¿Por qué México y Brasil muestran tan gran interés en convertirse en el socio privilegiado, comercial y político de Cuba? ¿Qué ha ocurrido para que en la cumbre de la CELAC (América Latina y el Caribe), celebrada a fin de enero en La Habana, los jefes de Estado de las dos potencias del mundo pos-ibérico cortejaran, anunciaran inversiones, y, sobre todo, rivalizaran por fotografiarse con el político en hibernación más activo que existe? Fidel el Mayor, inventor del castro-comunismo, durante décadas alejado de la actividad diplomática panamericana por deseo y presión de EE UU, es hoy un paterfamilias achacoso físicamente, políticamente desdentado, pero aún presentable como icono de tarjeta postal del nacionalismo republicano clásico a lo José Martí, al que no han renunciado ni los gobiernos más conservadores de América Latina. Cuando el presidente Obama ordena un repliegue mundial de EE UU, y la bolsa de la cuantiosa ayuda chavista puede cerrarse por agobios económicos in situ, el mundo iberoamericano hace cola para visitar La Habana.
La relación entre los tres países, dice Arturo López Levy, destacado cubanólogo exiliado, ni anti ni pro castrista: “se entiende como dos triángulos estratégicos competitivos entre sí, con Cuba y EE UU como vértices permanentes y Brasil y México alternativamente en el tercer vértice”. Esos triángulos emergen a partir de “dos factores estructurales y uno endógeno en La Habana”. Los estructurales son la aparición de una suerte de orden jerárquico en América Latina, “en el que muchos países aceptan a Brasil como centro político”; y “la nueva fluidez en la distribución de poder en el hemisferio, tras el relativo abandono estadounidense”. Y el factor endógeno cubano consiste en “repartir sus apuestas entre varios centros de poder para forjar una acogida favorable a la reforma económica y el cambio generacional previsto en 2018”. A todas luces, ambas potencias dan crédito a la apertura de Raúl Castro y su declaración de que terminaría constitucionalmente su mandato en 2018.
Carlos Malamud, investigador del Instituto Real Elcano de Madrid, corrobora que “las cosas se están moviendo en Cuba y quien quiera tener algo que decir en el proceso, debe estar ya tomando posiciones”. Y el historiador hispano-argentino subraya que no se trata solo de un ‘ménage à trois’, sino que hay un cuarto actor deseando entrar en escena: la Unión Europea. En esa misma idea abunda el latinoamericanista de The Economist, Michael Reid, que ve en las dos potencias “una creciente ansiedad por posicionarse ante una Cuba pos-castrista, pos-embargo norteamericano, y pos-ayuda venezolana”, y resalta que a los nuevos amigos del régimen les salte gratis ese “gesto de independencia política frente a EE UU”, cuando el problema de Washington no es ya La Habana ni Caracas, sino la abrupta geografía, física y política, de Asia central
Como obras son amores, Brasil quiere convertir en moneda contante y sonante su presencia en la isla. La compañía brasileña Odrebrecht realiza trabajos preliminares para construir una terminal de ‘containers’ en Mariel. La empresa brasileña es privada, pero operará con un préstamo de casi 700 millones de dólares de dinero público, sobre un presupuesto de 957 millones. Asimismo, Odrebrecht proyecta un aeropuerto y la modernización de la Central Azucarera, que controla la producción de caña de la isla, en lo que se ha bautizado como Zona Especial de Desarrollo. Alberto Pfeiffer del Consejo Empresarial de América Latina (CEAL) afirma que “Mariel no es solo cuestión de infraestructura, sino también un gesto político”. La presidenta brasileña “fue directamente de Davos a La Habana para mostrar que es ella quien decide con quién y qué se firma”. Mariel es, según fuentes de la isla, la apuesta cubana para conectar la apertura económica que dirige Raúl Castro con el auge exportador latinoamericano y el desplazamiento del centro económico del Atlántico al Pacífico, todo ello potenciado por la ampliación en curso del Canal de Panamá. Y Cuba paga con su única moneda: el know how y trabajo de sus excelentes profesionales. En marzo próximo 2.000 médicos cubanos estarán en misión en Brasil, como desde hace una década en Venezuela, de acuerdo con un programa que comenzó el año pasado.
