México ha emitido su veredicto. El PRI, con el 60% de los votos escrutados, mantiene la mayoría simple y, posiblemente, está en condiciones de controlar la Cámara de Diputados con el apoyo de sus tradicionales aliados, el Partido Verde y Nueva Alianza. Este resultado, de confirmarse, supondría un respiro para el presidenteEnrique Peña Nieto, a quien los escándalos inmobiliarios y la tragedia de Iguala habían colocado contra las cuerdas. Pero salvarse de un humillante castigo no implica ningún cheque en blanco. Su partido ha sufrido un sensible retroceso y en el horizonte ha emergido un factor disruptivo: Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco. Este antiguo priista ha logrado quebrar con una candidatura independiente el imperio de los partidos tradicionales y convertirse en gobernador de Nuevo León, el segundo estado más importante de México. Su triunfo, con una participación masiva, es un desafío para un sistema cada día más cuestionado.
A primera vista, el tablero político conserva el equilibrio de fuerzas tradicional: el PRI, ocupando el primer lugar con mayoría relativa,por detrás el PAN (derecha) y en el tercer puesto el PRD (izquierda). Pero esta estabilidad es solo aparente. Ninguno de los tres partidos ha salido bien librado. El desgaste alcanza a todos y pone sobre la mesa el hartazgo del electorado, el mensaje quizá más profundo de estas elecciones.
El PRI, con el 27,51% del voto, ha retrocedido una decena de escaños, y ha sido su aliado, el Partido Verde Ecologista de México el que, con una campaña basura, ha logrado un crecimiento lo suficientemente vigoroso como para salvar la mayoría parlamentaria de la que disfruta Peña Nieto. Esta fragilidad del partido gubernamental, junto con su estruendoso fracaso en Nuevo León a manos de un independiente, abrirá con seguridad un periodo de reflexión interna. En este contexto cobra fuerza la posibilidad de un giro en el Gobierno e incluso la apertura de una crisis. El cambio de rumbo fijaría la trayectoria final del mandato de Peña Nieto, una vez culminada la aprobación de las reformas estructurales. Y serviría posiblemente para reactivar un ciclo político caracterizado por el agotamiento de fórmulas y el letargo económico.El rendimiento electoral del PRI en unos comicios en los que se competía en casi todos los terrenos (diputados, gobernadores, congresos estatales y ayuntamientos) constituían una de las grandes incógnitas. La noche de Iguala y la cólera desatada por los escándalos inmobiliarios hacían presagiar un castigo que sólo podía paliar su legendaria maquinaria electoral. El desenlace ha dejado a la formación en la cuerda floja. No cae, pero se tambalea.
Menos claros son los pasos que puede dar la izquierda. Los comicios han dejado patente su profunda fractura. El PRD, la fuerza hegemónica de este sector, se ha quedado a duras penas en pie. Su tercera plaza es un canto de cisne. Con sólo el 10,30 % del voto, ha perdido de un solo golpe casi 40 diputados. Un ejército de escaños que ha ido a parar a manos de Morena, con el 9,57% de los votos, el partido recién creado por el carismático Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial con el PRD.
Un problema similar, aunque de menor tono acosa al PAN. Las elecciones le han permitido volver a situarse como segunda fuerza nacional en número de escaños, pero su débil porcentaje de votos (20,96%), inferior al de las presidenciales de 2012, no le permite cantar victoria. Esta circunstancia le puede pasar factura a su presidente, Gustavo Madero, que ahora tiene que enfrentarse nuevamente a los rescoldos del calderonismo. Margarita Zavala, la esposa del expresidente Felipe Calderón (2006-2012) ya ha anunciado su intención de disputarle el liderazgo del partido. De esta batalla, que se prevé amarga, saldrá con seguridad la constelación de alianzas internas que decida al candidato presidencial.La obtención de la cuarta plaza para López Obrador y la sangría sufrida por su rival marcan el punto de partida de una discusión que será larga. Vistos los resultados de las elecciones intermedias, ninguna de las dos formaciones tiene, de momento, fuerza suficiente para competir por la presidencia por separado. Pero la posibilidad de una alianza choca con un profundo resentimiento mutuo. La superación de esta dialéctica marcará el futuro de la izquierda mexicana.
Aparte del reajuste del poder territorial que han traído los comicios y que anoche seguía siendo objeto de recuento, las elecciones intermedias marcan también un cambio de ciclo. Peña Nieto entra en la fase final de su sexenio. Una etapa que en el sistema mexicano, sin reelección posible, lleva a los mandatarios por el camino del adiós. A partir de ahora, cada día que pase su poder irá perdiendo brillo, y a su alrededor, dentro y fuera del partido, se desatará un feroz combate por la sucesión. El presidente que llegó al poder prometiendo futuro será poco a poco devorado por el pasado, hasta llegar al eclipse total en 2018 con las elecciones presidenciales. Será esta lucha la que absorba la mayoría de las energías de los partidos. De momento, excepto Morena, ninguno tiene un candidato claro. Tampoco una posición de partida netamente ganadora. Las elecciones han dejado las espadas en alto.EL PAIS