Revista Semana: El anti Chávez
El triunfo de Henrique Capriles Radonski en las elecciones primarias de la oposición venezolana, el domingo 12 de febrero, estaba cantado pero a la vez fue sorpresivo. Las encuestas predijeron el resultado y los analistas lo dieron como un hecho después de la alianza con Leopoldo López, el tercero en la fila. Pero nadie previó la magnitud de la victoria ni la contundencia de la votación. La participación, cercana a los 3 millones de sufragios, duplicó los cálculos más optimistas que rondaban por el orden del millón y medio de electores.
Semejante votación fortaleció la imagen de Capriles y valorizó sus posibilidades de derrotar a Hugo Chávez en la elección presidencial del 7 de octubre. Hasta ahora se decía que el escenario político había cambiado en contra del chavismo y había interrogantes sobre el desgaste que ha sufrido el presidente después de 13 años de gobierno, una situación económica catastrófica y una enfermedad grave cuya verdadera magnitud se desconoce. Pero ahora, después de las primarias, la confianza de la oposición se disparó y la visión de analistas nacionales y extranjeros coincide en que la hipótesis de la salida de Chávez por la puerta electoral, que se había considerado impensable hasta hace algún tiempo, no es para nada absurda.
Capriles es un luchador nato y ha demostrado ser un buen candidato. Ha ganado todas las elecciones en las que ha participado -"estoy invicto", le dijo hace poco a SEMANA- y algunas de ellas no eran fáciles. En especial la de la Alcaldía del municipio Baruta, que forma parte de Caracas, cuando tenía solo 28 años, y la última en 2008, para la Gobernación de Miranda, en la que venció a Diosdado Cabello, la mano derecha de Hugo Chávez, que había contado con el apoyo político y con la chequera del gobierno nacional.
Los éxitos electorales de Henrique Capriles se explican en parte por su talante político. Es un hombre comprometido y convencido de sus talentos, que respira política desde niño. En la campaña para las elecciones primarias se diferenció de la mayoría de sus rivales por su posición moderada frente a Chávez. En dirección contraria a María Corina Machado y Diego Arria, que denunciaron los excesos autoritarios de la Revolución Bolivariana y sus consecuencias negativas para la democracia, Capriles evitó una confrontación directa. "Nosotros no pretendemos llegar al gobierno a acabar todo. Lo que consideramos que es bueno vamos a dejarlo", dice. Y ha escogido con cuidado las líneas de continuidad y las de cambio. La lista de lo que echaría para atrás está encabezada por las nacionalizaciones y las expropiaciones, y el manejo de la política petrolera para abrirle campo a la iniciativa privada. En política exterior ha anunciado su intención de regresar a la Comunidad Andina de Naciones. Pero, al mismo tiempo, asegura que conservará las políticas sociales de la era bolivariana y resalta, sobre todo, los logros alcanzados en educación y en salud.
Capriles fue el menos antichavista de los precandidatos. Desde el punto de vista de su ubicación ideológica tiene un perfil que parece más construido en función de su conveniencia política, que de profundas convicciones. Llegó al Congreso, por primera vez, empujado por el tradicional partido Copei, pero niega su afiliación a esa fuerza asociada con el pasado. Forma parte de Primero Justicia, una colectividad que se autoproclama como de centro, creada después de la llegada de Chávez al poder con la intención de copar el espacio electoral que habían dejado los partidos tradicionales, Acción Democrática y Copei. Pero hace frecuentes declaraciones de admiración a la izquierda moderada del expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
El discurso conciliador ha demostrado un gran potencial en el panorama político venezolano actual. Los candidatos más radicales en las primarias de la oposición -Machado y Arria- no llegaron, sumados, al 5 por ciento. La polarización entre chavistas y antichavistas parece ser el terreno preferido por el actual presidente, que ya la semana pasada intentó provocar a su nuevo rival, Henrique Capriles, presentándolo como el abanderado de la oligarquía y los yanquis. En lugar de caer en el juego, Capriles intenta aferrarse a su posición conciliadora: "Aspiro a ser el presidente de todos, de los amarillos, blancos, de los verdes, de los azules, naranja, rojos… y de los que no tienen color", dice. La verdad es que una eventual victoria de la oposición sería casi imposible con una estrategia basada en el sentimiento antichavista. Capriles Radonski no se ha matriculado en ningún extremo y repite con satisfacción que podría quitarle apoyos electorales al presidente, gracias al respaldo del grupo chaca-chaca, chavistas con Capriles. Las posibilidades de triunfo del candidato de la oposición dependen, en buena medida, de su capacidad de atraer al chavismo desilusionado. Y para eso no serviría un discurso muy radical contra el actual mandatario.
De hecho, hay una dosis de chavismo en la forma y en el empaque del candidato Capriles. Es demagogo -incluso populista, dicen algunos-, y tiene pocos lazos con el sistema político bipartidista del pasado cuyo desprestigio le ha servido al actual presidente para presentarse como un líder de cambio. Su edad, 39 años, y su personalidad, no tienen nada que ver con los Calderas, Lusinchis, y Pérez de la Venezuela anterior a Hugo Chávez. Durante las inundaciones en el estado de Miranda, del cual es gobernador, el año pasado visitó las zonas afectadas, se metió al agua y recorrió las zonas devastadas para marcar un llamativo contraste con Chávez, quien hizo sobrevuelos en helicóptero y proyectó una imagen de indiferencia y distancia. En las elecciones del próximo mes de octubre el presidente difícilmente va a poder echar mano de la receta con la que ganado más de diez elecciones: plantear un dilema entre Chávez y el pasado corrupto.
