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miércoles, 17 de agosto de 2011

Messi sí que es único

No hay Madrid que por ahora pueda con Messi, el mayor castigo de su historia. Ni siquiera cuando el equipo de Mourinho se aplica como nunca y el Barça aún tiene agujetas. Él, Messi, sí que es único, especial. Con el argentino al frente, el equipo azulgrana no tiene calambres y el Madrid, de una manera u otra, se camufle con un juego recortado o acepte el duelo con firmeza, acaba por sucumbir y se repliega a sus cuarteles tan ofuscado como fuera de sí, a la gresca con quien se mueva. Le ocurrió en la Supercopa, algo más que un trofeo veraniego. No hay debate entre este Barça y este Madrid que resulte intemporal. Cada reto esgrimista entre ambos parece el apocalipsis. Los azulgrana, por más que se aproxime su rival, llevan ventaja. Entre ellos nada es un asunto menor. El Madrid no regatea esfuerzos, pero este Barça es tan glorioso que, en el umbral de su cuarta temporada, Pep Guardiola ya es el técnico más laureado de la historia culé (11 títulos por 10 de Johan Cruyff). Fue su noche, la de Messi, la de Cesc y la de todo el barcelonismo. El Madrid todavía debe esperar.

El equipo madridista ha avanzado en su caza del Barça. Desde el 5-0 del pasado noviembre, no hay equipo que le incomode más que cuando Mourinho suelta el ancla y ordena al grupo encapsular al adversario en la periferia de Valdés. El fútbol del Barca es tan exclusivo que empieza en el portero. Ni él tiene derecho a maltratar la pelota. Advertida la hoja de ruta, el conjunto blanco se entrega a la causa con abnegación, con disciplina castrense. No hay mejor vía conocida para acercarse a este Barça imperial y todos sus chicos lo han metabolizado. Sin embargo, el Madrid no hace cumbre, tanto por ser víctima de su tendencia al arrebato desde el calentamiento como por los múltiples registros que se guardan los azulgrana en la chistera.

Respecto a lo primero, hubo pistas desde el silbato inaugural. El Madrid marca tanto al árbitro como lo hace su técnico al auxiliar desde su banqueta. No hay jugada, por absurda e intrascendente que sea, que no reclamen como legionarios. Los jugadores forman parte de la nomenclatura del mourinhismo y nadie discute la conveniencia de semejante grado de excitación. Es un desgaste mental que provoca que, hasta en sus mejores momentos, en su plenitud durante el juego, se produzcan interferencias nada propicias para el juego de los blancos. Un ejemplo cualquiera: ahí estaba Ramos, apenas a los cinco minutos, desmelenado porque Villa no tomaba la distancia reglamentaria en una falta laterla. Y a su sombra, en el perímetro de los entrenadores, Mou, desquiciado.

Al margen de su obcecación con las peladuras de un partido, el Madrid también pagó la excelencia azulgrana. No es que el Barça, aún embrionario a estas alturas, se desplegara como el orfeón que suele ser. Pero, como ya hiciera en Chamartín, tiene respuestas individuales para maquillar sus atrofias puntuales. Arrestado en su campo desde el inicio, de repente, por primera vez, irrumpió Messi, que es mucho más que un azote en el área rival. Messi es lo que quiera y hasta puede ser Xavi y hacer que a su alrededor el juego gire como un reloj. Así adivinó el tiralíneas de Iniesta, que le suplantó por el carril del ariete y definió ante Casillas como un ángel. De repente, una vez más, como ya ocurriera en la ida, el mejor, el Madrid hasta entonces, estaba en desventaja. Un guiño de Messi a Iniesta y el equipo de Mourinho, tan aplicado como estaba en asfixiar al Barça en su propio campo, otra vez a remolque.

Ante el asombro madridista, apareció Cristiano, que rebañó la pelota tras un saque de esquina y dio sosiego a los suyos. El propio delantero luso exigió de nuevo los mejor de Valdés unos minutos después, como en un suspiro haría Özil. El Barça no encontraba la salida. Tocar el violín, como acostumbra, requiere chispa y, por ahora, el depósito está justo, muy justo. Lo contrario que el de su gran rival, que tiene otra cruzada en las entrañas.

Con el viento a favor, al Madrid le faltó finura, ese punto de frialdad que tanto distingue al Barça, por ejemplo. Demasiado impulsivo, el grupo visitante no supo buscar las cosquillas de su contrario. Al límite, en lo físico y en lo mental, no encuentra la pausa necesaria. Le sobra potencial futbolístico, pero se despliega ante el Barça con más amargura que sutileza. Enredado en la ofuscación, no fue capaz de sacar provecho de su gobierno. Y otro solo de los azulgrana se lo hizo pagar. A este equipo le sobran romanceros. Así que un central como Piqué es capaz de asistir de tacón a un colega en el área del adversario. El arte de lo imprevisto. Deslumbrante. No para Messi, que la vio venir y desabrochó a Casillas.

Mourinho, visto el accidente, cambió el mecano. En el descanso dio carrete a Marcelo en detrimento de Khedira. Una fórmula para mantener a Coentrão, titular ayer, en el campo. Entonces, como mediocentro, porque al portugués, el fichaje más caro del Madrid, se le busca acomodo. En el Camp Nou, igual de irrelevante fue en los puestos que ocupó. Con los cambios, el encuentro se trabó. Espeso el Barça, al Madrid, hipertenso, le costaba esponjar el juego. Hasta que del devenir laberíntico del choque sacó partido Benzema con un gol sintomático, fruto de una cadena de rebotes, justamente como estaba por entonces el duelo, sin nadie que tirara de las riendas.

El empate de Benzema dio paso de inmediato a la presentación de Cesc y a la irrupción de Keita. Desenchufado el equipo, retirados Pedro y Villa, Guardiola optó por estirar la manta en el centro del campo a costa de reducir el ataque a Messi. El Barça de hoy va en reserva. Pero le queda Messi, que en el primer gol con Cesc por el medio despachó a última hora al Madrid, de nuevo frustrado. Lo simbolizó Ramos, fuera de sí a última hora tras el 5-0, y anoche Marcelo, que arremetió con saña contra Cesc en el instante final, lo que originó una bronca en la que se vio involucrado hasta Mourinho. Más pólvora para esta riña con un guion clásico: gana el Barça y se enfurece el Madrid.

EL PAIS