Desde que Hank Skinner ingresó al corredor de la muerte en Texas, hace justo 20 años, "mataron a más de 400 personas". "Siento que la muerte pende sobre mis hombros", dice en una entrevista con la AFP.
Tras la gruesa pared vidriada de la Polunsky Unit, el detenido viste un traje con la inscripción "DR", por "Death Row" (corredor de la muerte). Está contento de poder hablar, a menudo sonríe, y hasta ríe a carcajadas.
"Amo la vida, me gustan las fiestas, hacer el amor, pasar un buen rato, me gusta reír y contar chistes", afirma a través del viejo aparato telefónico negro, luego de asegurar que no cometió los crímenes de los que es acusado.
Henry "Hank" Skinner, de 51 años, 20 de ellos pasados en el corredor de la muerte en Texas -estado que prevé cumplir su ejecución número 500 el miércoles próximo- está detenido por los asesinatos, el 31 de diciembre de 1993, de su compañera de entonces y de los dos hijos de ella.
De rostro redondo y cabello entrecano, Skinner, matrícula 999-143 (999 es la cifra reservada a los condenados a muerte), fue transferido hace 15 años desde Ellis Unit a Polunsky Unit, una cárcel de máxima seguridad levantada en Livingston, a una hora de ruta al norte de Houston.
Fue en este sólido complejo de cemento, protegido por dos altas filas de alambrada que desde 1998 comprende un corredor de la muerte, que este prisionero de raza blanca conoció a su mujer francesa, Sandrine Ageorges, una militante abolicionista de la que se enamoró "a primera vista". Se casaron en un tribunal de Maryland y Skinner espera algún día poder "besarla de verdad".
Su casamiento y su encarnizada lucha para que se le realicen exámenes de ADN le valieron una fama particular en este sitio impermeable al mundo exterior. "No quiero ser famoso, pero si no hubiera hablado ya estaría muerto, me habrían matado hace muchos años", dice.
Tras una serie de protestas que tuvieron lugar en particular en Francia y de una recomendación de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, el estado de Texas se comprometió a realizarle a Skinner los exámenes de ADN que hace tanto tiempo reclama.
En su celda de aislamiento, el condenado se enteró de que la primera serie de exámenes probó que su ADN estaba presente en el arma utilizada en los asesinatos, así como la de una tercera persona cuya identidad no fue determinada. El dice no obstante esperar "con confianza" los demás resultados.
Skinner nunca negó que estuviera presente en la escena del crimen, pero afirma que entonces había bebido un cóctel de medicamentos y vodka que lo incapacitaba para matar a nadie.
"Aquí matan casi una vez por semana"
"Estoy aquí hace ya 20 años y en ese tiempo mataron a 400 personas. La gente no se da cuenta, dice que estos tipos son monstruos, y es falso", clama el prisionero. "Son simplemente personas que cometieron una tontería horrible, terrible, pero que cambiaron radicalmente".
"Acá matan casi una vez por semana", agrega este preso cuya ejecución fue postergada en dos ocasiones, en 2010 y 2011. Como en la ruleta rusa, "al comienzo uno se alegra de que no le haya tocado, pero luego desea que la bala salga del revólver".
"La condena a muerte sigue ahí, siempre está en la mente de uno, siento que pende sobre mis hombros, es muy pesada".
Skinner recuerda su salvación de último minuto el 24 de marzo de 2010, "un regalo del cielo", cuando la Corte Suprema frenó la cuenta regresiva a 45 minutos de la ejecución.
Dice que pudo "ver literalmente" su muerte a través de los barrotes de su celda, desde la cual se podía observar "la mesa de ejecución y el micrófono colgado sobre el vidrio de los testigos".
"Tenía tanto miedo, sentía frío en la espalda". Una vez que lo sacaron del corredor de la muerte, lo trasladaron durante 40 minutos en un vehículo que bordeó el lago Livingston "hacia otro planeta, hacia lo desconocido".
"Nunca me morí antes, no sé cómo es, pero sí sé que es permanente", dice riendo.
Fue en esa celda de Huntsville que comió por última vez y pensó en su última declaración ("antes que este cuerpo se enfríe, volveré a caminar"), hasta que su abogado le comunicó el "milagro" de la postergación de la ejecución.
"No entendía nada, flotaba, y luego pensé: 'puta, me van a traer de nuevo aquí, a este pozo del diablo'".
AFP