Cuando Barack Obama ganó las elecciones presidenciales de 2008, el columnista Thomas Friedman proclamó en un artículo que finalmente la guerra civil americana había terminado. Casi 150 años después de la derrota del Sur esclavista ante la Unión liderada por Abraham Lincoln, un hombre de origen africano llegaba a la Casa Blanca. Obama, hijo de un negro de Kenia y una blanca de Kansas, triunfó presentándose como el candidato posracial, el que debía cerrar heridas profundas. Si un afroamericano era presidente, todo parecía posible.
Los sucesos en Ferguson (Misuri), donde la muerte de un negro desarmado a tiros de un policía blanco ha desatado protestas, violencia e intimidación policial, recuerdan que aquella historia —las décadas de esclavitud, segregación, discriminación y marginalidad— no ha acabado. Casi siete años después de llegar a la Casa Blanca, las tensiones raciales se convierten en un problema político de primer orden para el presidente.
El agente Darren Wilson, presunto autor de los disparos, está de baja con sueldo y en libertad. No ha sido acusado de ningún crimen.Que Ferguson, junto a la primera intervención militar en Irak desde la retirada de 2011, haya monopolizado la atención de Obama durante el veraneo en Martha's Vineyard (Massachusetts), da una idea de la gravedad de la crisis. Obama aprovechó ayer una interrupción prevista de las vacaciones para despachar en la Casa Blanca con el titular del Departamento de Justicia, el fiscal general Eric Holder. Holder, negro como él, ha reforzado el papel del Gobierno federal ante unas autoridades locales y estatales desbordadas.
La raza es uno de los argumentos recurrentes de la presidencia de Obama. Con reticencias, Obama ha acabado por intervenir. Lo hizo en 2009, al convocar un encuentro en la Casa Blanca entre su amigo, el profesor negro de Harvard, Henry Louis Gates, y James Crowley, el policía blanco que le había detenido en su propia casa. Y en 2012, la muerte del adolescente Trayvon Martin en Florida y la exoneración de su agresor, George Zimmerman, llevaron al presidente a intervenir en el debate y declarar que Martin podría ser hijo suyo.
Esta vez, Holder ha enviado a Misuri investigadores de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) para aclarar las circunstancias de la muerte de Michael Brown, que tenía 19 años cuando el 9 de agosto, Wilson le disparó por lo menos seis veces, dos de ellas en la cabeza, según una autopsia preliminar. El Gobierno federal ha ordenado una nueva autopsia —la tercera— del cadáver de Brown.
Nadie habla por el momento del envío de tropas federales para contener la espiral violenta. Pero el gobernador de Misuri, el demócrata Jay Nixon, desplegó la Guardia Nacional, la milicia estatal que en EE UU suele movilizarse en ocasiones como catástrofes naturales, pero también para afrontar situaciones de desorden público.
Ocurrió en 1992 en los disturbios de Los Ángeles y en 2005 tras la inundación en Nueva Orleans (Luisiana) por el huracán Katrina. Antes, en los años cincuenta y sesenta, Washington asumió el control de la Guardia Nacional y envió tropas federales para garantizar el cumplimiento de órdenes judiciales que prohibían la segregación. La desconfianza de los negros hacia las autoridades locales y estatales tiene tradición.
El despliegue de la Guardia Nacionalresponde a la escalada del domingo por la noche, cuando un grupo de personas —muchos llegados de fuera de Ferguson, una ciudad de 21.000 habitantes al norte de San Luis— se enfrentaron a la policía con cócteles molotov y con armas de fuego.
La del domingo al lunes —la segunda y, según anunció Nixon, última noche de toque de queda— fue la peor. El estallido llegó tras una semana de protestas mayoritariamente pacíficas, disturbios que evocaron imágenes propias de países inestables, el descubrimiento de la militarización y los excesos de la policía y una respuesta política titubeante que posiblemente haya contribuido a encender los ánimos.
El jueves, Ronald Johnson, capitán de la Patrulla de Carreteras de Misuri, tomó las riendas de la seguridad. Johnson es negro y creció en la zona.
Su llegada apaciguó los ánimos. Pero el viernes, la policía local, además de anunciar la identidad del agente que disparó a Brown, apuntó a Brown como responsable de un robo en un comercio cercano unos minutos antes del tiroteo. La divulgación de esta información indignó a la familia del muerto. Desde el viernes, las noches de fuego y gases regresan con fuerza.
La percepción de que la justicia no es igual para todos y la policía no les protege está extendida entre los afroamericanos. El problema es local —y tiene que ver con el declive de las grandes ciudades del Medio Oeste— pero va más allá, en la geografía y el tiempo. En Ferguson, una ciudad con un 67% de negros, hay 50 policías blancos y tres negros. El 38% de la población carcelaria de EE UU es negra; en ciudades como Washington, tres de cada cuatro jóvenes negros pasarán en algún momento de sus vidas por prisión.
La jurista Michelle Alexander ha definido este sistema como el “nuevo Jim Crow”, por el nombre que recibía el sistema de segregación legal instaurado en el Sur tras la guerra civil. “Estos jóvenes”, escribe Alexander en el libro de título homónimo, “forman parte de una subcasta encerrada y apartada de forma permanente de la corriente principal de la sociedad”.
La reducción de las sentencias por delitos menores y la persecución de la discriminación racial por parte de las fuerzas del orden es una prioridad de la Administración Obama. Pero la raza —el problema americano: el trauma no superado— es una cuestión delicada para el presidente. Una cuestión incluso íntima.
Obama sabe lo que es que la policía le pare o le someta a un registro más estrecho en un aeropuerto por el color de su pie. Es el presidente de todos los norteamericanos —también de los blancos atemorizados por fantasmas de gangs (bandas) y guetos en llamas— pero nadie como él puede empatizar con Michael Brown y su familia.
“Hay muy pocos afroamericanos en este país que no hayan tenido la experiencia de ser seguidos cuando van a comprar a unos grandes almacenes”, dijo una vez. “Esto me incluye a mí”.EL PAIS