EFE) Suiza ha estrenado el primer teleférico descapotable del mundo, desde donde se puede experimentar la sensación inigualable de elevarse en el aire a cielo abierto hasta uno de los puntos de observación más impresionantes de toda Europa.
“Cabrio” -denominación asociada en varios países e idiomas a los coches sin techo- fue el nombre que eligieron los creadores del nuevo teleférico, que tiene dos pisos y que corona la cima del Stanserhorn, una montaña de los Alpes ubicada en el centro de Suiza, una región privilegiada por la naturaleza.
Desde los 1.898 metros de altura a los que se encuentra la estación del nuevo teleférico, los visitantes descubren un espectáculo sin par: diez lagos, los picos nevados que atraviesan los cantones de Saint Gallen, Grisones, Uri, Berna y Valais, así como pueblos y ciudades de las cuatro zonas lingüísticas de Suiza.
Más allá, en un día despejado, es posible observar sin dificultad el macizo del Gotardo, la cadena montañosa de los Vosgos, en Francia; la Selva Negra, famosa región boscosa de Alemania, y los Alpes, que entran a territorio de Austria y Liechtenstein.
“Estamos frente a una de las vistas más espectaculares de Suiza” y, por tanto, de los Alpes en su recorrido por ocho países de Europa central, asegura desde el mirador el director del “Cabrio Stanserhorn”, Jurg Balsiger.
Claramente, este teleférico, adaptado para discapacitados, no es como los otros: su cabina puede acoger a 60 pasajeros (30 en cada nivel), su cubierta es diáfana y por una escalera en caracol se sube al piso superior, concebido como una terraza desde la cual se puede admirar, sin cable de por medio, un paisaje interminable de picos nevados, bosques, prados y lagos.
La gran novedad, en términos tecnológicos y de oferta turística, es que es el primer teleférico de su tipo en el mundo y su puesta en operación ha tenido tal éxito que los responsables del proyecto han recibido en cuestión de semanas la visita de varios inversores extranjeros interesados en comprar la patente y repetir la experiencia en sus países.
Para la primera versión de este teleférico “el 90 por ciento de la inversión, así como el 100 por ciento de la concepción son suizas, y prácticamente toda la producción de piezas, la electrónica y la construcción de la cabina”, comenta orgulloso Balsiger.
Alcanzar la cima del Stanserhorn requiere en total unos 16 minutos, con un primer tramo que se recorre en el funicular de madera inaugurado ya en 1893 y que parte desde Stans (cantón de Nidwald), a 450 metros de altura, hasta la estación intermedia de Kalti, a 716 metros.
Allí se sube en el nuevo teleférico que, gracias a un sofisticado sistema hidráulico instalado a los costados de la cabina (en lugar del tradicional cable que pasa por el medio de ella), completa la subida a la cima.
Desde el pasado 29 de junio, cuando el “Cabrio” fue inaugurado, 87.000 personas han podido sentir en sus rostros la frescura del viento alpino y gozar de una vista extraordinaria en un ascenso muy suave y sin el balanceo típico de los teleféricos, sobre todo al cruzar las columnas de soporte.
Balsiger comentó a Efe que la inversión en el teleférico “Cabrio” fue de 28 millones de francos suizos (unos 23 millones de euros o 29,5 millones de dólares), unos seis millones más de lo que habría costado un teleférico convencional.
Ese importe fue sufragado por la compañía pública “Mount Stanserhorn Railway”, propietaria de las instalaciones y con más de 1.400 accionistas privados.
Desde su apertura, el novedoso teleférico ha transportado a un 25 por ciento más de público, en comparación con el mismo periodo del año pasado.
El plan de negocio apunta a que, en una temporada completa, se logre un crecimiento del 60 por ciento y la cifra de negocio se ubique en 2013 en torno a los 6 millones de francos suizos (unos 5 millones de euros o 6,3 de dólares), frente a los 4,5 millones de este año.
Está previsto que el “Cabrio” siga funcionando hasta el próximo 18 de noviembre, cuando quedará cerrado hasta el 13 de abril.
Una vez en la cima, el Stanserhorn ofrece muchas posibilidades de excursión, de 30 minutos hasta otro de sus picos, pasando por un parque de marmotas, o de cuatro horas hasta su punto más alto, una belleza por donde se mire, sobre todo si se tiene la suerte de hacer coincidir la visita con un día soleado.