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sábado, 14 de julio de 2012

Análisis DPA: el miedo a las masacres aterra pero la población siria resiste


DPA) – En la pequeña localidad de Al Qusayr, la masacre de Tremse, en la provincia de Hama, ha conmocionado a una población que lucha por sobrevivir cada día con el miedo en el cuerpo desde hace un año y cuatro meses, cuando comenzó la revuelta, y que ha sido bombardeada a diario desde el exterior por las tropas del Bashar Al Asad.
“He hablado por skype con uno de los supervivientes de Tremse y hasta ahora han recogido el nombre de 74 fallecidos », explica Mohamed, uno de los miembros del “Media Center” que han instalado Al Qusayr para difundir la represión del régimen.
El Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH) eleva esa cifra a 200 personas, la mayoría civiles, muertos por los bombardeos desde tanques y rematados por las temidas “shabiha”, las milicias sanguinarias que hacen el trabajo sucio del Gobierno. Aquí saben bien de lo que hablan, la población ha quedado reducida a 400 personas desde que estalló la guerra y se ha tenido que instalar un nuevo cementerio para los “shaheed” (mártires), porque el que había se quedó pequeño. Los francotiradores de Al Asad, instalados en dos edificios altos de la ciudad, se siguen cobrando vidas a diario. Los vecinos dan por descontado que en todas las familias hay algún muerto y por eso directamente preguntan cuántos.
“Doce personas de mi familia de Baba Amro están en el Paraíso (donde van los mártires, según el islam)”, cuenta Omar, un joven de 21 años que ha vendido su compañía en Dubai por 60.000 dólares que ha donado a una de las “katibas” (brigadas) del Ejército Libre Sirio (ELS) que luchan en la provincia de Homs, a las que se ha unido. “La familia de Al Assad tiene que acabar muerta”, afirma convencido.
Abu Salem, uno de los primeros que salió a las calles a protestar contra la corrupción del régimen en Al Qusayr, opina de igual modo, “Ojalá le maten en Damasco, uno de sus hombres. Que no se vaya a Rusia ni a Irán, que muera como Gadafi”.
En su casa hay tres familias viviendo, sus casas han sido destruidas por las bombas de Al Asad. “Es como si viviéramos en una prisión gigante”, dice Fátima, una joven profesora de inglés de 24 años. “Bashar es un monstruo, no es un ser humano. Si no, no haría esto con nosotros. Cuando caen las bombas no sabemos qué hacer, somos como ratoncillos. Los niños lloran y algunos tienen pesadillas, el otro día mi sobrino soñó que Al Assad le clavaba un cuchillo en el estómago”, asegura.
Fátima y los suyos han decidido no huir, “la situación es muy difícil porque si sales vivo de aquí, te pueden matar por el camino o en la frontera con el Líbano”. Las tropas del régimen han reforzado el paso hacia el país vecino, donde el ELS realiza operaciones esporádicas para eliminar los controles de las principales carreteras.
Los habitantes de Al Qusayr conviven con el terror. El 70 por ciento de las casas están destruidas y el bombardeo continuo, desde hace tres meses, obliga a extremar las medidas de precaución. Casi no salen de casa, “y hoy ni siquiera hemos hecho la cola para conseguir pan, porque había un avión haciendo fotos”, explica Fátima. En su casa han roto los cristales de las ventanas para evitar que les maten si hay una explosión, y muchas otras familias instalan parapetos improvisados con maderas en las ventanas. Algunos pasan la noche en los sótanos de las escuelas, mientras otros construyen un búnker a fuerza de pico y pala para poder tener dónde resguardarse.
Unas veinte personas trabajan en el hospital clandestino como personal o voluntario, y la mayoría de los hombres jóvenes se ha enrolado en las filas de los rebeldes, mientras las pocas mujeres que quedan cosen banderas, insignias o uniformes para los combatientes. Tres cuartas partes de la población de esta ciudad, parcialmente tomada por el Ejército Sirio Libre, ha huido.
La vida sigue y a veces en un mismo día se dan situaciones entre el llanto y de alegría, como bodas y funerales que deben celebrarse a toda prisa evitar ser víctimas de los bombardeos indiscriminados y aleatorios. La semana pasada, una pareja se casó tímidamente en el interior del sótano de la escuela en la que llevaban cuatro meses refugiados, mientras unas calles más allá enterraban a un miembro del “Geish al Hor”, el Ejército Libre Sirio. El sepelio, antes multitudinario y con cánticos y largos rezos, apenas duró diez minutos.