Debido a la interrupción del servicio que Google prestaba en China, le recomendamos que provea otra dirección de correo electrónico”. Ese es el mensaje que aparece de forma automática en la página web de la aerolínea Hainan Airlines cuando el usuario introduce una cuenta de Gmail para que se le notifique sobre posibles incidencias en su vuelo doméstico.
Es solo un ejemplo de los mil obstáculos a los que se enfrenta el internauta que navega por la Red en el gigante asiático, donde la Gran Cibermuralla que el Partido Comunista ha construido para evitar cualquier tipo de contaminación ideológica de la población ha reducido el vasto ciberespacio chino a una intranet cada vez más aislada del mundo: las búsquedas no se hacen con Google, bloqueado paulatinamente desde que decidió dejar de censurar los resultados en 2010, sino con Baidu; Twitter y Facebook son inaccesibles, pero están las alternativas locales Weibo y Renren; lo mismo sucede con YouTube, que se convierte en Youku; WhatsApp funciona con intermitencias, pero WeChat va como la seda; y para el correo electrónico nada mejor que una de las características direcciones numéricas que proporciona QQ.
Hasta hace poco, la estrategia de China en Internet era meramente defensiva: la Gran Cibermuralla impide el acceso a páginas en las que el Gobierno considera que se almacena contenido inadecuado, un cajón de sastre en el que caben desde periódicos de información general como EL PAÍS hasta portales de pornografía, y filtra el resto de webs en busca de palabras clave y de direcciones IP prohibidas para determinar si existe peligro. En caso afirmativo, rompe la conexión del usuario con la página web. Es un sistema muy efectivo para mantener a la población china libre de cualquier influencia política o social procedente del exterior, y también ha propiciado el auge de empresas de Internet chinas en detrimento de las extranjeras a las que han copiado en muchas ocasiones. Pero el muro no está exento de fisuras.
No obstante, después de haber hecho la vista gorda durante años, en 2014 Pekín advirtió de que este software es ilegal y comenzó a bloquear los servidores de las VPN, una medida que no solo dificulta el establecimiento de las redes privadas sino que complica también transacciones empresariales legítimas. Y ahora ha decidido atajar también otro de los grandes quebraderos de cabeza de los censores: las páginas que sirven de espejo para otras que están bloqueadas. Reproducen el contenido de las primeras y lo alojan en dominios que no están vetados por las Autoridades, de forma que los internautas chinos pueden acceder a ellas sin problema. O, mejor dicho, podían. Porque, según el detallado informe publicado el pasado día 10 porCitizen Lab, un instituto de la Universidad de Toronto, China ha desarrollado durante el último año un sistema ofensivo que puede cambiar por completo el funcionamiento de la Red en el mundo: es el Gran Cañón.La más grande es la que abren las redes virtuales privadas (VPN en sus siglas en inglés), que se crean gracias a una tecnología que permite conectarse a servidores fuera de China para acceder a la Red sin las restricciones que impone Pekín. Además, este sistema, que también utilizan muchas empresas de todo el mundo por razones de seguridad, enmascara la dirección IP del usuario y hace que sea más complicado seguirle el rastro por el ciberespacio. Diferentes empresas ofrecen este tipo de servicios en China, donde una amplia comunidad de expatriados, empresarios, e incluso académicos pagan por saltar la Cibermuralla.
