A Wisnick Balde le llaman Chiquito. El apodo se lo ganó enRepública Dominicana, donde vivió nueve años antes de llegar a Ecuador. Esta es una de las pocas palabras en castellano, sino la única, que se escucha en el piso donde vive este haitiano de 29 años junto a otros compatriotas. En su barrio solo se habla criollo, el idioma nativo en Haití. No les hace falta aprender español, porque solo están de paso en Ecuador, se encuentran en Quito para solicitar la visa de trabajo. En la capital ecuatoriana se quedarán el tiempo que tarde la Embajada de Brasil, su destino final, en tramitar sus visados, normalmente entre
dos y cuatro meses.
La delegación diplomática de Brasil en Quito entrega cada mes alrededor de 200 visas a los haitianos, a un precio de 200 dólares. La demanda creció tras el terremoto de 2010. Jonas Guimarães Ferreira, ministro consejero de la embajada, explica por qué la capital de Ecuador se convirtió en un punto importante en el éxodo de los haitianos hacia América del Sur. Se trataba de frenar el flujo irregular de migrantes. “Los llevaban de Haití a República Dominicana, luego tomaban un avión a Panamá y otro a Quito para entrar en Sudamérica, por la simple razón de que Ecuador no les exige visado. Luego eran llevados a la frontera de Perú y Brasil, y así entraban por la Amazonía”, explica.
El Estado brasileño de Acre, y concretamente la ciudad limítrofe de Brasileia, se convirtieron en el punto de entrada de los haitianos que pedían refugio, y en poco tiempo la ciudad se colapsó. Para detener este flujo desordenado de migrantes, a los que las redes de tráfico de personas cobraban entre 3.000 y 7.000 dólares, el Consejo Nacional de Inmigración brasileño decidió en enero de 2012 otorgar un visado humanitario a los haitianos en Puerto Príncipe (Haití). Estableció un techo de 100 al mes.
Este límite, sin embargo, se quedó corto y Brasil decidió un año después eliminar los cupos y conceder visados en República Dominicana, Ecuador y Perú. Sin embargo, pronto se dejaron de emitir visados en República Dominicana, porque la gran cantidad de haitianos que vive en esa parte de la isla caribeña desbordó la oficina consular. La de Lima, en cambio, no tuvo mucha demanda porque los haitianos requieren un visado para entrar en Perú.
Ricardo Primo Portugal, jefe del sector consular en Quito, asegura que desde 2013 se han expedido en Quito 4.500 visados. Pero pese a todos los esfuerzos por regularizar la inmigración de haitianos, la ruta ilegal hacia Brasil sigue abierta, porque ningún haitiano que llega allí es deportado. Esto ha generado un efecto llamada. Actualmente hay 50.000 haitianos en Brasil, de los que 17.000 llegaron con un visado y solamente 14.000 han sido incorporados al mercado laboral, sobre todo en el sector de la construcción y la industria de la carne, según la oficina consular de Brasil en Quito. Las autoridades brasileñas han detectado, además, que miles de senegaleses se embarcan en la ruta de los haitianos desde Quito, a donde llegan vía Madrid.
La mayor parte de estos migrantes efímeros se ha asentado en el Comité del Pueblo, un barrio periférico del norte de Quito con alquileres que no superan los 150 dólares al mes, una cantidad que se pueden permitir. Su presencia no pasa desapercibida, el color de piel es una causa de rechazo en la sociedad ecuatoriana, que generalmente margina a sus propios negros e indígenas.
La presencia de los haitianos levanta suspicacias también entre los propietarios de las viviendas. Estos se molestan porque los inquilinos se multiplican semana tras semana. Rosario Caiza, dueña de un piso bajo en el Comité del Pueblo, dicen se lo arrendó a una pareja. Ahora ahí viven varias personas hacinadas. “Ya no sé bien ni cuántos viven en mi casa. Además, mis vecinos me dicen que por mi culpa la calle se ha llenado de haitianos”, apunta.
En el piso de Chiquito viven 15 personas y pese a ello parece vacío. Carece de muebles, solo hay un par de camas y varias colchonetas tiradas por todo el suelo. Las maletas de sus ocupantes están hechas como si fueran a marcharse inmediatamente, solo dejan fuera los zapatos y la ropa que han lavado y se está secando. Los hombres de la casa pasan los días charlando, oyendo música y jugando con sus celulares, y las mujeres en la cocina. Con excepción del domingo, cuando algunos van a las iglesias evangélicas de la zona.
Los haitianos que viven en el Comité del Pueblo no tienen dinero para salir a conocer la ciudad. Traen lo justo para solicitar la visa y pagar el resto del viaje. Algunos reciben el apoyo de los que ya están en Brasil, pero la mayoría se ha endeudado en Haití. En Ecuador no pueden trabajar porque entraron como turistas y nadie los contrata. Los pocos que se sacan algo de dinero lo logran en el sector informal, algunos venden jugos de coco y tamarindo en las plazas y parques. Otros se dedican a vigilar coches aparcados en las calles de la ciudad mientras esperan seguir su camino.
EL PAIS