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lunes, 28 de septiembre de 2015

Escuela de guerra y paz

El reciente acuerdo sobre justicia transicional firmado en la Habana entre el Gobierno y las FARC coloca a Colombia en la recta final del proceso de paz. En los últimos 30 años este país ha ido saliendo lentamente de un prologado infierno de violencia combinando el uso de la fuerza y las políticas de pacificación. Colombia desmanteló a tres poderosos carteles del narcotráfico que pusieron en jaque al Estado; acabó con Pablo Escobar, uno de los criminales más emblemáticos del mundo; desmovilizó cinco movimientos guerrilleros y desarmó a más de quince grupos paramilitares. Desde 1992 a la fecha, más de 70.000 paramilitares y guerrilleros han dejado las armas y ahora está al borde de lograr un acuerdo con sus últimas guerrillas. El Estado colombiano está muy cerca de alcanzar el monopolio legítimo de la fuerza y de establecer su autoridad en todo su territorio.
Teniendo a cuenta su pasado violento, Colombia es el país de Latinoamérica con más progresos en seguridad en la historia reciente. Cuatro factores se han combinado para lograr este resultado: el encadenamiento positivo de sus gobiernos en las políticas de seguridad, todos avanzaron sobre los resultados de quien los precedió; la transformación desde dentro de sus instituciones de seguridad y justicia; la combinación de fuerza con políticas de paz y el fortalecimiento del Estado para darle a este la capacidad de proteger a sus habitantes. Esto obligó a romper con el paradigma neoliberal de Estado famélico. Colombia cobró impuestos especiales a los ricos, multiplicó por cuatro su presupuesto y por cinco el tamaño de su fuerza pública. El resultado fue que su economía se cuadruplicó y pasó de ser un Estado casi fallido a ser un jugador global. Colombia no se propuso crecer para mejorar su seguridad, sino que mejoró su seguridad y creció. No le tuvo miedo al combate y no pretendió esconder lo que no se podía esconder.
El reciente resultado en la Habana es la conjugación de fuerza en el terreno, diplomacia en el exterior, paciencia e imaginación en la mesa y aprovechamiento de la oportunidad de un entorno alineado positivamente entre Washington, Caracas, La Habana, Quito, Bogotá, el Vaticano y la selvas de Colombia. Lo que falta es complejo, pero lo más difícil ya está pasando. Los retos de la pacificación son enormes, uno de ellos será convertir la negociación en cultura, porque la paz implica el reencuentro de viejos enemigos, la apertura de las heridas de miles de víctimas y enfrentar la realidad de la política como continuación de la guerra. Será como miles de negociaciones simultáneas, porque las diferencias no han terminado y hay que aprender a convivir con ellas. Todo esto en medio de continuar luchando contra la violencia criminal. Lo que ya ha pasado y todo lo que falta por pasar pueden convertir a Colombia en una de las más importantes escuelas de guerra y paz en el mundo.
Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.
EL PAIS