Ricardo Gareca llevó a Perú a conquistar el tercer sitio en la Copa América 2015. Foto: EFEPerú no podía estar allí, no podía haber entrado, no tenía por dónde, pero adentro estaba. La Copa América fue cerrada a cal y canto, con tranca y candado y bajo siete llaves, dominada por Argentina Brasil y Uruguay, desde hacía mucho tiempo. Ya los peruanos no jugaban con Hugo Sotil, César Cueto ni con Teófilo Cubillas, ya los últimos lugares de grupo habían sido varios, con cierta pena. De pronto los resultados en la competencia llamaron la atención de los aficionados. Alguien se asomó, por una de las gradas, y vio a Ricardo Gareca (Tapiales, provincia de Buenos Aires, 1958), el mismo que una vez, en junio de 1985, les marcó un gol en contra en las eliminatorias mundialistas.
Todos le hablaban como si pudiera oírlos. Gareca ha marcado un antes y un después, cuando los sueños de Perú se marchaban de viaje. Llegó como seleccionador nacional en marzo, avalado por su etapa ganadora en Vélez Sarsfield: cuatro títulos y unas semifinales de la Copa Libertadores. Con el Universitario de Deportes, además, había sumado otro tiempo antes. De niño jugaba de portero, hasta que fue adelantado como atacante: marcó 208 goles en su carrera y se convirtió en ídolo en el América de Cali. Los hechos suceden donde Gareca ha estado: la calificación de Argentina al Mundial del 86, el paro gremial en el futbol argentino y el tercer lugar en la Copa América, por encima de Uruguay y Brasil. Cuanto más le da por decir, menos miedo de hacer tiene.
¿Tigre, Flaco o sólo Ricardo?
De cualquier manera. En Argentina me dicen Flaco. En Perú: Profe. Es indistinto. Lo de Tigre salió de algunos compañeros en inferiores y después lo popularizó Walter Nelson, un relator de Sarmiento.
¿Quién era su ídolo?
De chico era hincha de Vélez. Hice las inferiores con Boca Juniors y mi debut en la Primera División, pero siempre fui de Vélez. Mi papá me llevaba a la cancha. Uno de mis ídolos era Miguel El Gato Marín, además de Carlitos Bianchi y Daniel Willington, que eran grandísimos jugadores. Para colmo, el primer campeonato que el equipo obtuvo ocurrió en el 68, en ese equipo jugaba precisamente el Gato Marín. Era figura.
¿Y, físicamente, siempre fue así?
Tenía más cintura antes (se ríe). Pero sí, siempre fui muy delgado. Con los años mantuve esa apariencia. En cierto momento quise engordar, pero los nervios me apretaron el estómago.
¿Trabajó de pequeño?
Dos meses, muy poco. Mi papá trabajaba en una fábrica de papel, conoció al dueño de otra y me hizo entrar. Al final, no le gustó el trabajo que hacía y me respaldó para ser jugador de futbol.
¿Fue feliz jugando?
Mucho. Mi carrera ha pasado por ciertos matices, tanto como jugador como entrenador. Eso a uno le permite crecer y conocer todas las cuestiones que tiene el futbol. Estar arriba, abajo, ir del aplauso al insulto. A todo eso que va de la mano con el resultado.
¿Recuerda aquel gol contra Perú, en las eliminatorias para México 86?
Cuando Bilardo dice que lo querían matar, no exagera. No podíamos perder ese partido. Passarella la cruzó, pegó en el poste y yo entré para empujarla. Fue muy importante para mi país, pero lo tomo como algo circunstancial, que tiene que ver con mi carrera deportiva. Después, me perdí lo que vino.
¿Entendió por qué quedó fuera del Mundial?
Fue un golpe duro. Yo estaba en Chile, concentrado con el América de Cali, y me llegó la noticia. La pasé mal. Creo que tenía posibilidades concretas de poder estar. Es algo que me dolió, por cómo se dio todo. En esa etapa Bilardo era muy criticado, había una oposición de un determinado sector de la prensa que estaba totalmente en contra, y yo fui uno de los jugadores que más luchó, junto con otros, por la posibilidad de llegar.
¿Nadie lo llamó?
A los pocos días de terminar el Mundial me llamó Passarella. “Esto también es tuyo”, me dijo. Esas cosas no se olvidan nunca. Tómelo como que una meta era clasificar y otra salir campeón del mundo. Argentina tiene esa obligación, porque es un país que siempre apunta al protagonismo.
