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viernes, 13 de noviembre de 2015

Revelan los misterios de las pirámides de Egipto

 Un artículo publicado por El Confidencial, revela el hallazgo de anomalías térmicas en las pirámides de Egipto.
Lea a continuación el interesante texto titulado “Los misterios de las pirámides de Egipto y las teorías históricas que los intentaron explica”r:
En mitad de la gran meseta de Guiza se encuentra su Gran Pirámide, la única de las siete maravillas del mundo que aún sobreviven. Su geométrica forma y majestuoso tamaño siguen sorprendido a todos los habitantes de este planeta, a pesar de que, poco a poco, se han ido respondiendo gran parte de las preguntas que la rodeaban. Hoy en día sabemos que su función era funeraria, y que en su interior se albergaron los cuerpos de los faraones Keops, Kefrén y Micerino, pertenecientes a la cuarta dinastía que se desarrolló entre el siglo XXVII y el XXVI antes de Cristo. También, que probablemente fue construida gracias a un ingenioso truco que consistía en mojar el suelo para que los bloques de piedra pudiesen resbalar más fácilmente.
Durante milenios, no obstante, han sido el objeto de una gran especulación, en muchos casos disparatada. Su grandiosidad es terreno abonado para las explicaciones a ratos ingenuas, a rato interesadas. Recientemente ha circulado en Estados Unidos un vídeo de 1998 en el que el candidato a la presidencia Ben Carson afirmaba que, a pesar de lo que ha dicho la ciencia, las pirámides son “el granero de José”, el hijo del patriarca Jacob que constituyó una de las 12 Tribus de Israel y que erigió las pirámides para guardar el grano durante los años de hambruna que asolaron Egipto.
La batalla interpretativa
Aunque la reacción más habitual haya sido la burla, la aseveración de Carson nos dice mucho acerca de las visiones que por lo general han proliferado sobre el enigma de las pirámides. Por una parte, señala el profesor de antropología de la Universidad de Michigan Ethan Watrall en un artículo publicado en ‘Atlas Obscura’, el hecho de que Egipto sea uno de los escenarios más recurrente en la Biblia ha llevado a que muchos de los hermeneutas hayan buscado explicaciones vinculadas con los textos sagrados, como ocurre con el político conservador.
Por ello, es fácil caer en la tentación de pensar que esos grandes edificios debían ser a la fuerza el granero de José. Esta teoría se remonta al siglo VI, cuando Gregorio de Tour escribió la ‘Historia de los francos’ (“eran amplios en su base y estrechos en la parte de arriba para que el trigo pudiese ser arrojado dentro a través de una pequeña abertura”, escribía). A lo largo de la Edad Media, las visitas a Egipto fueron frecuentes por parte de los cruzados, y aunque la guía de viajes de Juan de Mandeville ya reconocía que “hay quien dice que eran tumbas para los grandes señores de la antigüedad”, este argumentaba que, de ser eso cierto, “no estarían vacías ni tendrían entradas ni serían tan grandes y altas”. Efectivamente, la monumentalidad de la construcción no cuadraba con los enterramientos cristianos.
La otra versión religiosa tiene como protagonista a Noé que, no satisfecho con haber construido un arca para salvar a todas las especies animales, se remangó para construir las pirámides una vez tocó tierra. La lógica es aplastante: “el que construyó el arca fue, entre todos los hombres, el único competente para dirigir la construcción de la Gran Pirámide”, escribió John Taylor en ‘The Great Pyramid: Why It Was Built and Who Built It”, publicado en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, y en el que afirmaba que las pirámides eran un repositorio del conocimiento matemático divino.
El autor recibió una impagable respuesta por parte de la American Metrological Society: “Parece que hay algo que bordea lo ridículo en atribuir a un hombre tan situado como Noé, que acababa de escapar de una catástrofe como la destrucción de la raza humana, un proyecto tan salvaje, tan casi estúpidamente idiota como es acumular una pila de rocas de millón y medio de yardas cúbicas”. Un simpático seguidor de Taylor fue el astrónomo escocés Charles Piazzi Smyth, que en ‘Our Inheritance in the Great Pyramid’ (1864) desvelaba que la pirámide ocultaba un gran número de profecías bíblicas, entre ellas, la fecha del fin del mundo que, como suele ocurrir, se encontraba a un tiro de piedra: 1881.
