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miércoles, 7 de septiembre de 2011

Frente al mar, 800 soldados gadafistas reposan en un cementerio de Misrata

(AFP) - Frente al Mediterráneo, en unas 800 tumbas de cemento barridas por el viento en medio de dunas de arena blanca, reposan los soldados de Muamar Gadafi muertos durante la batalla de Misrata, tercera ciudad libia asolada por seis meses de encarnizados combates.

El nombre oficial es “cementerio de los soldados de Gadafi” -es el único de este tipo en Misrata-, pero los habitantes también lo llaman con ironía el “hotel Janat”, por el nombre del barrio donde se encuentra.

Un equipo de cuatro hombres se ocupa de los difuntos. Llegan cuatro cuerpos de combatientes gadafistas al cementerio, un gran cuadrado rodeado de bloques grises de cemento.

Los muertos -todos de paisano- son desnudados, colocados encima de una losa de cemento ensangrentada, lavados y envueltos en sudarios blancos.

“Vienen de Al Hicha”, pueblo situado en el frente oeste de Sirte, ciudad natal de Muamar Gadafi que sus tropas controlan todavía, explica uno de los sepultureros, Ali Al Derateia.

“Intentaron entrar en Misrata viniendo de Sirte, pensaban que la carretera”, controlada por fuerzas del nuevo régimen, “era segura para ellos”, añade. Los imprudentes perecieron a balazos de los combatientes leales al Consejo Nacional de Transición (CNT, las nuevas autoridades).

Una vez terminado el aseo mortuorio, los sepultureros rezan una oración breve, se ponen una combinación gris y se llevan los cuerpos a su última morada, un tosco ataúd de madera, que será cerrado con unas plaquitas clavadas.

A modo de piedra funeraria, un bloque de cemento. Como epitafio, el nombre del muerto (y eso cuando está identificado, que ya es raro) escrito con un dedo en el cemento que se verterá sobre el ataúd.

Es muy raro que los familiares de los muertos vengan a verlos. En ese caso los mandamos a un despacho donde están guardadas las fotos, para su identificación”, indica Mohammed Al Jetlawi, otro enterrador, que hace su trabajo sin miramientos.
 
“Es verdad, vinieron para matarnos, pero nuestro deber es lavarlos y enterrarlos según la tradición”, dice.
Misrata se alzó el 19 de febrero, cuando los soldados gadafistas reprimieron una manifestación haciendo uso de cañones antiaéreos contra la multitud. Siguieron violentos combates y el Ejército bombardeó la ciudad con armas pesadas durante meses, y encontrar ahora una casa sin impactos es un milagro.

Según las fuentes, entre 1.500 y 3.000 civiles han perdido la vida en estos enfrentamientos.

La ciudad no es bombardeada desde el 10 de agosto, pero varios misiles balísticos Scud le estaban destinados antes de que la Otan los destruyera en vuelo o se perdieran en el mar, lejos del objetivo.

Sin embargo, no hay huellas de odio, ni siquiera de resentimiento, en las declaraciones de estos hombres encargados de enterrar a sus enemigos. “Es una tragedia. Son todos hermanos nuestros. No queríamos que sucediera todo esto. Siento todo esto”, murmura Mohammed Al Jetlawi.

“Hubiera querido que Dios salve las vidas de todo el mundo. Nosotros estamos acostumbrados a esta situación, a ver muertos, pero de hecho estamos aterrados de ver que se matan entre musulmanes. Es patético”, agrega Ali Al Derateia.

Al lado del cementerio militar musulmán, un cuadrado muy pequeño contiene cinco tumbas -una familia de refugiados africanos cristianos que intentaban huir de Misrata durante los combates y murieron a finales de abril durante un bombardeo del puerto donde estaban esperando desesperadamente un barco. “El padre, la madre y tres niños”, precisa Ali Al Derateia.

Una vez terminado su trabajo, los cuatro sepultureros se suben a la camioneta destartalada y se alejan, dejando solos frente al mar a los soldados muertos que casi nadie se acerca a visitar.