa republicana, y que de a fines de año volverá a albergar en sus instalaciones el Parlamento nacional. Todo un símbolo de los nuevos tiempos. En 20 años se ha hecho mucho. “Pero no podemos esperar otros 20 años para ver resultados”, señala Rodríguez. Si antes el Estado asumía solo la restauración, ahora anima a los privados a que pongan su esfuerzo en ello y les apoya, un cambio notable de mentalidad.
“En este momento hay un boom de la iniciativa privada en la zona, y es bueno que así sea”, dice la directora del Plan Maestro para la Rehabilitación Integral de La Habana Vieja, que piensa que la Oficina debe ocuparse de “bien dirigir el proceso de rehabilitación del sector privado”.
Rodríguez pone como ejemplo el caso del peluquero Gilberto Valladares, conocido por todo el mundo como Papito. En poco tiempo Papito ha convertido su peluquería en un verdadero proyecto cultural comunitario, en el que participan decenas de personas en una manzana de la calle Aguiar. “La Oficina ha arreglado la calle y ha cedido locales y espacios públicos, donde hoy funcionan bares, tiendas, galerías de arte, una escuela de peluquería y otros proyectos comunitarios, todo de gestión privada”, explica Papito. “No es sólo un asunto de generar beneficios económicos; se trata de generar riqueza a través de la cultura y que esto revierta en beneficio de los vecinos”, señala el peluquero, que es un líder local. Una anécdota: en el año 2007, harto de las trabas burocráticas, Valladares se se marchó a vivir a México. Regresó en 2009. “Y hasta ahora…”, dice, antes de que le llame uno de sus colaboradores. Le espera un grupo de gerentes del Estado a quienes va a asesorar sobre cómo ser más eficiente en este tipo de trabajos comunitarios. Algo impensable hasta hace solo un par de años.EL PAIS