El escenario actual, de hecho, es el que anhelaría cualquier estratega de un candidato de oposición. La inflación venezolana es la más alta de América Latina, lo mismo que los índices de inseguridad, sobre todo en Caracas, y el desempleo está entre los más elevados del continente. Si Chávez, como lo demostró con su reacción al triunfo de Capriles, buscará identificar a su rival como parte del pasado prerrevolucionario, este último intentará que el electorado exprese su aprobación o rechazo a la gestión del actual gobierno. En cualquier país, bajo circunstancias normales de plenas garantías, la reelección sería muy difícil. Ya es larga la lista de países en los que la mala situación de la economía ha tumbado gobiernos en los últimos dos años, o ha obligado a una rotación del partido que está en el poder.
Pero Venezuela no es un país en circunstancias normales y los retos de Henrique Capriles Radonski son mayores a los de un retador cualquiera. Para empezar, el debate no será equilibrado. Es verdad que Chávez, hasta el momento, no ha acudido al fraude para ganar elecciones, y es poco probable que lo haga en octubre por primera vez. La presión internacional haría insostenible su presidencia si acude a la trampa de alterar el número de votos depositados. También es cierto que Chávez ha perdido dos elecciones -la del referendo que establecía la reelección permanente, en 2007, y las regionales de 2010, en las que los candidatos de la oposición recibieron más votos que los del chavismo- y que ha aceptado las derrotas.
Pero una cosa es no acudir al fraude burdo y otra, muy distinta, que haya garantías para todos. El presidente bolivariano ha demostrado, en el pasado, que no tiene límites a la hora de utilizar el presupuesto oficial y los recursos del Estado en función de sus objetivos electorales. En 2004, en la campaña para el referendo revocatorio, logró voltear las encuestas que en un principio lo desfavorecían a punta de gasto público en favor de los más pobres y de las famosas misiones que con apoyo de Cuba les llevaron servicios de salud a miles de electores que nunca habían visto un médico. Ya se sabe que en los próximos meses Chávez iniciará una nueva misión, concentrada en el tema de seguridad. Y sin duda, con petróleo caro y Pdvsa politizada, se dedicará a gastar. La chequera de Capriles, en cambio, está desgastada después de la larga campaña para las elecciones primarias. En lo que se refiere al otro gran activo de una campaña, el acceso a los medios de comunicación, también hay un enorme desbalance. Los que respaldan a la oposición son más impresos que electrónicos. Chávez controla todos los medios estatales, abusa de las llamadas 'cadenas' (interrupciones de la programación para transmitir sus actos oficiales y sus 'Aló presidente') y, como si fuera poco, inunda la agenda noticiosa con sus declaraciones, decisiones y actos de gobierno.
La plata y los medios no serán los únicos problemas para el candidato de la oposición. La Mesa de Unidad Democrática, que reúne a casi 20 partidos, tendrá que demostrar que sí puede actuar de manera coordinada para lograr los nueve millones de votos que se requerirán para ganar. El esquema, diseñado a la manera de la concertación que derrotó en Chile a Pinochet, funcionó para llevar a cabo las elecciones primarias, con debates civilizados entre los precandidatos y con el compromiso de todos de apoyar al triunfador. Pero no se puede dar por descontado que las maquinarias de tantos partidos funcionarán en torno a un candidato que no proviene de sus filas.
En varios estados, la competencia entre los precandidatos dejó heridas abiertas en quienes apoyaban una u otra opción. Capriles deberá sanarlas en los próximos ocho meses. Y aunque hay un programa de gobierno único y pactado, en la Mesa hay partidos tradicionales, nuevos, de derecha y de izquierda, que tienen diferencias ideológicas y que hasta ahora solo han tenido, como punto de convergencia, el propósito de sacar a Chávez del poder. ¿Bastará ese argumento para construir la unidad que se necesita para la batalla contra un candidato que tiene carisma y arraigo popular?
Chávez se mueve como pez en el agua en campaña electoral. Nadie sabe si sus problemas de salud han debilitado los bríos de otras batallas, pero esta semana volvió con su tono vehemente de siempre. Y de hecho, con el discurso reeditado contra la oligarquía y contra el pasado. Sin duda les apuntará a los talones de Aquiles de su competidor: su falta de arraigo popular y su origen de clase alta. E intentará convertir en problemas sus virtudes: asociará, por ejemplo, la juventud con falta de experiencia. E investigará cada contrato y cada acto administrativo que firmó en la Alcaldía de Baruta y en la Gobernación de Miranda. Ya el chavismo ha insinuado que Capriles favoreció a amigos y familiares. Y, sin duda, durante la campaña tratará de refrescar la memoria colectiva sobre los meses de carcelazo que pagó el ahora candidato de la oposición después del golpe de abril de 2002, cuando fue acusado de asaltar la embajada de Cuba en Caracas.
La oposición está envalentonada, pero una actitud excesivamente triunfalista la podría llevar a desconocer sus puntos débiles. Y Chávez no será un hueso fácil de roer. En las encuestas hechas antes de las primarias Capriles nunca superó el 40 por ciento y, aunque por estos días debe haber recibido un empujón, sería prematuro determinar que su actual nivel es sostenible, o que es suficiente para derrotar al presidente. Lo único que se puede decir, por ahora, es que en el largo pulso que han sostenido Chávez y la oposición, nunca el primero había estado tan débil y, la segunda, tan fuerte. Capriles está muy lejos de poder dar por segura su victoria en octubre. Pero es el único, en 13 años, que tiene posibilidades reales de sacar a Chávez del poder por la vía electoral.