Los socios europeos del primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, cansados de los retrasos en las reformas anunciadas y asustados por la situación de los mercados, han decidido elevar la presión: el Fondo Monetario Internacional se unirá, a partir de ahora, a la Comisión Europea en la supervisión del progreso de esas reformas, según ha anunciado un portavoz de Bruselas en un encuentro con la prensa en Cannes, sede de la sexta cumbre del G-20.
"Decidimos incorporar al Fondo Monetario Internacional en la supervisión, usando su propia metodología, y los italianos dijeron que pueden aceptarlo", aseguró el representante de la Comisión. Al Gobierno italiano, en todo caso, no le queda mucha opción. La deuda pública italiana solo resiste el castigo de los mercados, y de mala manera, gracias al programa extraordinario de compras del Banco Central Europeo, que ha exigido a cambio una aceleración de las reformas estructurales.
La intervención del FMI deja a Italia en una situación muy delicada. "Tenemos que asegurarnos de que los objetivos de Italia son creíbles, de que va a lograrlos", recalcó el portavoz de Bruselas "en el clima actual, cada pequeño problema se amplifica, y los mercados no acaban de tener confianza". Hasta ahora, más allá de los informes habituales sobre cada país miembro del FMI, el Fondo solo había intervenido en la vigilancia de un país cuando le otorga un crédito, ya sea de forma individual o en compañía de la UE, caso de los planes de rescate de Grecia, Irlanda y Portugal.
El representante de la Comisión insistió en que Italia no necesita una línea de crédito preventivo del FMI. Y ni citó la posibilidad de un programa de rescate. Insistió también en que la labor principal del Fondo será supervisar las reformas (del sector público, de las pensiones, o del mercado laboral) y no tanto la evolución presupuestaria.
El déficit es un problema menor en Italia -cuenta con lograr el equilibrio presupuestario en 2013-, pero los mercados han empezado a desconfiar en que sea capaz de devolver toda su deuda pública, anclada en el 120% del PIB desde hace años. Hasta el punto de que, a pesar de las compras del BCE, la rentabilidad de los bonos italianos a diez años en el mercado secundario enfila el 7%. Y el diferencial con los títulos alemanes ha superado en alguna ocasión los 450 puntos básicos. Son registros que, en el caso de Irlanda, Grecia y Portugal, precipitaron la petición de un plan de rescate.
Los mercados darán hoy su primer veredicto sobre si consideran esta decisión una medida balsámica, o un indicio más del deterioro de la situación italiana. Más importante aún será la interpretación de la iniciativa en clave política italiana. El primer ministro, Silvio Berlusconi, ya fue incapaz de poner en pie las nuevas reformas por decreto antes de ayer, ante la oposición de su propio gabinete. La idea de incluirlas como enmienda parlamentaria a los presupuestos no seduce ni a las autoridades de Bruselas ni a la mayoría que le sostiene en el Parlamento. Y el anuncio de otra moción de confianza puede volvérsele en contra. Varios parlamentarios de su partido han pedido por carta su dimisión y anticipado un voto contrario.