El azote español de Microsoft
Parece que el primer economista que usó la expresión “fracaso del mercado” fue Francis Bator, profesor de Harvard y exasesor presidencial de Estados Unidos. Bator escribió un par de influyentes artículos a finales de los años cincuenta sobre los límites de la economía de mercado: en resumidas cuentas, venía a decir que la famosa mano invisible se alela en ocasiones (algo de eso hemos notado últimamente). Uno de los casos más flagrantes en los que falla la mano mágica del mercado se produce cuando hay monopolios: pocos ejemplos lo atestiguan tan bien como el de Microsoft, con sus leyendas sobre el garaje de Bill Gates y su multimillonario valor en Bolsa. Rey indiscutible de la informática de consumo durante 20 años, llegó a controlar más del 90% del sector de sistemas operativos.
Los rivales siempre le acusaron de usar una amplia variedad de prácticas abusivas y el tiempo les dio la razón: el grupo ha sufrido varios reveses por parte de las autoridades de la competencia en Estados Unidos, pero sobre todo en Europa. La Comisión se ha hecho un nombre en las procelosas aguas del área de competencia con una retahíla de multas a la empresa, refrendadas en los tribunales. Un alto funcionario español ha estado desde el principio en primera línea de fuego en el caso Microsoft: Cecilio Madero.
Madero (Madrid, 1956) llegó a Bruselas en 1987, con la primera hornada de funcionarios españoles. Desde el principio encaminó su carrera hacia temas de competencia. Su relación con Microsoft arranca allá por 1999, al mando de una división “formada por la friolera de siete individuos”, rememora en una cafetería del centro de la capital europea. La tentación de la metáfora: un quijotesco David contra un poderoso Goliat, porque delante de esos siete eurócratas, Microsoft se defendía de las acusaciones de abuso de posición dominante con un ejército de abogados de las firmas internacionales más prestigiosas, de esas que siempre tienen al menos dos apellidos anglosajones para empezar a hablar: White & Case, Morrison & Foerster y así hasta contar con un despacho legal en cada una de las 27 capitales europeas.
Madero, que ha ido subiendo peldaños en el escalafón del funcionariado europeo, ya no juega el papel protagonista que tuvo en 2004, pero sigue encima del caso. Ha viajado a menudo a EE UU, ha comido con decenas de lobbistas, ha revisado montones de documentos durante años. Y conoce bien Redmond, a menos de 30 kilómetros de Seattle, la sede de Microsoft: “Es algo parecido a un gran campus universitario; limpio, con muchas zonas verdes, con edificios que tienen más pinta de facultades que de centros de producción. Aún hoy te señalan el viejo despacho de Bill Gates y ves la inevitable nube de japoneses haciendo fotos”, cuenta.El resto de la historia es conocida: Microsoft perdió. El comisario Mario Monti les impuso una señora multa, a la que luego siguieron otras —por parte de Neelie Kroes— por incumplir decisiones de Bruselas o por imponer precios abusivos a los competidores. El último capítulo ha llegado esta misma semana, en la que el comisario Joaquín Almunia ha firmado un nuevo hachazo de 561 millones de euros —lo que eleva la factura europea a un total de 2.200 millones— por un pretendido descuido del grupo estadounidense, que durante unos meses no respetó el compromiso adquirido con Bruselas de ofrecer en su sistema operativo varias opciones de navegadores, y no solo el Internet Explorer.
Madridista acérrimo —y autor de una impactante carta al director de este periódico al respecto, con el título No fui yo, de aquellos años en los que el Madrid ganaba Copas de Europa—, Madero lleva media vida en Bruselas. Hasta 26 años en la Comisión —que le han dejado una honda preocupación por el estado actual de la construcción europea—, de los cuales ha estado 14 como azote de Microsoft. Cuenta un sinfín de anécdotas, pero siempre destaca que aquello podía haberse torcido sin el apoyo político de los comisarios —Monti, Kroes, Almunia— y sin el aldabonazo final de los tribunales de justicia.
Los intentos de Google de digitalizar bibliotecas enteras sin ninguna autorización de copyright, como antes los de Microsoft en su campo, “irradian el aroma de un anticuado abuso de poder de mercado”, en palabras del ya casi olvidado Francis Bator.Pero Microsoft, en fin, ya es agua pasada. A Madero, director general adjunto de la división Antitrust y Carteles, le atrae ahora el conjuro de una nueva historia: le toca pelearse con los bancos por pactos relacionados con el euríbor, y sobre todo se le echa encima un más que posible caso Google. “La Comisión investiga un eventual abuso de posición dominante de Google con su buscador”, explica. “En otras palabras: Google puede haber perjudicado a sus competidores, copiando información de terceros para presentarla como suya o utilizando noticias de distintos medios sin autorización expresa de los editores. Aunque no está excluido que en este caso se pueda llegar a un acuerdo, que nos ahorraría años de pleitos”.
EL PAIS