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jueves, 18 de julio de 2013

Un periodista amenazado por los Zetas dio la primicia sobre la captura de Z-40

Era 2007. Llovía en el Distrito Federal. Alfredo Corchado, jefe de la oficina en México del Dallas Morning News, estaba por salir a cenar. De repente, una llamada. Al otro lado, un agente de inteligencia del Gobierno de Estados Unidos.
- “¿Dónde estás?”
- “En México”.
- “Quieren matar a un periodista estadounidense en las próximas 24 horas. Salieron tres nombres. Yo creo que eres tú. En tu lugar me iría”.
- “¿Qué? ¿Quiénes?
- “No te puedo decir más porque no sé más. Pero puede ser muy serio. Es un asunto de los Zetas”.
Clic.
La anécdota es el punto de partida del libro Midnight in Mexico(Medianoche en México, Penguin Press, 2013). El autor de la amenaza era Miguel Ángel Treviño Z-40, el temido líder del sanguinario cartel mexicano de Los Zetas, detenido ayer lunes en Tamaulipas, a unos kilómetros de Nuevo Laredo. Y justo fue Corchado, el único periodista extranjero al que había amenazado, el que dio la primicia de su detención.
Treviño, el más sanguinario de los Zetas, es descrito como el Chacal. O el demonio mismo. Corchado recuerda en un pasaje del libro que el Z-40 solía morder el corazón de una de sus víctimas —aún vivas— porque pensaba que lo haría invencible. O que seleccionaba a sus sicarios obligándoles a disparar a una persona al azar. “Si no lo hacía, una de dos: o le pegaba un tiro en la frente o lo ponía en un puesto de control. Dependía de su humor”.
Corchado dejó San Luis de Cordero, un pueblo a 1.000 kilómetros al norte del Distrito Federal, cuando tenía solo seis años. Después de la trágica muerte de una de sus hermanas, su madre decidió abandonar el país y unirse a su padre, que trabajaba de bracero en California. “Y de repente aparecí en medio de un campo de melones en el valle de San Joaquín”, explicaba unos días antes de la captura, en entrevista con este diario.
Desde entonces, México se convirtió en su Ítaca: el destino al que un día volvería sí o sí. Describe con una profunda nostalgia las fiestas, olores y canciones que dejó atrás. Que su tío enterró el cordón umbilical de él y sus hermanos para “obligarles” a volver. Que el Huapango de Moncayo resume como pocas canciones “la sensación agridulce de ser mexicano”. Y más en su caso, explica. “Soy un hijo de la frontera”.
Pero Midnight in Mexico también narra el trepidante paso de Corchado a través de las cloacas de la mafia mexicana, con un estilo digno de una novela de detectives. En 24 años de carrera profesional en México, observó que su agenda, ocupada por temas migratorios y la naciente democracia en el país, se transformaba en una oscura trama de terror. La amenaza que llegó por teléfono fue la más evidente, pero no la primera. En Nuevo Laredo, el lugar de origen de Treviño, recibió otro “aviso” a través de una banda de desconocidos que le ofrecían un tequila mientras le amenazaban.
“Siempre quise ser uno de esos mexicanos que se concentran sólo en la belleza de su playas, el cariño de su gente y la riqueza de su cultura”, escribe. Recuerda sus charlas con Miguel Monterrubio, director general de Comunicación Social de la Secretaría de Gobernación. Recuerda su optimismo. Monterrubio murió cuando la avioneta en la que viajaba junto con otros funcionarios, entre ellos el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, se estrelló en la capital mexicana.
“Han muerto tantos. Ya nadie lleva la cuenta”, recuerda que le dijo el agente de inteligencia estadounidense que le había advertido de la amenaza en su contra. Corchado fue uno de los primeros en informar sobre La Línea, un sanguinario brazo armado del cartel de Juárez. También obtuvo el vídeo que mostró, en 2006, la decapitación de supuestos miembros del cartel de Sinaloa a manos de Los Zetas, una de las primeras pruebas de sus atroces métodos.
“A veces me pregunto si ha valido la pena, por todo lo que han pasado mis padres, mis amigos, mi novia… pero es que no hay manera de mirar hacia otro lado”, explica por teléfono. Cuenta que solía reñir con su madre sobre el futuro de México, porque él estaba convencido de que el sitio que había abandonado a los seis años tenía posibilidades de salir adelante. “El sueño del ya merito”, cuenta entre risas.
Acepta que el día de la sombría llamada pensó que su madre tenía razón. Pasó un par de años en Estados Unidos, pero decidió volver. “Lo mío con México es personal”, afirma. Señala a la frontera entre Estados Unidos y México, la cicatriz descrita por Carlos Fuentes, como su hogar. Recuerda entre risas un comentario de una entrevista anterior —que, afirma, le ganó algunas críticas—: “Tengo el cerebro estadounidense y el corazón mexicano”. Doble condición que ilustra otra anécdota del libro.
- “Te tengo dos noticias: una buena y una mala. La buena es que ellos no se van a meter con un periodista norteamericano”.
- “¿Y la mala?”
- “Que tú no pareces norteamericano”.