Consiguen los núcleos de la realidad, los analizan, los codifican y los emiten para que la gente sepa qué está pasando. Son periodistas. Misión:quitar vendas de los ojos, enseñar, soplarle la cara a la sombra hasta desvanecerla.
Antes, los datos estaban debajo de las piedras; ahora llueven del cielo. Recuerdo un discurso de Foster Wallace: dos peses jóvenes nadan por el mar y se consiguen a un pez viejo que les dice: “Hola, ¿cómo está el agua?”. Los peses jóvenes se miran entre sí y siguen nadando hasta que uno de los dos le pregunta al otro: “¿Qué cosa es el agua?”.
Es que hay demasiada información. Tanta, que nadamos en ella como esos peses sin percatarnos de todo lo que nos está pasando. Saturados. Pero el periodista identifica los hechos trascendentes para hacerlos notorios y los convierte en una literatura verídica que morirá a las 24 horas, noticia de ayer. Hoy pasarán otras cosas. Qué bueno.
Tras casi dos siglos de periodismo, el país exige imparcialidad en un país políticamente dividido. Algunos periodistas asumen posiciones, otros caminan por el medio, y esa también es una posición.Hoy el tributo a los difusores de la realidad es venezolano. El 27 de junio de 1818, Simón Bolívar creó el primer número de El Correo del Orinoco, junto a célebres personajes como Germán Roscio, Francisco Soublette y Cristóbal Mendoza.
Los periódicos nacieron como brazos ideológicos de una u otra causa, para convencer a la gente. Con el tiempo surgió la publicidad y con ella la imparcialidad para no herir a posibles clientes, pero hoy en día esa idea es necesidad. El público se volvió crítico, analítico, y pide al comunicador que cumpla con su verbo (comunicar) y le deje el otro al pueblo (opinar).
Néstor Luis González