Hace una década, en los últimos meses de la segunda intifada, cuando una bomba estallaba en Tel Aviv, el pánico cundía en las calles ante la recurrencia de los ataques palestinos, y las investigaciones de la Policía y el Ejército de Israel se centraban inmediatamente en células armadas en Cisjordania o Gaza. Hoy, sin embargo, cuando una nueva explosión sacude las calles de una de sus ciudades, los israelíes dan por sentado que una de las siete grandes familias mafiosas del país es responsable del ataque, y que probablemente los fallecidos son asociados de un clan rival en unos ajustes de cuentas que en los últimos meses han aumentado notablemente en frecuencia e intensidad.
Israel es un país fortificado y de sobra preparado para hacer frente a las amenazas de Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza o Al Qaeda en el Sinaí. Pero de puertas adentro, la Policía israelí ha quedado desorientada, sin los recursos suficientes o la preparación necesaria para contener este ascenso del crimen organizado. Según fuentes policiales, desde octubre pasado ocho personas han muerto en 12 ataques mafiosos, según la policía. La prensa israelí eleva a 20 la cifra de agresiones. En muchos casos se emplean unos explosivos que han sido robados en bases del Ejército israelí.
Solo en la segunda semana de febrero tres coches bomba estallaron en las inmediaciones de Haifa, Tel Aviv y Petah Tikvah, con un saldo de tres fallecidos. En la última de las tres localidades, dos hombres murieron en lo que en jerga policial se conoce como ‘accidente de trabajo’, pues estaban trasladando explosivos para atacar a un clan rival, pero estos estallaron de forma accidental cerca de un colegio y una guardería. EL PAIS