Eintinü Jaña Añu Anaishi. Ani Teye Wureisi Atencio, Numo Antaru Win,
Achon we Keichikar. Bienvenidos y
Bienvenidas Gente Hermosa. Aquí está Gretzy Atencio, de Santa Rosa de Agua,
Somos hijos de la luna.
Hoy nos convoca la reflexión
siempre oportuna sobre un tema que cada día cobra mayor fuerza, por sus
distintas dimensiones. Hablar de “resistencia” es siempre hablar de lucha por
la reafirmación de nuestra identidad, de aquello que nos explica y nos
contiene.
Casi siempre, en nuestros
discursos conmemorativos del 12 de octubre, abordamos el tema desde su
perspectiva histórica y política, lo cual es sumamente importante; sin embargo,
nos resulta interesante tratar este desde su base espiritual, visión que hoy he
querido compartirles, toda vez que en nuestros tiempos de cambios hay, sin
duda, otros mecanismos de sometimiento que trascienden la dominación de
cualquier imperio.
Ciertamente, los distintos
procesos de colonización que sufrieron nuestros pueblos por parte del Imperio
Español, hace más de cinco siglos, se tradujeron no solo en expoliación de
nuestras riquezas naturales y del exterminio de grandes grupos étnicos que ya
poblaban el territorio; del saqueo material de nuestros recursos; sino que
también se produjo esa suerte de despojo espiritual, que incluso, nos hizo
sentir avergonzados de nuestras creencias, cosmogonía y prácticas muy propias
de nuestra espiritualidad ancestral, tan rica y diversa.
Cuentan mis abuelos que los
grupos Arawak, los Añu en el Lago y los Wayúu en las arenas, guardaban una
relación de amor profundo a todo lo que
viniera de la tierra, del viento, de las aguas y el fuego. Los rituales más
hermosos eran hechos en ofrenda a la planta vital y esas antiguas ceremonias
eran expresión de una profunda espiritualidad.
El aire era poseído por aromas
de inciensos autóctonos como el cari cari, palo de olor perfumado, también usado para repeler
plagas, que era encendido dentro de las hermosas vasijas de barro o amúshi, colocadas
en circunferencia alrededor de piówi, sitio para la danza y el rito. La danza
del cazador flechero, donde un hombre armado de arco y flecha perseguía a otro
disfrazado de animal, dando saltos elevados y correría hasta quedar exhaustos,
para terminar juntos bebiendo agua del mismo jagüey. También hacían el baile de
los carrizos, donde toda la comunidad, mujeres y niños marchando en filas
circulares, hacían sonar las flautas ancestrales imitando los sonidos del viento de la selva tropical.
Y así como estas expresiones que
les acabo de mencionar hay muchas que hoy podemos trabajarlas, recrearlas y
socializarlas a nivel educativo y cultural.
Como les iba diciendo, así
transcurrían los días en Maracaibo, en aquellos tiempos de paz y felicidad.
Cada nación con su espacio propio, suficiente para existir con dignidad y
amarse como ordenaban las sabias y sagradas leyes de los antepasados que todo
lo crearon. La generosidad de la naturaleza se había detenido en dotar esta
región con la infinita bondad de una madre que aspira para sus críos,
simplemente lo mejor. Así eran las gentes en la tierra del lago, hasta sentir
en su médula, la herida profunda que viene lejos del mar. En contraposición a
esto hoy también resiste el Lago a nuestra desidia, indolencia, a nuestra
incapacidad. Nos invade la basura, en el mismo sitio donde estamos que era una
bahía, un paraíso que podemos sentir si nos unimos más, si aniquilamos nuestros
egos y trabajamos en colectivos sin tanto afán de poder, que el verdadero poder
sea elevar nuestro nivel de consciencia conviviendo en armonía con la pacha
mama y el cosmos. Así ya hemos alcanzado la trascendencia.
Hoy, nuevos imperios y nuevas
formas de sometimiento, sutiles y sofisticadas, nos ponen en frente de una
nueva realidad. Se trata de esa colonización mental que no necesita bayonetas,
espadas, pólvora o drones para someternos, y cuyos resultados son tan letales
material y espiritualmente.
