Kellia de Oliveira, de 29 años, no sabe cuándo podrá ser madre. Su marido no tiene ninguna prisa, pero sobre todo no tiene cómo mantener a un hijo. “Si no puedo comprar un filete, me compro una salchicha, pero mi hijo no va a dejar de tomar leche. Cómo mantengo un niño con lo que entra en casa?”. La renta familiar los coloca en la nueva clase media de Brasil (clase C), aunque coqueteen con la clase D cuando él, que ahora gana 1.100 reales (450 dólares), se queda sin empleo, lo que ocurre con cierta frecuencia. Casi 100 millones de brasileños en edad de trabajar viven con sueldos parecidos al de Kellia, de tres veces el salario mínimo, marcado en 724 reales (300 dólares).
Se trata de una clase social de nuevos consumidores, clave desde un punto de vista electoral. Su poder adquisitivo además de disparar el consumo interno bruto, poderoso motor de la economía, ha revolucionado en la última década el perfil del brasileño medio. Este llega a la universidad, tiene acceso a la tecnología, una cuenta en el banco, acceso al crédito, se compra ropa de marca, invierte en un coche y muchos ya tienen su propia casa. Como Kellia.
Su sueldo como auxiliar contable en una pequeña editorial solo supera los 1.600 reales (660 dólares) cuando renuncia a sus vacaciones. Entonces se convierte en una mujer con algo más de dinero pero sin tiempo para gastarlo. Nacida en Ceará, en el noreste de Brasil, no conoce Río, ni la mayoría de las ciudades de São Paulo, donde vive. Rara vez ha pasado el fin de semana en el litoral. Su rutina está estrictamente plasmada en una hoja de cálculo de Excel. Una avería en casa o un gasto mal calculado supone entrar en números rojos en un día a día en el que no puede pagar casi nada al contado. "Vivo en función de mi tarjeta de crédito. Trabajo pensando en lo que tengo que gastar. Raro es el mes que me sobra algo para una emergencia", afirma.
Criada en un pueblecito donde ni siquiera había escuela, su actual estatus es mucho mejor de lo que ella misma esperaba hace unos años. Sus padres, un obrero y una limpiadora, nunca ganaron ni ganarán lo que ella gana. Kellia es la menor de cuatro hermanos y la primera que ha ido más allá de la enseñanza básica. “Mi madre está muy orgullosa de mi”, reconoce con la voz quebrada también de orgullo.
Sin embargo, frunce el ceño cuando se le pregunta sobre el milagro social de sacar a 30 millones de brasileños de la pobreza y de la economía sumergida atribuido al Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Es lo que los economistas consideran la paradoja de la nueva clase media brasileña. “En el noreste el Partido de los Trabajadores (PT) ayudó, pero aquí… Ya voté a Lula, confiamos en él para hacer algo por el pueblo. Hizo algo pero no fue suficiente después de 12 años de PT. Tenía poder para hacer mucho más en la educación, en la salud”.
“Esa franja de población, a la que el PT sacó de la pobreza y colocó con un contrato de trabajo y garantías de crédito, ahora, como ve que paga impuestos, empieza a fijarse en otras alternativas políticas además de la del PT y mira más a la derecha”, explica Luiz Carlos Mendonça de Barros, economista, exministro de Comunicación con el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso y actual director de la agencia Questinvest.
Kellia, por su parte, no se inclina hacia la derecha, pero no quiere volver a votar al PT. Como apunta la encuesta de Datafolha del pasado día 10, el partido de Dilma Rousseff pierde adeptos entre los brasileños que ganan de 2 a 5 salarios mínimos al mes, aunque aún se mantiene líder entre los más pobres.
“Ya voté sin saber nada del programa o del candidato, pero hoy ya me pregunto: ¿qué me están ofreciendo? Ahora intento informarme sobre lo que defienden, desde los derechos de las mujeres hasta sus propuestas en educación y salud”. Con los programas presidenciales de los candidatos aún sin definir o abiertos a alteraciones, Kellia no tiene nada claro qué hacer con su voto el próximo 5 de octubre.EL PAIS