En el despacho de Rosso José Serrano (Vélez, Colombia, 1942) lucen decenas de condecoraciones y fotos de los principales momentos de una de las trayectorias más brillantes en la historia de la Policía de Colombia. La imagen que recibe al visitante cobra especial protagonismo. Una foto en blanco y negro junto a Gabriel García Márquez después de un viaje por el interior de Colombia en helicóptero, la misma que acompaña el prólogo que el nobel escribió para el libro ‘Las palabras del general’.
Serrano lo lee en voz alta con la misma emoción, se antoja, que la primera vez, en 1998. “¡Qué berraco!”, suelta, al acabar, el que fuera director de la policía colombiana entre 1995 y 2000, que previamente contribuyó a la caída de Pablo Escobar y asestó los golpes más duros al cartel de Cali, entre ellos la detención de uno de sus capos, Miguel Rodríguez Orejuela, de la que este jueves se cumplen 20 años. Su trayectoria le ha llevado recientemente, junto a dos generales retirados más, a reunirse con autoridades mexicanas para compartir experiencias tras la fuga de El Chapo Guzmán.
Pregunta. ¿Cómo fue la detención de Miguel Rodríguez Orejuela?
Respuesta. Se había escondido en un apartamento de 72 metros, donde estuvimos buscándolo. Resulta que este señor, que era muy especialista en caletas [agujeros], como El Chapo, había construido una detrás de un lavabo, donde permaneció de pie y con oxígeno. Estuvimos cinco horas, el general Naranjo, el general Vargas, director de Inteligencia, el coronel Barragán, amigos de la CIA y la DEA… esculcamos todo. Incluso un agente de la DEA dijo: “Traigamos una broca”. A las siete de la noche me volví para Bogotá y a la 1 de la mañana me llamaron: “Mi general, sí estaba allí”. Casi me desmayo. Se había quitado el pantalón porque estaba herido, una bronca le alcanzó la rodilla. Un oficial, todo hay que decirlo, lo sacó por el hueco de la basura, lo metió en el baúl del carro y se lo llevó del cordón que habíamos dejado. Por fortuna, cogió el taxi y entró en un edificio. El taxista, como ofrecíamos recompensa nos llamó: “Creo que ahí entró Miguel Rodríguez”. Unas oficiales muy astutas se ubicaron en un sitio y una noche, con el edificio apagado, quedó una ventana donde se veía la virgen del Carmen iluminada por una vela. Nosotros sabíamos que era muy devoto de esa virgen. La policía entró y, por fortuna estaba allí. Aunque como se tardó, porque era una puerta blindada, él ya estaba en pantaloncillos tratando de entrar en otra caleta.
P. ¿Qué supuso aquella detención?
R. Fue un hecho importantísimo. Incidió en la defensa de la institucionalidad porque había problemas por el proceso 8.000 [el proceso judicial contra el presidente Ernesto Samper, acusado de recibir financiación del narcotráfico]. El mensaje que trasladamos fue: “El Gobierno sí está interesado en las capturas”. Para mí fue más importante que la de Gilberto Rodríguez unos meses antes.
P. ¿Cómo dieron con él?
R. Influyó mucho la suerte. La policía hizo un seguimiento a la persona de su máxima confianza, El Flaco, el contador. Habíamos mandado a personal encubierto porque no confiábamos en los de allá. Recuerdo que yo había ido a un sepelio y al llegar a Cali el coronel Barragán me dice: “General, no se vaya, que de pronto esta tarde capturamos a Gilberto”. Me quedé, almorcé muy nervioso y fuimos a la casa, al entrar vi que las cortinas se movían y pregunté: “¿Se voló?” “No, general, aquí me tienen”. Estaba sentado con Rocío, la esposa y el contador.
P. ¿Qué les dijo?
R. El manejo del delincuente hay que hacerlo de una forma muy humana porque ese no es problema del policía, sino del delincuente. Ellos son los que van a pagar. Cuando capturamos a Gilberto le dije: “Oiga, ¿pero qué le pasó? ¿usted no decía que tenía aparatos mejores que los de la CÍA?” Me vine con él en el avión, le pregunté si había tomar el Artensol, porque era hipertenso. Con todos hicimos esos, incluso con Chepe Santacruz [número tres del cartel de Cali], que era el más duro, el más bravo.