Según explicó en una entrevista concedida a CNN uno de los autores del estudio, Bill Marczak, el Gran Cañón no sólo puede atacar páginas web con código maligno e incluso poner en la diana las direcciones IP de usuarios individuales; con pequeñas modificaciones, también sirve para espiar fuera de las fronteras del gigante asiático: “Cualquier petición que un ordenador haga a un servidor en China, aunque sea simplemente a través de una página que muestra publicidad que se carga desde allí, puede ser secuestrada para espiar a los usuarios si no está completamente encriptada”, dijo. El informe concluye que el Gran Cañón, similar al sistema QUANTUM de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, “representa una notable escalada en el control de la información a nivel del Estado”, y añade que “supone la normalización del uso generalizado de un sistema de ataque para imponer la censura” en Internet y es “un precedente peligroso”.Se trata de un arma que sirve para atacar a páginas web, independiente de dónde estén alojadas, y lograr así que dejen de reflejar aquellas que incomodan al gobierno chino. Buen ejemplo de cómo funciona el sistema es la ofensiva que lanzó a finales de marzo contra GitHub, una biblioteca de código para programadores en la que GreatFire, una organización de expatriados chinos contra la censura, alojó varias webs espejo de medios de comunicación bloqueados en China. En un principio se creyó que se trataba de un ataque de negación de servicio (DDoS) al uso, pero el detallado análisis de Citizen Lab ha demostrado que fue algo diferente, mucho más sofisticado. El Gran Cañón se descubrió a sí mismo cuando interceptó una pequeña parte del tráfico que se genera el extranjero con destino al buscador Baidu -en torno al 1,7%- y lo redirigió a GitHub cargado con código malicioso. “Aunque la infraestructura del ataque es adyacente a la Cibermuralla china, el ataque fue lanzado desde un sistema ofensivo separado, con diferentes capacidades y diseño”, concluyen los investigadores de Citizen Lab.
Un directivo de un importante fabricante chino de teléfonos móviles, que habla con EL PAÍS bajo condición de anonimato, reconoce que el control sobre toda la información que circula en la Red se ha incrementado desde que el presidente Xi Jinping llegó al poder, en marzo de 2013. “Por un lado se nos prohíbe la inclusión de todos los servicios que proporciona Google, a pesar de que utilizamos su sistema operativo Android. Por el otro, tenemos que proporcionar toda la información que tenemos sobre la actividad de nuestros usuarios”, cuenta. De hecho, ahí reside uno de los principales puntos de fricción entre el gobierno chino y las empresas extranjeras de Internet. “Algunas, como Google, se niegan a cumplir la legislación local y no proporcionan información privada de sus usuarios, mientras que todas las empresas chinas lo hacen sin ningún tipo de problema porque de lo contrario se les acaba el negocio”, apunta el empresario, que considera estos ataques el preludio de una posible guerra cibernética.
Y los negocios no son los únicos que sufren. Esa frustración la comparten también académicos chinos, que tienen grandes dificultades para acceder a trabajos e investigaciones que son clave para el desarrollo científico del país. “En primer lugar, muchos de los artículos que busco no aparecen en Baidu, así que tengo que conectarme a la VPN para buscarlos en Google. Luego descargarlos es una tortura, porque la conexión se ralentiza muchísimo. Debido a la situación de Internet en China perdemos tiempo y somos menos competitivos”, sentencia un investigador de la Universidad de Fudan que tampoco quiere ser nombrado. El informe de la Cámara de Comercio Europea añade que un 13% de las empresas consultadas han decidido no establecer en China sus centros de Innovación y Desarrollo por esa razón. “Es incomprensible que vayamos hacia atrás en el ciberespacio”, apostilla el investigador.Sin llegar a ese extremo, esta coyuntura puede resultar especialmente dañina para la innovación en China. De hecho, la mayor parte de las empresas lamenta la imposibilidad de acceder a un Internet libre y critica los obstáculos que China pone en la Redpor el negativo impacto que tiene en sus cuentas de resultados. De hecho, según un informe interno de la Cámara de Comercio Europea, el 86% de las compañías encuestadas considera que las restricciones afectan negativamente al negocio, y un 80% cree que la situación ha empeorado desde que comenzó el año. “No es solo un inconveniente para las personas, también tiene un oneroso costo que muchas empresas cada vez tienen más dificultad en aceptar”, dijo el presidente de la institución, Jorg Wuttke, durante la presentación del estudio. “No es sólo un problema para los negocios extranjeros, sabemos que muchas empresas locales están igual de frustradas”, añadió.
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