¿Qué nos sucedió?
Un fiscal involucra a la mismísima presidenta de la Nación y a varios de sus hombres de confianza en una conspiración criminal para exculpar a los sospechosos de un grave atentado terrorista. El fiscal es insultado en público y amenazado de muerte en privado. Y un día antes de asistir al Parlamento para entregar su investigación aparece muerto de un disparo en el baño de su casa.
Esa trastienda es difícil de aceptar para muchos argentinos, incluso para los más lúcidos intelectuales y los más honestos dirigentes, puesto que nadie quiere asomarse de verdad a esa alcantarilla hedionda, que alguna vez fue marginal pero que hoy se ha masificado y enquistado. Hoy mueve la rueda de la historia. ¿Qué nos sucedió? ¿Por qué una sociedad de joven democracia se fue convirtiendo en esta variación de la infamia? Es una pregunta difícil, incluso para la sociología. Se trata de un verdadero enigma argentino. Arriesgo el principio de una explicación: quisimos pasarnos de listos, consagramos la transgresión a las reglas. Y bajo esa coartada diletante y oportunista, fuimos poco a poco violando las leyes, desdeñando las normas, dudando de los hechos y las cifras, debilitando las instituciones, institucionalizando la excepción, dinamitando lo correcto, desafiando la lógica, perdonando el delirio y la falta de escrúpulos, y naturalizando la desmesura y la aberración.El episodio, que parece extraído de un thriller y que ha dejado estupefactos al pueblo argentino y a la comunidad internacional, no es un hecho aislado. La política argentina ha ido cobrando lenta y progresivamente la inquietante forma de una novela negra. Agentes de inteligencia espían ilegalmente a periodistas y a dirigentes, y acosan a jueces y fiscales. Oscuros personajes del poder protegen un negocio en alza: la exportación de cocaína a Europa y África. Policías corruptos son socios del creciente narcomenudeo que intoxica las calles. Punteros (dirigentes barriales) extorsionan a ciertos intendentes de los conurbanos y garantizan zonas liberadas para los traficantes: en las franjas de extrema pobreza la droga empieza a ser más rentable que los subsidios del Estado. Años de cultura clientelar y mercenaria, de sobornos para financiar la política y de paso para enriquecer a la familia; de chantajes políticos, de relativización moral, de impunidad pactada, de maneras feudales y de divisiones alimentadas con dinero y operaciones de copamiento, han pervertido la política. La han atravesado por códigos netamente mafiosos.
Habrá, lamentablemente, muchas más noticias chocantes que parecerán surgidas de un libro de Puzo o de Hammett. Vendrán de la Argentina, este lejano y raro país borgiano de partido único e incorregible, que no aprende de sus errores, que no le gusta ahorrar pero sí consumir, y que con esa pequeña anestesia le permite a sus gobernantes casi cualquier cosa. Hasta que, de tanto en tanto, un día despierta.
Jorge Fernández Díaz es columnista de La Nación y autor de la novela El Puñal, sobre narcopolítica y servicios secretos en Argentina.