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miércoles, 24 de abril de 2013

Hildegard Rondón de Sansó: “Cacerolear es la máxima manifestación moderna del fascismo”


 Para Hildegard Rondón de Sansó, ex magistrada del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el hacer sonar una olla o cacerola como forma de protesta y expresión de descontento social es “la máxima manifestación moderna del fascismo, que no es otra cosa que tratar de imponer las ideas propias con la fuerza física y moral”.
“Ese ‘caceroleo’ individualizado, porque se destina a sujetos o grupos específicos es signo de un retroceso de nuestra evolución social, de nuestros logros culturales, a épocas que creíamos habían sido afortunadamente superadas”, agrega en un artículo de opinión.
A continuación el texto completo:

“Cacerolazos”

No hay nada que desfigure con mayor intensidad el rostro de un sujeto, cualquiera que sea su sexo o edad, que el odio. Ese mismo rostro podría ser refulgente, con los mejores rasgos distendidos bajo el efecto de sentimientos positivos; pero cuando los vientos huracanados del desprecio, rencor o aversión hacia una persona o cosa se ponen de manifiesto, nos encontramos con la máscara trágica de la fealdad.
Como se desprende del título de este artículo, estamos refiriéndonos a quienes manifiestan sus sentimientos adversos a las ideas que sostienen, mediante el toque de cacerolas, destinado con su ruido estruendoso, a comunicarle a los “contrarios” su animadversión. Señalábamos así, cual eran los efectos que sobre el propio físico de los manifestantes operaban las expresiones de su odio: pero la cosa es mucho más compleja. En efecto, la dignidad, elemento fundamental de toda tutela de los derechos humanos, exige el respeto a la persona física, a su imagen, a sus creencias, a su personalidad, por lo cual, cuando se es víctima de una violación a las esferas antes aludidas, se desajusta todo el mecanismo social. No se crea que el irrespeto a las ideas de los demás, a su posición, cualquiera que ella sea, es simplemente un ataque personal, individualizado, limitado. ¡No! El irrespeto a la persona, efectuado gratuitamente, es decir, sin motivo alguno, como una simple manifestación de odio o desprecio, afecta todo el clima social. Las alegres abuelitas que con sus encantadores nietos se unen a los grupos de personas que “cacerolean” y vilipendian a sus vecinos o, simplemente, a los desconocidos, por imputarles una posición ideológica cualquiera; cometen un delito contra la dignidad humana. Las alegres señoras que se agrupan para salir masivamente a cacerolear a sus vecinos, o a los no vecinos, esto es, simplemente, a todos aquellos que, supuestamente, tienen ideas políticas contrarias a las suyas, podrían caer en los supuestos de quienes se organizan para delinquir.
Recordemos al efecto que el Código Penal venezolano, en su artículo 506, tipificó como falta contra la tranquilidad pública y privada a quienes perturben a sus conciudadanos mediante ruidos molestos, gritos o vociferaciones, siendo la sanción de naturaleza pecuniaria.
Creo que la mayoría de las familias que, jocosamente, pasan un buen tiempo caceroleando a los vecinos y transeúntes, no lo hacen con mala voluntad, sino porque en la mayoría de los casos esa ocupación les permite a sus párvulos, entregarse a un deporte gratis y divertido. Es por eso que no tienen remordimiento alguno. Lo grave es que una cosa es la reacción ciudadana o de grupo ante una afrenta recibida que a todos afecta, y otra, la ofensa despiadada al transeúnte desprevenido o al vecino que habita en nuestra misma calle.
Si hay algo de hermoso en nuestro tiempo presente es el descrédito de los fanatismos ideológicos, de los predicadores compulsivos, de los agentes de la inquisición o de los talibanes, cualquiera sea la causa que propongan. Pues bien, “cacerolear” es la máxima manifestación moderna del fascismo, que no es otra cosa que tratar de imponer las ideas propias con la fuerza física y moral. Ese “caceroleo” individualizado, porque se destina a sujetos o grupos específicos es signo de un retroceso de nuestra evolución social, de nuestros logros culturales, a épocas que creíamos habían sido afortunadamente superadas. Lo más reciente nos revela que el alma humana, a pesar de todos los adelantos culturales, sigue manteniendo una esfera de sentimientos primitivos y crueles que se ponen de manifiesto cuando hay impunidad para hacerlo.
Hildegard Rondón de Sansó