La visión racista del enigma egipcio
Ya Heródoto, el gran historiador griego, había escrito su propio retrato de las pirámides, que hasta el siglo XX fue considerado como uno de los más fiables hasta que los historiadores se dieron cuenta de que había ciertas cosas, como su descripción del proceso de momificación, de dudoso rigor científico. Durante siglos, y hasta nuestros días, las explicaciones religiosas han convivido con otras más seculares pero con implicaciones más peliagudas. Como recuerda Watrall, nos cuesta mucho pensar que civilizaciones antiguas radicadas en Egipto pudiesen llevar a cabo una obra de ingeniería tan grande, por lo que tendemos a buscar explicaciones sobrenaturales. “El problema es que eso es increíblemente etnocéntrico y, en el peor caso, puro racismo”.
Entre las teorías de la conspiración más descacharrantes destaca la de Ignatius Loyola Donnelly, un congresista de Minnesota que, en un alarde de diletantismo, defendió en ‘Atlantis: the Antediluvian World’ (1882) que en realidad, Egipto no era más que la primera colonia de los atlantes. Según su teoría, estos habrían establecido réplicas de sus grandes ciudades por todo el mundo antes de que su civilización fuese tragada por las aguas. Otro ejemplo serían las pirámides de Mesoamérica aunque, como explica un artículo publicado en ‘io9′, hay muchas razones para dejar de comparar unas y otras. No sólo la ausencia de escaleras y templos en las cúspides de las pirámides egipcias, sus métodos de construcción o su función sino especialmente que la mayor parte de los edificios mesoamericanos fueron construidos al menos un milenio más tarde que aquellos.
A medida que pasan los años y llegamos al siglo XX, las explicaciones sobre la pirámide empiezan a virar hacia la ciencia ficción. Es el caso, por ejemplo, de la teoría de Edgar Cayce, un célebre vidente estadounidense que en su libro ‘Gods of Eden: Egypt’s Lost Legacy and the Genesis of Civilization’ sugería la posibilidad de que los constructores hubiesen sido capaces de diseñar un sistema para hacer levitar los bloques de piedra, quizá a través de vibraciones sónicas que habrían permitido levantar las rocas hasta la altura de 146 metros que tiene la mayor pirámide.
Más razonable, aunque también haya sido descartada, es la teoría de la correlación de Orión (OCT) formulada por primera vez por Robert Bauval y Adrian Gilbert en ‘The Orion Mystery’ a principios de los 90. Esta señala que existe una correlación entre el emplazamiento de las tres pirámides de Guiza y las tres estrellas de la constelación de Orión, lo que les llevaba a argumentar que su construcción tenía la función simbólica de conducir a los faraones a la vida en las estrellas después de la muerte. Como recoge el artículo de ‘io9′, ni el plano de las pirámides cuadra con las estrellas del cielo, salvo que le demos la vuelta, ni ambas formas se encuentran alineadas, con una diferencia angular de hasta 50º.
Al contrario de lo que sugiere Carson, ningún científico ha defendido la extendida teoría del origen extraterrestre de las pirámides que, como hemos visto, dice mucho acerca de lo que pensamos de otras civilizaciones. La reinvención de las pirámides a principios del pasado siglo es el mejor signo de cuáles son las creencias de nuestra época de consumo sin fin, cuando el hábil vendedor Antoine Bovis aseguró que la forma de la pirámide, reproducida a escala, permitía conservar la carne por sus poderes especiales. Pronto, a esa utilidad se añadieron otras como afilar navajas, envejecer el vino o purificar agua. Algo que (como si hiciese alguna falta) ha sido repetidamente desmentido, pero que muestra bien la fascinación que aún produce hoy en día estas construcciones.