Veinte años después del último referéndum sobre la secesión de Quebec, la provincia francófona ha dejado de preocupar al resto de Canadá. En la campaña para las elecciones generales que se han celebrado este lunes, el soberanismo quebequés no apareció. El desplazamiento del poder hacia las provincias occidentales le resta influencia. No se prevé una nueva consulta a medio plazo. En el último medio siglo la norma ha sido elegir primeros ministros procedentes de Quebec.
Las elecciones fueron un referéndum, sí, pero sobre la figura del primer ministro, el conservador Stephen Harper, que tiene su feudo en la provincia occidental de Alberta. La campaña giró en torno a la economía y a cuestiones identitarias como el uso del niqab, el velo con el que algunas mujeres musulmanas se cubren la cara. De la identidad quebequesa, ni rastro.
"La cuestión nacional quebequesa no ha formado parte del paisaje político porque lo que se juega ahora no es la independencia de Quebec sino si queremos un Gobierno a la izquierda o a la derecha", dice, en un café del barrio universitario de Montreal, el politólogo Alain-G. Gagnon, especialista en federalismo y naciones sin Estado. "Los independentistas quebequeses, sin haberse vuelto federalistas, al comprometerse en la política federal quieren que triunfe la izquierda", añade. "Es como los escoceses que durante años han votado a los laboristas".
En Canadá, los federalistas, identificados con el Partido Liberal de Justin Trudeau, favorito este lunes según los sondeos, son los que defienden la unidad nacional. La preferencia progresista de muchos quebequeses es el NDP, el partido socialdemócrata liderado por un quebequés anglófono, Tom Mulcair.
La desaparición de Quebec en campaña puede tener causas más profundas, según el historiador Éric Bédard, que en 1995, durante el referéndum, fue portavoz de la coalición de jóvenes soberanistas.
"El peso estructural de Quebec dentro de Canadá no deja de disminuir. Así que [un partido] puede ser mayoritario en Canadá sin Quebec. En 2011 Stephen Harper lo demostró", dice Bédard. Ese año, Harper obtuvo la mayoría parlamentaria con sólo cinco diputados de Quebec. Esto habría sido difícil unos años antes, cuando un buen resultado en Quebec era necesario para obtener mayorías en Ottawa, la capital.
"En 1867 [año de la fundación de Canadá], Quebec representaba el 40% de la población de Canadá. Ahora, representa más o menos un 23%", continúa Bédard. Los debates sobre el encaje constitucional en Canadá, según el historiador, se vuelven "marginales".
Los dos referendos, en 1980 y 1995, los ganó el no a la separación. El último, por menos de 60.000 votos. Después de un dictamen del Tribunal Supremo, el Parlamento canadiense aprobó la Ley de la Claridad, que imponía condiciones estrictas para negociar la separación. El Partido Quebequés, que promovió las anteriores consultas, perdió el poder en las elecciones de 2014.
Desconexión emocional
Que no haya habido otro referéndum desde entonces no significa que la cuestión esté cerrada para siempre. "Los vínculos emocionales que existieron entre el Canadá francés y el inglés prácticamente han desaparecido", dijo en 2012 el intelectual Michael Ignatieff, candidato del Partido Liberal en las elecciones del año anterior. "No tenemos nada que decirnos unos a otros".
Gagnon expone un argumento similar cuando dice que la generación de quebequeses menores de 40 años, más cosmopolita que la anterior, ha desconectado de Canadá. Pero, al haber crecido en un ambiente en que la cultura y la lengua francesas estaban protegidas, esta generación no ve urgencia en la secesión.
La paradoja de las elecciones es que, mientras Quebec quedaba fuera de la campaña, tres de los cinco candidatos a primer ministro —Trudeau, Mulcair y el soberanista Gilles Duceppe, del Bloque Quebequés— son quebequeses. La belle province pierde peso, pero sigue contando. EL PAIS