(Lakeland, 14 de diciembre. AP).- De nueve a cinco, los siete días de la semana, Robert Schill se entretiene con videojuegos sentado en un cómodo sofá marrón en el centro de Florida.
Cientos de personas, a veces miles, lo observan. Su canal en la web recibió más de 35 millones de hits en un año. Y Schill cobra por esto.
De hecho, es un trabajador que cumple un turno en una de esas ocupaciones extrañas que han surgido en una economía que premia una existencia tipo Gran Hermano combinada con visión empresarial.
Schill no está solo en esta empresa, ni siquiera en su casa. Cuando este joven de 26 años termina su turno, Adam Young, de 29 años y con quien comparte el departamento, se sienta en el sofá y sigue jugando hasta la una de la mañana. A esa hora, Brett Borden, otro compañero de vivienda de 26 años, inicia un nuevo turno de ocho horas.
Estos son las estrellas de StreamerHouse. Transmiten vía Twitch.tv, una red online que atrae decenas de millones de visitantes, la mayoría de los cuales ven a otra gente jugando videojuegos.
StreamerHouse transcurre en una vivienda estilo Mediterráneo de la década de 1920 que cuenta con 20 cámaras, al menos 15 pantallas de computadores y dos bulldogs (Mister Pig y Baby Pig). Es parte reality TV, parte programa de radio y parte “performance art”. El trío juega juegos, conversa con los aficionados y cuentan su vida diaria a través de una costosa red de micrófonos.
Ganan dinero recibiendo un porcentaje de la publicidad de Twitch, por suscripciones, la venta de videojuegos y donaciones de simpatizantes.
En octubre un admirador del Medio Oriente le regaló a StreamerHouse 6.000 dólares.
La iniciativa se beneficia de un particular momento cultural en el que se exige participación e intimidad con cualquiera de las celebridades que tuitean fotos de sus recién nacidos y distribuyen a través de Facebook fotos de su desayuno.
Los muchachos de StreamerHouse ofrecen un espectáculo íntimo, que no para nunca, en el que interactúan con sus aficionados en tiempo real.
Hay algo genial en todo esto.
“Vivo en la internet”, dice Schill, conocido en la web como “The Real Deal” y “Rober”. Algún simpatizante le envió hace poco una guitarra y un colchón. Cotidianamente reciben pizzas, golosinas y camisetas. Los tres reconocen que sus perspectivas laborales afuera de la casa no serían demasiado alentadoras. Ninguno tiene un título universitario y todos dicen que juegan videojuegos desde pequeños.
Twitch tiene más de 8.500 streamers en su programa de afiliados, lo que quiere decir que los jugadores cobran. Todos los streamers pueden solicitar donaciones, pero las transmisiones de StreamerHouse las 24 horas del día, los siete días de la semana son únicas.
La gente quiere ver a otra gente jugando. El canal de YouTube con más suscriptores es el de Felix Arvid Uld Kjellberg, un sueco conocido online como PewDiePie. Comenta videojuegos, muy parecido a lo que hacen los tipos de StreamerHouse, y tiene unos 32 millones de suscriptores.
“Esto ha pasado a ser algo importante en el panorama de la industria del entretenimiento”, aseguró Matthew DiPietro, vicepresidente de marketing de Twitch.
Antes de decidir que no tiene ninguna gracia ver a tipos en un sofá disparándole a zombis virtuales, considere esto: la gente ha estado viendo a otros por miles de años. Gladiadores romanos. Carreras de caballos. El Super Bowl.
“Uno disfruta viendo a otros tratando de superar un reto”, dijo Austin Walker, quien estudia para un doctorado en la Universidad de Ontario Occidental, especializándose en la relación entre el trabajo y el juego.
Jugar videojuegos puede ser hoy una carrera.
“Sueño con esto desde que tenía 12 años”, dijo Walker. “Es mucho trabajo. Requiere mucha preparación entre bambalinas y en determinado momento, cuando pasa a ser algo que te genera ingresos, se convierte en una responsabilidad”.
Los mejores streamers pueden ganar por encima de los 100.000 dólares anuales, pero la mayoría perciben unos pocos dólares al mes. Los muchachos de StreamerHouse no quieren hablar del tema, pero dicen que sacan lo suficiente como para pagar todos los gastos de la casa y no deber nada tras haber invertido decenas de miles de dólares en equipo electrónico. También compraron un Jeep Liberty e hicieron que sus seguidores decidiesen que placa tendría. (Dice “vírgenes”).
StreamerHouse fue ideado por un grupo de amigos, incluidos Ryan Carmichael y Randy Borden.Los dos se criaron en el centro de Florida y se interesaron en la televisión y los juegos.
Inicialmente concibieron el proyecto como una serie de reality TV a ser difundida en la web. Le ofrecieron participar en la iniciativa a tres personas: Brett Borden, primo de Borden; Young, ex aficionado a ATV que se vino del estado de Washington con sus dos bulldogs, y Schill, residente de Pensilvania que sufre de agorafobia (temor a los espacios abiertos, como plazas, grandes avenidas, etc.). Young y Schill ya habían hecho streams antes. A Borden le encantaban los videojuegos y que quedó allí ayudando a poner la casa a punto.
“Era todo como una broma”, dijo Carmichael, quien vive en la casa y es el administrador, director de relaciones públicas, el que maneja todo.
StreamerHouse empezó a funcionar en septiembre de 2013. Una pequeña ventana en la pantalla mostraba videos del jugador a cargo e imágenes de otras cámaras de la casa.
El formato resultó demasiado íntimo. “Perdimos mucha privacidad”, dijo Carmichael.
Ahora transmiten solo el juego y al jugador. En ocasiones especiales disparan todas las cámaras de la casa. También muestran videos editados de sus andanzas en YouTube. Algunos videos los muestran cocinando, caminando por el barrio y la vez en que un aficionado les envió pizzas y otros comestibles por valor de 2.100 dólares. (Este último video fue visto 70.000 veces)