P. Él se fugó dos veces.
R. Así es, como El Chapo, una de Estados Unidos y otra del pabellón de alta seguridad de la cárcel de la Picota. En ese tiempo había la figura de los fiscales sin rostros. El fiscal interroga a través de un vidrio, donde ve al detenido pero este no a él. Al irse el fiscal, entró un carro parecido al suyo; Santacruz había pactado con un policía que quitaría los tornillos al vidrio y, como si fuese un fiscal, se fue. Inteligentísimo. Yo explicaba esa fuga en México para que se tranquilizaran, porque luego lo acaban por capturar. En este caso, con el tiempo, lo descubrieron en Medellín y del desespero se enfrentó a la policía y lo dieron de baja.
P. ¿Qué papel jugó en la caída de Pablo Escobar?
R. Yo era director de Antinarcóticos, la parte de Inteligencia estaba en Medellín y ahí no participamos. Sí le hice varios allanamientos y colaboramos con información.
P. ¿Cómo surge el encuentro con las autoridades mexicanas?
R. Surge de una conversación entre el presidente Peña Nieto y el presidente Santos. Le dice al general Palomino [director de la Policía de Colombia] que envíe unos generales con experiencia y un grupo que pueda compartir lo que aquí aprendimos con las fugas de Pablo Escobar, del Chepe y otros delincuentes y orientarlos, porque cuando esto ocurre los organismos de seguridad quedan desorientados. Lo que nosotros hicimos fue compartir las experiencias, dar algunos consejos. Fueron muy receptivos, dejamos un grupo especial para que les colaboren sobre el terreno. Nuestra ventaja es que no aprendimos nada ni en Internet, ni había whatsapp, ni celular. Todo fue olfato, sentido común agudo.
P. ¿Qué consejos les dieron?
R. Lo que podemos aportar es qué hicimos para llegar al fugado, los métodos no han cambiado. Un proceso importante es el de la corrupción. Aquí hicimos una depuración muy fuerte, porque con policías corruptos es muy difícil ponerse a perseguir un narcotraficante con miles de millones de dólares, hay que ser honestos en eso. Por eso nosotros logramos avances fundamentales. No fuimos a enseñar y no nos consideramos Robin Hood, sino unas personas que tenemos que compartir con nuestros homólogos así como los narcos comparten con los suyos.
P. ¿Con quién se reunieron?
R. Estaban todos los organismos. El secretario de Gobernación [Miguel Ángel Osorio Chong], el canciller [José Antonio Meade], que fue muy amable, la PGR (Procuraduría General de la República), Armada…. Nos reunimos con todos los que manejan el tema de cárcel, de seguridad. Los vi muy receptivos. Yo soy partidario de compartir. Les decía: “Miren, ayudémonos y no firmemos tantos convenios”. Los narcos, los terroristas no firman tantos convenios. Lo que hay que hacer es hablar con sinceridad, las cosas buenas y las cosas malas, no somos profesores.
P. ¿ De qué cosas malas hablaron?
R. El tema de la corrupción, de los derechos humanos, no se puede maltratar al delincuente, hay que tener una policía estimulada, profesional.
P. ¿Cree que en México la hay?
R. Cada país tiene su organización. Yo me refiero a la mía. En Colombia es muy profesional, no es política y hay una sola. En México hay 1.200 cuerpos de policía.
P. ¿Qué similitudes ve entre el narcotráfico de Colombia y el de México?
R. Uno lo que tiene que ver es que históricamente hay mucha empatía entre el colombiano y el mexicano. Mi generación veía Cantinflas, escuchaba a Pedro Infante, Jorge Negrete… Pablo Escobar se iniciando haciendo fechorías en la frontera de México con Estados Unidos. La droga sale de aquí, de Sudamérica. La relación entre los colombianos y mexicanos es muy respetuosa
P. ¿También entre los narcos?
R. También.
EL PAIS