Pero en estas grandes operaciones siempre debe haber una cláusula de reaseguro. El escritor y periodista brasileño Clovis Rossi, que suele estar en el secreto del poder, modera los ímpetus. “Marco Aurelio García –asesor primero de Lula y hoy de Rousseff- presente en la ceremonia inaugural de la obra, junto a su presidenta, me dijo que Mariel solo tenía sentido en caso de restablecimiento de relaciones Washington-La Habana. Sería, por tanto, un puerto mucho más para exportar a EE UU que al Caribe, Centroamérica o el Pacífico”. Y todo ello se basa en que Obama le dijo a Lula, ya en su primer mandato, que se proponía normalizar relaciones con Cuba; ‘normalización’ que solo se produce, como con tantas otros grandes propósitos del líder norteamericano, con cuentagotas.
La apuesta está echada, pero no parece este, sin embargo, el mejor momento de la historia para embarcar a Brasil en grandes maniobras. Tras las protestas masivas de junio pasado contra el derroche en estadios que no se acaban para el Mundial de fútbol, y Juegos que exigirán aun mayor inversión con su lastre de coimas, Marcelo Beraba, jefe de la redacción de Rio de O Estado de Sao Paulo, habla de “un tiempo de incertidumbres. La autoconfiaza adquirida en los dos últimos años, cuando parecía que el país estaba a punto de dar el gran salto para el desarrollo, se ha trocado en un fuerte sentimiento de inseguridad. La economía emite signos contradictorios. Y el ambiente político se radicaliza hasta la irracionalidad, sobre todo ante las presidenciales del próximo octubre”. Pero los mismos que en la calle increpaban al poder ratifican hoy su apoyo a la presidenta, que supo asumir responsabilidades y atravesar sin graves daños el tsunami de la protesta.
Entre Brasilia y La Habana existen, finalmente, unos lazos de negritud en los que no siempre se repara. Manuel Alcántara, jefe de estudios latinoamericanos de la universidad de Salamanca, subraya “que no debe olvidarse el vínculo de la santería que une a ambos países”. Yemanyé y los dioses de las aguas que surcaron los barcos negreros dibujan un segundo triángulo esotérico: Cuba, Brasil y el Golfo de Guinea.
Si para Brasil todo esto supone una cuasi repentina latinoamericanización, quizá porque carece de un Bolívar como santo votivo que la vincule al resto del continente, para México es un regreso no solo a América Latina, tras muchos años de poner todos los huevos en la cesta norteamericana, sino a unas relaciones especiales con Cuba, interrumpidas únicamente a fin del siglo pasado. Cuando la isla fue expulsada de la OEA en enero de 1962, solo México mantuvo embajada en La Habana, y únicamente al final de la etapa de Ernesto Zedillo (1999), la diplomacia mexicana comenzó a criticar al régimen cubano, y, lo que es peor, a buscar la compañía de disidentes en la isla. Esa fue la política que siguió con estrépito de ranchero Vicente Fox, quien en visita oficial en 2002 a la capital cubana, quiso reunirse con la disidencia, adjuntándole la guinda de la negativa de Pemex a participar en la operación de una refinería en la isla. Como cuenta Roberto Zamarripa, subdirector del diario Reforma, “quien entonces aprovechó la oportunidad fue Hugo Chávez, resucitado tras el golpe que le apartó del poder durante 48 horas, y pasó –el presidente venezolano- a dominar las opciones energéticas de Cuba”. El periodista mexicano José Ignacio Rodríguez Reyna recuerda cómo la relación fue definitivamente “enviada a la congeladora” cuando en una cumbre de la ONU en Monterrey Fox le dijo a Fidel Castro la famosa frase : “Tú comes y te vas”, para que no se cruzara en el acto con el presidente norteamericano George W. Bush. Muy diferentemente, el presidente Enrique Peña Nieto, aparte de visitar a Castro el Mayor, habló durante la reunión de la CELAC de “profundizar unas relaciones históricas, entrañables” al tiempo que anunciaba lacondonación del 70% de la deuda cubana, de 490 millones de dólares, que se arrastraba desde hacía 15 años. Y para que no cupiera duda de que no aparecerían disidentes en el camino, la vicecanciller, que le acompañaba, añadiría que “serían extremadamente respetuosos con los marcos y tiempos que estableciera La Habana”.