Evidentemente, nuestros pueblos
aún siguen siendo saqueados, sin lugar a dudas, el petróleo, por ejemplo,
recurso que ha permitido el “desarrollo” de importantes países, es una muestra
palpable de esto que decimos. Eso no solo lo sabemos sino que lo padecemos… Y
en ese sentido, ya no hay expedicionarios que a buen viento y buena mar, y con
la bendición de rey o reina alguna, se lancen al océano en busca de nuestro
oro, flora, especias, entre otros recursos.
Hoy, la técnica y la ciencia,
por ejemplo, han permitido que aviones no tripulados, o drones, vuelen rasante,
en los cielos nocturnos de pueblos insomnes; bombardeando y destruyendo todo a
su paso no sólo en busca de este recurso, que bien el poeta y escritor
venezolano llamó el excremento del diablo, sino que, y sobre esto queremos
llamar la atención, arrasando toda una cultura para lograr el exterminio
espiritual de estas y así sean terreno fértil para estas nuevas formas de
colonización y sometimiento.
Pero dejemos ese tema de lado,
no por menos importante, o porque de el sepamos demasiado; sino porque de ese
tema de la “resistencia” y la colonización como su contraparte; se desprende una dimensión que también vale la
pena reflexionar y considerar.
Quizás por eso nos resulta
importante preguntarnos hoy, ¿qué nos somete a cada uno de nosotros en nuestra
estricta individualidad, en ese plano personal donde los drones y las naves
españolas, aunque expliquen buena parte del problema, no son exactamente los
que ejercen ese dominio sobre nosotros/as? De ningún modo se propone obviar la complejidad y profundidad de ese
tema, del que tanto se ha dicho; sino más bien, revisar otras aristas
igualmente complejas y que nos compromete en lo personal.
En ese sentido, debemos
reconocer que la alienación resultó, al igual que la muerte y la destrucción,
un producto perverso de ese proceso de colonización, proceso de alienación al
que muchos hacemos resistencia, y que para otros, resulta no menos que
inadvertido. Es más, hay quienes se resisten a creerlo…
Una cultura alienada también
oprime. También genera mecanismos de dominación. Por eso el capitalismo, por
ejemplo, se ha servido de la industria cultural para mantenernos dominados y
reproduciendo su estilo de vida, ese mismo que nos somete a formas que incluso,
no son nuestras… Y en ese aspecto, la pretensión ha sido homogenizarnos,
negando con ello, incluso, nuestra diversidad… Un sistema cultural que nos dijo
que la coca cola y no la libertad eran la chispa de la vida o que bellas son
las mujeres rubias y esbeltas y no nuestras indígenas, cuyos rasgos se
distinguen del caucásico que se nos ha pretendido imponer desde los “certámenes
de belleza”…
¿Y resistimos a ello?, ¿cuántas
de nuestras mujeres han quedado para siempre dormidas en los quirófanos soñando
con parecerse a la miss de la revista y no a su madre o abuela? Una especie de
negación o vergüenza genética o biológica. Recuperar la memoria histórica así
como nuestra identidad deber ser un verdadero proceso de liberación. Por tanto,
es importante resistirse a estos procesos de homogenización hasta del concepto
de lo bello.
Hoy seguimos resistiendo, claro;
y no solo resistimos como pueblo que desea liberarse de la dominación
extranjera que por siglos nos ha violentado; sino que también resistimos cada
uno de nosotros en nuestros procesos internos.
Resistimos a prejuicios, a dogmas, a miedos que ponen en conflicto
nuestra propensión natural a la libertad. En ese sentido, Bolívar hablaba de
que nos habían dominado más por la ignorancia que por la fuerza, de ahí que
muchos de nuestros hombres y mujeres no ofrezcan resistencia alguna sino que
por el contrario, condenan a quienes han decidido tomar la ruta de la
autoliberación.
Es importante, llegados a este
punto, que iniciemos ese proceso de autoconocimiento, de nuestra individualidad
y del mundo del que formamos parte, para resistirnos a tomar por cierto lo dado
como si de una verdad se tratara; sino que la duda, como mecanismo de
resistencia, nos lleve al conocimiento y este a la liberación. Resistirnos a la
ignorancia que nos domina es cuestionar, es no aceptar lo dado como algo
inequívoco o veraz, es fomentar nuestro espíritu crítico.
