A sus tres años de edad, Ibrahim pesa ocho kilos, el peso normal de un bebé de ocho meses. Víctima de la hambruna que azota el sur de Somalia, tiene que alimentarse mediante una sonda en el servicio pediátrico del hospital Banadir de Mogadiscio.
"Mi hijo está muy enfermo, ha tenido fiebre, vómitos y diarrea", explica su madre Rukyo Abdullahi, sentada a su lado.
"Le dimos medicamentos de una farmacia local, pero en cuanto los tomó su estado empeoró, como si la cabeza se le hubiera vaciado de sangre", añade, angustiada.
Rukyo llegó a la capital somalí la semana pasada, al cabo de 50 kilómetros de marcha desesperada en busca de atención médica para su hijo.
"No tengo dinero para atender a mi familia", cuenta, espantando con las manos las moscas que revolotean alrededor de su hijo, además enfermo de rubeola.
Como Ibrahim está demasiado debilitado para comer por sí solo, los médicos han tenido que introducir una sonda en su nariz.
La ONU declaró el estado de hambruna en tres regiones del sur de Somalia.
Al igual de Rukyo, unos 100.000 somalíes se han refugiado en Mogadiscio en los dos últimos meses, huyendo de la sequía que afecta a todo el Cuerno de África y, a distintos niveles, a 12 millones de personas.
Para Lulu Mohamed, jefa del servicio pediátrico del hospital Banadir, la situación actual es la peor desde la hambruna de 1992, un año después de la caída del dictador Siad Barre y el comienzo de una guerra civil que aún perdura.
"Desde entonces no habíamos visto a tantos niños malnutridos, y la tasa de mortalidad aumenta", explica.
Los insurgentes islamistas radicales shebab, que controlaban la mitad da la capital, partieron de la ciudad el sábado, para la gran sorpresa de todos.
Con su partida se albergan esperanzas de una mejor circulación y distribución de la ayuda humanitaria. Sin embargo, algunos de ellos permanecen en la ciudad, provocando enfrentamientos.
Por su lado, los cooperantes humanitarios hacen todo lo posible, pero aseguran que están desbordados por la amplitud de la crisis.
"Día tras día, la situación empeora a causa de la gente que llega, que sigue viniendo a Mogadiscio desde las regiones afectadas por la sequía", explica Adan Yusuf Mahadi, empleado en un centro de distribución de ayuda alimentaria de la ONG somalí Saacid.
"La gente está necesitada, precisa ayuda", constata.
Fuera de la ciudad, en el campo, la situación es peor, y el acceso de los cooperantes humanitarios es más limitado.
"En el sitio del que vengo la vida es muy difícil", confirma Rukyo, que abandonó la granja familiar, donde el ganado murió por no tener pasto.
"La ayuda no llega allí. No la recibimos nunca", dice la madre de Ibrahim.
EFE