(Londres, 17 de agosto. dpa) - El virus del ébola llegó por primera vez a Europa en un termo de color azul. Nadie fue consciente de la peligrosidad del equipaje de mano que llevaba un mensajero en el vuelo desde Kinshasa, entonces Zaire, hasta Amberes, en 1976. Ni siquiera tenía idea de ello Peter Piot, entonces un científico en formación en el Instituto de Medicina Tropical de la ciudad belga.
Las ampollas con la sangre iban metidas en hielo y una de ellas incluso se rompió durante el vuelo, relató Piot en un artículo en el “Financial Times” y en declaraciones a la BBC.
Es sorprendente que ninguno de los científicos implicados enfermara. En el caso de Piot, entonces de 27 años, hubiese significado truncar una carrera brillante: este médico y microbiólogo es hoy un destacado investigador en el área del sida. Fue director ejecutivo de la agencia de la ONU de lucha contra la enfermedad (ONUSIDA) y es el actual director de la London School of Hygiene and Tropical Medicine (Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres).
En aquel entonces, en 1976, Piot se encontró con un virus desconocido. Lo más llamativo era su forma, excesivamente larga y con forma de cuerda. Tras las informaciones sobre nuevos contagios y la muerte de una monja belga, Piot viajó con un equipo internacional a la región, relata en su artículo para el “Financial Times”.
Desde Kinshasa volaron en un avión de carga a Bumba, en el norte de Zaire (hoy República Democrática del Congo). Hasta los pilotos tenían miedo, y mientras se bajaba la carga dejaron los motores en marcha para poder despegar rápido de ser necesario, recuerda el científico.
Los científicos tuvieron que viajar aún otros 120 kilómetros hasta llegar al pueblo de Yambuku, donde había una misión católica con un hospital. Por temor, los sacerdotes y monjas había creado una especie de estación de cuarentena, sin saber realmente cómo debía hacerse, escribe Piot. Habían tomado al pie de la letra la expresión francesa “cordon sanitaire” (cordón sanitario) y separado el lugar del resto con ayuda de una cuerda.
Piot y el equipo se pusieron a buscar la causa de la enfermedad y el trabajo detectivesco tuvo éxito relativamente rápido: la mayoría de los pacientes se habían contagiado en el mismo hospital y al tener contacto con los cadáveres. Las monjas sólo tenían cinco jeringas y usaban las agujas varias veces, por lo que muchas personas se contagiaron en el lugar donde debían ser curadas.
Como el virus ya se había extendido, el grupo se dirigió a los pueblos afectados y explicó a los habitantes cómo tenían que tratar con los enfermos para evitar una mayor propagación.
En los tres meses en que los expertos estuvieron en Yambuku consiguieron frenar la epidemia, aunque no evitaron la muerte de casi 300 personas. Este primer brote de la enfermedad es el tercero más importante que ha habido.
Piot relata también la forma en que los científicos buscaron un nombre para la nueva enfermedad. Después de tanto sufrimiento no querían estigmatizar aún más a los habitantes del pueblo, y por eso eligieron el del río importante más cercano: Ébola.
Respecto de la actual epidemia, Piot señaló a la BBC que algunas medidas importantes en los año 70 siguen siendo fundamentales. “Jabón, guantes, aislar a los pacientes, no reutilizar las agujas y cuarentena para las personas que hayan tenido contacto con los enfermos. En teoría debería ser fácil controlar el ébola”.