Hay muchos tipos de personas que han sido demonizadas en la era de las redes sociales: usuarios que se refugian en el anonimato para expresar opiniones extremas y ofensivas. Jamie Barlett, director del Centro para el análisis de las redes sociales, quiso hablar con la gente que está detrás de esas máscaras.
Así le cuenta a la BBC su experiencia.
Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba a que Paul llegara a la estación de tren en la que acordamos encontrarnos.
Me había estado comunicando con él durante un tiempo pero sólo a través de internet.
Me había estado comunicando con él durante un tiempo pero sólo a través de internet.
Paul es un neonazi virulento y agresivo que se ha pasado su vida online produciendo y compartiendo propaganda del movimiento Orgullo Blanco.
Él es una de varias personas con las que pasé gran parte del año pasado cuando estaba haciendo la investigación para mi libro. Busqué subculturas chocantes y escondidas de la red, sumergiéndome en mundos digitales de mercaderes de drogas, troles cibernéticos, agresores sexuales condenados, neonazis en línea.
A menudo nos hablan en los medios sobre estos peligros de la vida online, pero los protagonistas de esos extraños submundos en las que se desarrollan esas historias generalmente están ausentes.
Yo quería encontrar, conocer y entender a la gente que está detrás de la pantalla. Por eso había ido a ver a Paul.
El extremista
Llegó 15 minutos tarde. Era un joven buenmozo, amigable y franco, y estaba entusiasmado con conocerme pues me había visto en televisión.
Tenía tatuajes, pero de los que están de moda, esos que se trepan por el cuello hacia el rostro, no los que se deslizan amenazantes por gruesos brazos.
¿Era éste realmente el iconoclasta digital que unas horas antes había estado atacando y aterrorizando minorías, escudado en su siniestro avatar?
Este Paul era atento, cortés y de risa fácil.
Pasamos el día caminando y me contó que en 2011 no le importaba la política, prefería la rumba.
Pero un día, uno de sus amigos le dio “me gusta” en Facebook al partido de ultraderecha English Defense League (EDL – Liga de la Defensa Inglesa). Él también le dio “me gusta” y empezó a contribuir escribiendo comentarios en esa página.
Paul tiene un agudo ingenio y es bueno con las palabras. En cuestión de semanas lo invitaron a convertirse en administrador de un grupo de Facebook de EDL, lo que le dio el poder de borrar los comentarios de otras personas, resolver disputas y gerenciar el grupo.
Este trabajo usualmente se abrevia a “admin” y cada vez cobra más importancia en la política moderna.
Ser un admin era posiblemente el cargo más signifitativo que Paul había tenido jamás: la gente lo escuchaba y lo respetaba, y ostentaba poder.
Le fascinaba y pasaba la mayor parte del día en eso. Devoraba los artículos que otros publicaban en el sitio o que él mismo encontraba sobre el peligro que representaba el islamismo para Reino Unido.
Empezó a atacar a musulmanes en otras páginas de Facebook, y ellos le contestaron. Con la polarización y radicalización de cada parte, Paul estaba viviendo en un emocionante mundo maniqueísta de amigos y enemigos, bueno y malo, en el que él era el protagonista principal.
En cuestión de un par de años ya calificaba a Anders Breivik, el extremista que mató a 77 personas en Oslo en 2011, de “héroe”.
Una noche se topó con un grupo de partidarios de EDL, una escena inusual en la pequeña ciudad en la que vive, pero no les habló.
En internet, él era un miembro respetado de las esfera nacionalista, con amigos y seguidores de todo el mundo. Pero el Paul real era un treintañero nervioso y desempleado que vivía solo.
Había dos Paul y eso le permitía comportarse en línea como nunca lo haría en la vida real.
El primero en notar ese fenómeno fue el psicólogo John Suler en 2001, quien lo denominó“efecto de desinhibición online”.
El trol
Protegidos por la pantalla, no vemos, ni siquiera pensamos en las personas con las que nos estamos comunicando, y nos sentimos extrañamente liberados de las normas y reglas sociales que normalmente gobiernan nuestra conducta.
Y quizás los más desinhibidos de todos son los troles de internet: aquellas personas a las queles produce placer ofender e insultar a extraños valiéndose de la web.
Zack tiene treinta y pocos años. Nos encontramos en un pub e inmediatamente me pareció que era uno de esos autodidactas inteligentes y reflexivos que ha leído mucho y tiene una veta de timidez natural.
Ha estado “troleando” durante una década.
“La idea de trolear no es acosar a las personas”, asegura. “Se trata de desatar situaciones, crear nuevos escenarios, sobrepasar los límites, poner a prueba nuevas ideas, calcular cuál es la mejor manera de provocar una reacción”.
