Hillary Clinton, en busca de ampliar sus apoyos entre las bases del Partido Demócrata, arranca la carrera a la Casa Blanca con un giro progresista. Clinton, una de las personas más ricas entre los aspirantes a suceder a Barack Obama, adopta la retórica del ala populista de su partido contra las desigualdades y se sitúa a la izquierda de Obama en inmigración. Algunas propuestas rompen con el centrismo de su marido, el expresidente Bill Clinton.
Toda campaña con garantías de éxito requiere, en Estados Unidos, la movilización de los votantes más convencidos. Y estos, en el Partido Demócrata, son la base progresista, la que impulsó al presidente Obama en 2008 y que recela de Clinton. No son suficientes para ganar unas elecciones —un presidenciable necesita apelar al centro—, pero sí necesarios.
El perfil ideológico de Hillary Clinton nunca ha estado definido. En esencia es, como su marido, una pragmática. Cuando era primera dama, promovió sin éxito una reforma sanitaria progresista; diez años después, cuando era senadora, aprobó la invasión de Irak, un voto que el ala izquierda nunca le perdonó y contribuyó a su derrota ante Obama en las primarias de 2008.Esa búsqueda del voto progresista coincide con nuevas informaciones sobre su estatus económico. El pasado fin de semana los Clinton han informado de que han ganado más de 30 millones de dólares (26,2 millones de euros) con sus discursos remunerados y con los ingresos delúltimo libro de la también exsenadora.
Su última reencarnación, tras formalizar en abril su candidatura a las presidenciales de 2016, es la de una política más progresista, alineada con la facción más influyente en el Partido Demócrata, la que encabeza la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren.
“Hillary Clinton no sólo quiere ser presidenta; quiere cambiar la dirección del país”, la defiende, en una conversación en Washington,el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, autor de un manifiesto con propuestas para dar marcha atrás en las políticas desregularizadoras que empezaron en los años ochenta con Ronald Reagan.
Stiglitz, quien fue presidente del Consejo de Asesores Económicos en la Casa Blanca de Bill Clinton, en los noventa, ha hablado de estas propuestas con la candidata. Dice que su progresismo es creíble: “Es el lugar donde su corazón estaba cuando la conocí en la primera Administración Clinton”.
En las últimas semanas, Clinton ha cargado contra los multimillonarios que pagan menos impuestos que la clase trabajadora. Ha propuesto abrir las puertas de la ciudadanía a los 11 millones de inmigrantes sin papeles. Y ha criticado un sistema judicial y policial que ha llevado a EE UU a cuadruplicar en 35 años la población carcelaria.
La propuesta de reforma judicial y policial es una enmienda a las políticas de su marido en este ámbito, políticas que en gran parte ella compartió. También lo es su discurso sobre las desigualdades, una palabra que no figuraba en el vocabulario de los demócratas de Bill Clinton, amigo de la gran banca, y sus reproches a Wall Street.
Es elocuente el silencio de Clinton en la batalla que la facción Warren del Partido Demócrata libra en el Congreso contra el demócrata Obama por los acuerdos para promover el libre comercio internacional. Clinton defendía estos acuerdos hasta hace unos meses; ahora evita pronunciarse.
“Ella sabe que la base del partido quiere que se mueva hacia la izquierda”, dice en una entrevista telefónica Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro deAMÉRICA, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Demócrata. “Pero esta también es la manera de ganar votos no de activistas, no de izquierdistas profesionales como nos llama Obama, sino de trabajadores de Ohio o Pensilvania que perdieron su empleo y ven cómo su salario declina”.
Warren, y no Hillary Clinton, es hoy la figura del Partido Demócrata. Articula como nadie un mensaje comprensible sobre las desigualdades y el atasco del ascensor social. Sus invectivas contra Wall Street y su defensa de las políticas fiscales redistributivas son virales, pero se resiste a presentarse a la Casa Blanca: cree que puede influir más desde fuera que desde dentro.
Clinton agasaja a Warren. La invitó a su residencia en Washington y escribió en la revista Time un artículo elogiando su talento para mantener a raya a los poderosos: banqueros, lobistas, altos funcionarios y, añadió con ironía, “sí, también a los aspirantes presidenciales”. “Las cartas están repartidas en favor de los de arriba”, dijo Clinton en uno de sus primeros discursos de campaña, en Iowa. La frase es un eco de uno de los estribillos de Warren: “El juego está trucado”.ELPAIS