Resistir, es encontrarnos en lo
que somos, y para eso es necesario conocer nuestros orígenes como pueblo y como
personas. Resistir, es negarnos a actuar bajo el influjo de la manipulación
mediática, esa hija predilecta de la industria cultural que nos convierte en
robots o máquinas repetidoras de discursos. Resistir, es afirmar nuestra identidad sin tener que negar
o anular la diversidad. Resistir, es vivir para la libertad.
Y para finalizar, reivindicar la
teoría que le atribuye al origen del nombre de Venezuela una raíz indígena y no
europea, como nos lo han hecho saber. Pues Venezuela, en la lengua natural de
aquella tierra, quiere decir Agua Grande, por la gran laguna de Maracaibo que
tiene en su distrito, como quien dice, la provincia de la Gran Laguna.
Aunque pueda haber muchas
mentiras, una verdad las conquista a todas. Cuando un sol aparece la oscuridad
por profunda que sea desaparece.
JARÜPI JOTAACHA OÜPICHE PEE. KAIKARÜ KEETU SHI JIUNTAYE WARIÜ
CUANDO TE LEVANTES NO LE CIERRES LOS OJOS AL SOL PORQUE ESA ES LA
BIENVENIDA A NUESTRO DIOS.
PÜTÜMA!!!! GACIAS!!!!
El Origen de Venezuela es Indígena
y quiere decir Agua
Grande
Por: Ramón Hernández Villoria
La mayoría de los habitantes de Venezuela no sospechan siquiera que el
origen del nombre de su país tiene su raíz en una lengua indígena, autóctona,
diferente de la lengua traída por los colonizadores españoles. Por tal motivo
me siento obligado a exponer algunas líneas al respecto a fin de rebatir la versión
más conocida, pero errónea, e interesada, acerca del origen del nombre de
nuestro país.
LA VERSIÓN DE LA
PEQUEÑA VENECIA
La versión más reciclada, e inflada por los medios de comunicación social y
otros medios de dominio cultural, es la que refiere el nombre de Venezuela a
una sugerencia del navegante florentino Américo Vespucio a partir de un
diminutivo de la ciudad italiana de Venezia. Vespucio se habría inspirado en la
visión de los palafitos aborígenes en las costas de Maracaibo, que avistó junto
con Alonso Hojeda y Juan De La Cosa en agosto de 1499 (1) , un
año después de que Cristóbal Colón tocó el extremo opuesto, el oriental, de
nuestro territorio.
Se cita como supuesto documento de esta afirmación la carta del 18 de
julio de 1500 que Vespucio dirigió a su protector Lorenzo Médici, en la cual
cuenta, después de abandonar la "isla de lo Gigantes" (se ignora a
cuál de las actuales islas neerlandesas se refiere), lo siguiente:
"Di questa Isola fummo ad altra Isola commarcana di essa a duci leghe, e
trovammo una grandissima popolazione che tenevano le lor case fondate nel mare
come Venezia, con molto artificio, e maravigliati di tal cosa, accordammo di
andare a vederli e comma fummo alle lor case vollovi difendersi, che non
entrassimo in esse..." (2).
La traducción al español da cuenta de una grandísima población, en una isla
vecina de la anterior por diez leguas, que tiene sus casas con mucho arte
construidas sobre el mar, como Venecia. Esto es todo lo que escribió Vespucio.
No hay ningún diminutivo, no hay ninguna pequeñez por ninguna parte. Por
el contrario, Vespucio destaca que la población es grandísima, y construida con
mucho arte.
En una carta-relación de fecha posterior (Lisboa, 04 de septiembre de
1504), la famosa Lettera, Vespucio resume sin detalles, pero con palabras
suficientes, el itinerario de sus primeros cuatro viajes por el Nuevo Mundo.
Esta Lettera es la génesis del concepto de continentalidad desarrollado por él.
La novedad y la amplitud de las costas descritas fueron base documental para la
mayor parte de los mapas posteriores, incluso el mapamundi del alemán
Waaldsemüller (1507) que le concede el nombre de Vespucio al continente. En la
Lettera se lee lo siguiente:
"Fumo a terra in un porro dove trovamo una popolazione fondava sopra
lacqua come Venetia; erano circa 44 case gran adoso di capane fondate sopra
pali grossissimi..." (3).
