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martes, 20 de octubre de 2015

Este miércoles se cumplen 80 años del natalicio de Víctor “el Chino” Valera Mora

(AVN).- Este miércoles se cumplen 80 años del natalicio del poeta trujillano Víctor Valera Mora, quien con sus versos desenfadados retrató la lucha social, sin dejar de tomar en cuenta el canto al amor y el erotismo.
El “Chino” Valera Mora nació el 21 de octubre de 1935 en Valera, estado Trujillo, luego de padecer la prisión política (1958) se graduó de sociólogo en la Universidad Central de Venezuela y luego incursionó en la lucha revolucionaria de la década de 1960, la cual acompañó con su libro Canción del soldado justo (1961), donde expresa los temas reivindicativos que más le preocupan.
Sus preocupaciones sociales, su identificación con el obrero y el campesino, la lucha de clases, un declarado sentimiento socialista, el canto a los guerrilleros combatientes”, explica Gabriel Jiménez Emán en la Nueva antología (2004) que reúne los textos del poeta, publicada por Monte Ávila Editores.
Sostiene Jiménez Emán que en el “Chino” conviven por igual “los orbes sociales o ideológicos con los mundos sensibles e intelectivos” en los cuales lo sublime del amor se troca en lo cotidiano y político, tema éste en el que “el humor le sirve para ironizar los mecanismos del poder”.
Los rasgos de Valera Mora coincideron con una época “y se han proyectado en décadas sucesivas con un enorme poder sugestivo, creando expectativas firmes en el terreno literario, a ser reevaluadas en el siglo XXI”, sostiene el poeta en su prólogo.
“Jamás la canción tuvo punto final. / Siempre deja una brecha, una rendija, / algo así, como un hilito que sale, / donde el poeta venidero pueda / ir halando, ir halando, ir halando / halando hasta el mañana. / Nosotros los poetas del pueblo, / cantamos por mil años y más…”, declama el “Chino” en en los versos de “Nuestro oficio”.
Valera Mora publicò también los libros Con un pie en el estribo ( 1962), Amanecí de bala (1971), 70 poemas estalinistas (1979) y un libro póstumo: Del ridículo arte de componer poesía (1979-1984); trabajó en la dirección de cultura de la Universidad de Mérida (1969) y como promotor cultural en el Consejo Nacional de la Cultura (1981).
Desde el 30 de abril de 1984 a este poeta de oficio puro lo sobreviven sus versos revolucionarios.
Entre sus poemas más destacados se encuentra Oficio Puro, donde el excéntrico autor realiza una serie de preguntas que sin duda podrían poner a sonrojar o pensar a cualquier mujer en esos minuciosos detalles que quizás olvida después de hacer el amor.
A continuación el escrito del poema:

Oficio Puro

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el
[rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho
[el amor
De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho
[el amor
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda en el baño dará vuelta
a la llave del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas llanuras noches domésticas
Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio
Como la mayoría de las cosas de la vida obtienen una respuesta, esta no fue la excepción y es que la escritora, y amiga de el Chino, Katherine Mansfield,en un juego de palabras y una conversación sincera con arrebatos irónicos le responde a su amigo sobre el anticipado poema donde se pregunta “cómo camina una mujer después de hacer el amor”.

El té de manzanilla

Mi amigo,
el chino,
escribió una vez sobre cómo se sientan
y caminan
las mujeres después de hacer el amor.
No llegamos a discutir el punto
porque murió como un gafo,
víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla.
De haberlo hecho,
le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor
son los hombres que eyaculan
sin rencores
sin temores.
Y que después de hacerlo,
nadie tiene ganas
de sentarse
o de caminar.
Le puse su nombre a una vieja palmera africana
sembrada junto a la piscina de mi apartamento.
Cada vez que me tomo un trago,
y lo saludo,
echa una terrible sacudida de hojas,
señal de que está enfurecido.
Me dijo una vez:
La vida de uno es una inmensa alegría
o una inmensa arrechera.
Soy fiel a los sueños de mi infancia.
Creo en lo que hago,
en lo que hacen mis amigos,
y en lo que hace toda la gente que se parece a uno.
A veces nos quedamos solos
hasta muy tarde,
hablando de los gusanos que lo acosan
y del terrible calor que le entra todos los días
en esa arena y resequedad.
No ha cambiado de parecer:
un hambriento,
un desposeído,
puede sentarse y hacer amistad con Mallarmé.
Lautréamont nos acompañó una noche
y le dio la razón al chino:
la poesía debe ser hecha por todos.
Y llegaron los otros:
Rubén Darío mandando en Nicaragua,
Omar Khayyam con sus festejos,
Paul Eluard uniendo parejas de amantes.
Entre todos,
sumergimos al chino en la piscina, bajo la luna llena,
y se puso contento
como cuando tenía un río,
unos pájaros,
un volantín.
Ahora está arrecho otra vez,
porque le llevan flores
mientras trata de espantar a las cucarachas.
Quería que lo enterraran en Helsinki,
bajo nieves eternas.
Le dio la vuelta al mundo,
pasando por Londres donde una mujer lo esperaba,
y a su regreso,
tomó un té de manzanilla.
Él,
que amaba tanto las sombras,
ya no pudo trasnocharse.
Lúcido y muy hipócrita,
tenía un miedo terrible a morirse en una cama.
Sé,
porque me lo escribió en un papelito,
que la frase que más le gustaba era de David Cooper:
la cama es el laboratorio del sueño y del amor.