Así como a Bilardo, también tuvo a Menotti…
Sí, a Bilardo lo tuve en todo el proceso que le nombré. A Menotti, muy poco tiempo. Son conceptos diferentes. Menotti me probó, yo era más joven y, antes de España 82, me convocó a dos partidos en el Monumental de River. Jugábamos contra Polonia y Hungría. La verdad que no formé parte en ningún momento de su proceso. Sí lo escuché, porque es un técnico totalmente reconocido mundialmente. Bilardo es más obsesivo en algunas cuestiones, en cuanto a lo que se refiere a la táctica y el análisis del rival; abarcaba un todo, prácticamente. Menotti es más respecto a todo lo que tenga que ver con el funcionamiento del equipo. Dos posturas diferentes, de las que no preferiría ponerme en ninguna vereda. Son técnicos que los respeto, muy importantes en la historia del futbol de Argentina, y prefiero hacerme una propia imagen. Me gusta el futbol. Usted sabe que todos los técnicos, en su mayoría, sólo apuntan a ganar. Todo mundo quiere hacerlo, con diferentes metodologías. Yo tengo la mía y creo en ella.
¿Se siente más reconocido como entrenador que como jugador?
Como entrenador he crecido desde muy abajo. Escalé divisiones a través de logros. A partir de eso me he posicionado en esta posibilidad de dirigir a una selección nacional. Todo me ha costado, nadie me ha facilitado las cosas. Es cierto, también, que se vive sufriendo. Sé lo que es el sabor del éxito y del fracaso. Sé lo que es cuando te elogian y cuando te critican. Lo viví con los hinchas de Boca y de River. Son experiencias que sirven, porque a uno lo hacen más fuerte.
A propósito de eso, ¿no era una locura pasar de Boca a River, en la época que lo hizo (1985)?
En su momento, Boca no estaba bien, económicamente era un club que atravesaba muchos inconvenientes. Esa vez apareció un presidente, Hugo Santilli, de River, que quería hacer una especie de golpe mediático importante para su asunción como presidente. Quería formar un gran equipo en todo aspecto. Yo estaba en un conflicto gremial con Boca, junto a Ruggeri. En cierta manera por eso nos convertimos en protagonistas. Había también otro muchacho: Mario Franceschini, que estaba en la segunda división y en la misma situación que nosotros. Y como éramos jugadores de un equipo grande, se desató un conflicto. Después se logró algo importante en el futbol argentino, que fue el reconocimiento del jugador: estando dos años sin contrato, ya podía considerársele libre. Aprovechó Santilli todo ese conflicto y nos llevó a River.
¿Café o mate?
A veces los dos. He compartido mesa con el Bambino Veira, Maradona, Passarella y Mario Kempes, que fue mi ídolo desde joven. Si se trata de hablar de futbol, le diría que con ellos lo hago.
¿Cuál es el ABC de un entrenador?
Tiene que saber de todo. Saber conducir es tan importante como saber de táctica, como de estrategia. Todo lo que se complemente con relaciones, manejo de prensa y todas las cuestiones que tienen que ver con un país. El técnico no puede especializarse sólo en un área, sino en todas. Así sea seleccionador o técnico en un club. De cierta manera, tiene una similitud. Un entrenador tiene que ser completo, en definitiva.
¿Cómo le va en Perú?
Hubo errores que se fueron corrigiendo en todo aspecto, sin variar en una posición. Pero sigo sosteniendo lo mismo: que uno debe crecer mucho más y puede ir evolucionando en la medida que se anime y que se atreva. Perú tiene que atreverse a jugar de una misma manera, de una misma forma, ante cualquier selección. Independientemente de quien sea. Eso le va a permitir ser mejor, que es lo que en definitiva uno quiere. Apostando por algo importante como es un estilo, una manera de protagonizar y sentirse protagonista.
¿Algún rival a vencer?
El peor enemigo de Perú es Perú mismo. Que dudemos de este cambio. El jugador peruano tiene un talento grande, que lo tiene que volcar al campo de juego de una vez por todas.
¿Se puede mirar cara a cara a Argentina y Brasil?
Usted lo vive en el torneo mexicano: los grandes equipos se rearman para salir campeones con grandes figuras. Y resulta que, después, se terminan llevando el título otros que no tienen la misma inversión, pero que funcionan como equipo. Uno puede hacerle frente a estas selecciones. Todos los entrenadores nos encontramos en un mismo problema: el poco tiempo de trabajo que tenemos con nuestros planteles. El mismo problema que viven Perú, México o Argentina, lo enfrentan los demás. Si logramos nosotros funcionar en ese poquito tiempo con un gran sentido de solidaridad, de equipo y una prioridad absoluta, yo creo que tenemos chances de poder competir con estas selecciones tan importantes a nivel individual. Ése es el camino que vislumbro. Cuando hubo tiempo, como en la Copa América, lo pudimos hacer. Ahora que venga la Copa Centenario, y que podamos convivir, también lo tenemos que aprovechar.
¿Y Rusia 2018?
Estamos convencidos de que es una posibilidad. Nosotros no aseguramos nada, porque es muy difícil hacerlo en el futbol. Uno tiene que ser respetuoso y, por sobre todas las cosas, demostrarlo en el campo de juego. Pero estimamos que tenemos posibilidades. Fue un año positivo. Nos fuimos conociendo, conocí el país, más allá de que ya había estado aquí por haber dirigido al Universitario en 2007-2008. Tuvimos algunos partidos de fecha FIFA, más la Copa América y esta parte de las eliminatorias. Hay mucho por hacer todavía.
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