Pero todos esos entorchados históricos se asientan en una realidad mucho más prosaica. Jorge Zepeda, director de Sin embargo, digital de gran crecimiento del país, cree que Cuba le sirve a México de coartada multiuso. “La geopolítica sentimental no es una categoría de análisis, pero nada mejor para explicar la actitud mexicana hacia Cuba. Los gobiernos del PRI cultivaron la relación como pronunciamiento simbólico ante EE UU, aunque los intercambios comerciales fueran mínimos. Era más la actitud de una novia que exhibe falsos coqueteos ante un novio celoso, y menos la de una esposa que quiera ser infiel”. Y hoy sigue siendo “uno de los ejes a los que México recurre para aspirar a un co-liderazgo latinoamericano (con Brasil) y no ser percibido como un mero patio trasero de la patria yanqui”. El escepticismo informa también la opinión del historiador Enrique Krauze, cuando señala que Cuba para México solo es “una jugada de realismo político para volver a tener peso en la orientación futura de la isla. Pero no sé si rendirá frutos. Ya hemos visto la película demasiadas veces, y al final ganan quienes tienen el peso ideológico, los hermanos Castro”. Es lo que Manuel Alcántara califica de “magnético simbolismo que mantiene el decadente proceso político cubano”.
Pero todo ello es posible porque Cuba, al margen de a dónde conduzca el camino reformista emprendido por Castro el Menor (81 años), no es ya la representante de un marxismo-leninismo filtrado por el cabaret Tropicana. Lenier González, editor de la publicación Espacio Laical, que como su nombre no indica es un órgano de la Iglesia católica‘, hace una nítida taxonomía del personal político cubano. Son “cuatro conjuntos de actores. 1) La poderosa derecha cubano-norteamericana y opositores en la propia Cuba, que aspiran a que se produzca una revuelta al estilo de la ‘Primavera Árabe; 2) El Gobierno de Raúl Castro, que impulsa una ‘actualización’ del modelo económico sin abordar de pleno la crisis, pero tampoco sin volver al inmovilismo del pasado; 3) El sector ultra, enquistado en el partido y el Estado, que quiere mantener el statu quo y tacha de traidores a los reformistas; y 4) El pluriforme centro político en la isla y fuera de ella, que desearía una transformación gradual, sin traumas, ni derramamiento de sangre”. Y Ricardo Veiga asociado al anterior y responsable de la comisión de Justicia y Paz de la archidiócesis de La Habana, destaca en esa ‘nueva’ Cuba la “flexibilización de la legislación migratoria, una libertad religiosa que hay que ampliar, al igual que la libertad de expresión, y un respeto creciente por el debate desinhibido en determinados espacios públicos”.
Más que ante el principio del fin, quizá esto es el fin del principio. El castrismo ni va a desaparecer, ni transformarse como en una alquimia política en un sistema democrático. Pero diríase que algunos tratan de preparar un aterrizaje fuera de la ortodoxia, que les permita reciclarse en una transición que preferirían prolongada. Brasil y México así parecen haberlo entendido en esa gran operación de regreso al negocio político normalizado de toda América Latina; para que, cuando Washington, hipnotizado por su propio repliegue quiera darse cuenta, compruebe que dos potencias que se quieren emergentes están ya instaladas al sur de los estrechos de Florida. La Habana, hoy más que nunca, la perla del Caribe.
EL PAIS