Zack le ha dedicado años a afinar sus tácticas. Su técnica favorita es unirse al foro de un grupo que no le guste -como los de extrema derecha-, y escribir intencionalmente con errores gramaticales y ortográficos básicos. En un ejemplo que me mostró había escrito en un popular sitio de derecha que si leyeran más, los derechistas dejarían de serlo.
Luego, espera a que alguien lo insulte por no saber escribir y es entonces que los atrapa en una discusión política brutal.
Hay muchas especies de troles. A algunos les gusta acosar a extraños para sentirse bien. Otros se dejan llevar por la masa y persiguen sin cesar a alguien para estar a tono con el rebaño.
Hay muchas especies de troles. A algunos les gusta acosar a extraños para sentirse bien. Otros se dejan llevar por la masa y persiguen sin cesar a alguien para estar a tono con el rebaño.
Pero para algunos, como Zack, es una mezcla de deporte, filosofía y -aunque peculiar- activismo político. Zack piensa que la gente debe ser fuerte e independiente, que debe asumir la responsabilidad por sus acciones.
Le teme a una sociedad silenciosa y obediente, en la que todos se toman muy en serio y se ofenden con facilidad. Eso lleva a la autocensura y a la muerte de la libertad de expresión.
Los troles como Zack consideran que su papel es desafiar las fronteras de la insolencia paramantener a la sociedad en alerta.
El pedófilo
A veces, la desinhibición en línea ocurre en lugares no anticipados. Michael es un cincuentón amable pero serio, quien está felizmente casado y tiene una hija.
Se describe como “un comerciante exitoso y un heterosexual completamente normal”.
Poco antes de que yo lo conociera, lo habían condenado por poseer 3.000 imágenes ilegales de menores en su computadora, la mayoría de niñas de entre 6 y 16 años de edad.
Como muchos de los condenados por poseer imágenes ilegales de abuso de menores, Michael había llegado a ese mundo sin planearlo.
Empezó -dice- mirando pornografía legal, con mujeres veinteañeras, pero constantemente le aparecían ofertas automáticas que le ofrecían niñas de 15-18 años.
En algún momento, Michael hizo clic… y siguió haciéndolo.
A lo largo de los años, fue pasando a chicas de 14, luego de 13, 12, y así.
“Sucedió en pequeños incrementos”, me dijo, con lágrimas en sus ojos. “Realmente no me acuerdo cuando pasé de adolescentes a niñas”.
Michael se considera como un hombre con unos valores morales profundamente arraigados y repitió varias veces que nunca le haría daño a nadie, particularmente a un niño.
“No parecía real”, dijo. “No parecía que les estaban haciendo daño. Yo me inventaba razones para justificarlo. Durante un tiempo hasta me convencí de que lo que estaba haciendo no era ilegal”.
Se había habituado tanto a las imágenes que veía que había perdido su compás moral.
“¿Por qué era tan fácil encontrarlas?”, me preguntó. “Si no hubiera sido por internet, nunca habría siquiera pensado en nada de esto”.
Yo le creí. Paso a paso, es más fácil de lo que uno piensa terminar en un lugar al que nunca tuvimos la intención de ir.
El autor
“La tecnología no es buena o mala”, es lo que dice la primera ley de tecnología de Kranzberg, “pero tampoco es neutra”.
Internet baja las barreras, haciendo que sea más fácil satisfacer cualquier curiosidad, y decir o hacer cosas que no haríamos en la vida real.
A veces nos permite explorar deseos enterrados profundamente; otras, estimula conductas que habrían permanecido latentes. A menudo, es algo en medio.
No estoy excusando a esta gente. Estoy consciente de cuánta miseria causan y de que, no importa qué fue lo que la web facilitó, al final ellos son los responsables de sus acciones y conductas.
Y ciertamente hay personajes mucho peores merodeando en internet que estos tres, aprovechando el anonimato para destruir la vida de otros.
Pero no siempre son los demonios que imaginamos. Es importante entender cómo la gente termina en dónde está, sin condenar lo que hicieron: eso quizás nos ayudará a limitar el daño que hacen.
Y no es sólo ellos, sino también nosotros.
Y no es sólo ellos, sino también nosotros.
El autor George Orwell escribió sobre su enfrentamiento con un soldado en España que estaba tratando de huir mientras trataba de sujetarse los pantalones.
Conocí a la mayoría de los protagonistas de mi libro primero online y luego en la vida real. Siempre me gustaron más cuando nos encontramos. Al eliminar el aspecto cara-a-cara de la interacción humana, internet deshumaniza a la gente, y nuestra imaginación la convierte en monstruos exagerados, más aterradores porque están en la sombra.
La próxima vez que se te cruce por el camino un demonio digital, recuerda que hay una persona detrás del avatar, y que él o ella probablemente no es como te lo imaginas