Este fragmento no precisa la ubicación geográfica de los palafitos, pero
corresponde a la relación del primer viaje de Vespucio donde describe costas de
la futura centroamérica. Al margen de las contradicciones reprochadas a los
escritos de Vespucio, que en tiempos pasados movieron a diversos historiadores
a designar, sin argumentos plenamente válidos, unas u otras cartas como
apócrifas, para dar veracidad y autentificar a las restantes, es evidente que
en ninguna parte consta que Vespucio llamara "pequeña Venecia" (al
contrario, le pareció ver una "grandissima popolazione") o
"Venezziola", a ningún poblado de palafitos, ni en las cercanías de la
actual Maracaibo, ni en costas de la posterior centroamérica que cita en la
Lettera.
Sólo conjeturas muy vagas pueden sustentarse para suponer en la culta
imaginación del cosmógrafo florentino el nombre de Venezuela que, según dicen,
él sugirió a su compañero de nave Juan De La Cosa, presto cartógrafo de las
tierras exploradas. De tenerse por auténticas las cartas arriba citadas, es
fácil deducir que la expresión casas sobre el agua, como Venecia, es más una
figura literaria que otorga vívida ilustración a la descripción de dos lugares
distintos en ubicación y similares en estructura, que a la sugestión de
designar así para los europeos algún nuevo lugar. Si la intención comparativa
hubiera sido más fuerte, el lugar hubiera sido llamado Nueva Venecia. Se puede
sostener, sin duda alguna, que el asunto del diminutivo no pasa de ser una
elucubración o, sencillamente, un invento de historiadores muy posteriores. Por
otra parte, en sus escritos y mapas, Hojeda y De La Cosa a veces llaman al
golfo de Venezuela por ese nombre, y otras veces como "Lago de
Venecia", y esto es quizás lo único que pudiera tenerse como posible
argumento, sin dejar de ser suposiciones poco científicas, para respaldar el
invento de Venezuela como diminutivo de Venecia. En el mismo año en que
Vespucio le escribía a Lorenzo Médici, Juan De La Cosa anotó en su mapamundi
del 1500 el toponímico "Veneçiuela", inscrito en la delineación del
golfo a la entrada del lago de Maracaibo (lago de San Bartolomé para la época,
pero sin rótulo en este mapa).
La coincidencia del año es otro de los supuestos argumentos. Se dice que
Vespucio le sugirió el nombre a De La Cosa.
LA VERSIÓN DEL ORIGEN
INDIGENA
Hay una versión del origen del nombre de nuestro país que tiene
fundamentos más históricos, mejor documentados, y que no son un invento o una
elucubración. Esta versión atribuye al nombre de Venezuela un origen autóctono
que los españoles se apresuraron a reproducir. El apoyo documental a esta
versión lo ofrece Martín Fernández de Enciso en su libro "Suma de
Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo, en especial de
las Indias", editada en Sevilla en 1519, y que es el primer impreso que
habla del Nuevo Mundo. En él se lee:
"y al cabo dela cerca de la tierra está una peña grande que es llana
encima della. Y encima de ella está un lugar o casas de indios que se llama
Veneçiuela..." (4)
Es de suponer que este dato fue aportado por Hojeda y De La Cosa a Fernández de
Enciso porque él los conoció y viajó con ellos en 1502 a las mismas costas. En
cambio, es muy poco probable que Vespucio y Fernández de Enciso se hayan
conocido. Algunos años más tarde, Juan Botero, en su libro "Relaciones de
Universales del Mundo", afirma que en el golfo de Venezuela hay una
población de indios con ese nombre edificada en un peñasco "essempto y
relevado que se muestra sobre las aguas"
Véase que en ambos casos, los escritores dicen que el nombre del poblado
indígena es Veneçiuela. Ellos no dicen que los españoles le hayan puesto el
nombre, sino que sugieren que ese es su nombre indígena y punto. Finalmente, en
un enunciado muy valioso, que reafirma la autoctonía del vocablo, Antonio
Vázquez de Espinosa, sacerdote español que viajó por casi todo el continente en
el último tercio de los milquinientos, escribió en su "Compendio y
descripción de las Indias Occidentales", fechado en 1629, lo siguiente:
"Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua
grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien
dice, la Provincia de la grande laguna..." (5)
Como puede apreciarse, la segunda versión tiene un apoyo documental fehaciente
y bastante antiguo. Esta versión es históricamente asertiva, mientras que el
cuento de la Pequeña Venecia es nebuloso.