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domingo, 17 de agosto de 2014

El silencio de Bonafini

En la celebración por el encuentro de Estela de Carlotto con su nieto hubo una ausente: la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe Bonafini. De los cuatro oradores que subieron al escenario durante un acto organizado por el ultrakirchnerismo, Bonafini fue la única que no mencionó a Ignacio Guido Montoya Carlotto. Cuando le consultaron, contestó: “Los nietos son todos lo mismo, no hay diferencias”. Más que una alegría, Bonafini manifestaba una objeción. Tardó una semana en agregar, siempre lacónica: “Estoy contenta con Ignacio porque conozco a parte de su familia”.
Frente a la exaltación de Carlotto, la circunspección de Bonafini recordaría su decisión de socializar la maternidad, de reclamar por los desaparecidos sin nombres en los pañuelos. Es una parte menor de la verdad.
Bonafini y Carlotto expresan dos formas de reivindicar los derechos humanos. Dos enfoques de la vida y de la muerte. Bonafini reclamó siempre la aparición de los hijos, que no considera muertos. Carlotto reconoció los restos de su hija Laura y se consagró a la búsqueda de los nietos. Bonafini interpreta su tarea como la continuación de una lucha armada que se niega a condenar. Carlotto entiende la suya como la instancia imprescindible de una pacificación. Esta divergencia se transformó en conflicto. Hace algunos años, Carlotto confesó: “Con Bonafini no comparto nada. No acordamos las formas ni algunos dichos contrarios a un objetivo. Ella dijo que ‘a los nietos no hay que buscarlos porque ya están contaminados’”.

Este desencuentro es también insuficiente para entender la parquedad de Bonafini. Ella está separada de Carlotto por una enemistad personal nacida durante la dictadura. Las abuelas, que se reunían dos veces por semana en la sede de las Madres, decidieron buscar otro refugio. Recurrieron a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos con el argumento de que las Madres intervenían su correspondencia.
El vínculo se terminó de disolver por una trivialidad: Bonafini nunca perdonó que Carlotto, al parecer por un malentendido, recibiera en Italia un reconocimiento destinado a las Madres.
Néstor Kirchner, que para manipular las ensoñaciones que cobija el alma humana era imbatible, sedujo a ambas ancianas. Consiguió que identificaran una causa universal con una facción política. Postuló a Carlotto para el Nobel de la Paz. Le prometió la gloria. Y a Bonafini, que veía desdibujados sus objetivos gracias a la anulación de las leyes del perdón, le aseguró la revolución. Empezó confiándole un programa de viviendas, que ella puso en manos del célebre parricida Sergio Schoklender.
Cuando Bonafini quedó envuelta en un escándalo por malversación de fondos, Carlotto la fulminó: “Nos mancha a todos. Tenemos que soportar que nos pongan en la misma bolsa. Nos gritan ladronas”. Esta condena de Carlotto termina de explicar la alegría contrariada de Bonafini. Miserias de un país que lleva el odio en las entrañas.EL PAIS