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domingo, 7 de agosto de 2011

DPA: Nostalgia del Muro de Berlín, la gran contradicción 50 años después



Berlín, 7 ago (dpa) - Miles de padres no pudieron estar presentes en la boda de sus hijos, millones no pudieron asistir a sus familiares enfermos, casi 150 murieron por él: el Muro de Berlín separó dramáticamente y durante 28 años los destinos de los alemanes. Lo que sorprende es que medio siglo después de su construcción, tantos lo echen de menos.

Según revelan distintas encuestas, casi uno de cada cuatro alemanes querría que siguiera existiendo el “Muro de la vergüenza”, como empezó a denominarse en la Alemania occidental, o “Muro de contención antifascista”, como se refería a él la cúpula de la extinta República Democrática Alemana (RDA).

Apenas hay diferencias entre los occidentales y sus hermanos orientales. De acuerdo con el último estudio sobre el tema elaborado por el instituto demoscópico alemán Emnid, el 23 por ciento de los habitantes del este y el 24 por ciento de los del oeste creen que su vida mejoraría si siguiera existiendo el Muro de la ignonimia.

Casi el 16 por ciento considera incluso que una nueva división interna es lo mejor que podría pasarle a la primera potencia económica europea, un Estado de bienestar asentado, con una tasa de desempleo del 7,0 por ciento en descenso y buenos modelos de educación en la comparativa internacional.

Llama la atención en una nación que tanto peleó por lograr la libertad, sobre todo si se recuerdan las víctimas mortales que dejó el inexpugnable Muro y las imágenes de aquella noche de noviembre en 1989, cuando martillo en mano, los alemanes de ambas partes lo tiraban abajo junto a la emblemática Puerta de Brandeburgo, abrazándose, llorando y rociándose con champán.

“Nosotros, los alemanes, somos el pueblo más feliz del mundo”, exclamaba el alcalde del entonces Berlín occidental, Walter Momper.
Para el profesor Klaus Schroeder, de la Freie Universität de Berlín, uno de los principales problemas es que algunos alemanes orientales han construido en sus cabezas “una concepto idealizado de la RDA que nunca existió”, mientras que sus vecinos occidentales se siguen viendo como los financiadores de la reunificación.

Es que desde 1990 hasta nuestros días, el oeste ha invertido millones en la remodelación del este y seguirá pagando al menos hasta 2019 el denominado “impuesto de solidaridad” con ese fin.

Por ello, según el informe “Sozialreport 2010″, elaborado por expertos del Centro de Investigación sociológica Berlín-Brandeburgo (SFZ), sólo el 37 por ciento de los occidentales cree que la reunificación le reportó más beneficios que pérdidas en las últimas dos décadas. En el este el porcentaje llega al 42 por ciento.
Pero no sólo lo echan de menos: de acuerdo con un sondeo del instituto Forsa publicado esta semana en el diario “Berliner Zeitung”, más de un tercio de la población de Berlín defiende que su construcción no fue errada. Un diez por ciento calificó esa medida incluso de “perfectamente acertada”.

Mientras, la “Ostalgie” o nostalgia por todo lo que desapareció para siempre con la disolución de la RDA, ha alcanzado en los últimos años una fuerza impresionante en ciudades como Berlín.

En algunos bares no se sirve Coca-cola, sino Vita Cola, original de la Alemania comunista, los pepinillos del Spreewald, orgullo de la RDA, se consumen en cantidades ingentes, al igual que la cerveza Radeberger y el cava Rotkäppchen. La ciudad tiene un museo de la RDA, un bar de la Stasi, y ofrece paseos en el mítico coche “Trabi”.

Pero más allá de todo ello, Schroeder opina que la razón por la que tantos echan de menos el Muro tiene su base en la frustración resultante de la falta de integración que ha habido en el país.

No en vano, casi 22 años después, el rendimiento económico de los cinco estados federados del antiguo satélite comunista sigue anclado en torno al 70 por ciento del de los del oeste, el nivel salarial se estanca en el 78 por ciento, el desempleo es casi el doble y la delincuencia aumenta en una parte del país que presumía de seguridad.
Según el experto, “en la lucha entre los dos sistemas, ganó el oeste. El este quedó frecuentemente en el papel de perdedor”. Por ello, “la mayoría de los orientales no se sienten alemanes. Lo aceptan, pero no lo apoyan. Se sienten apátridas en Alemania”.

Mientras el valor más defendido en el oeste es la libertad, en la otra parte, la herencia de la RDA hace que lo primordial siga siendo la igualdad y la seguridad. Y como muchos opinan que ninguno de ellos está garantizado, defienden que un nuevo muro solventaría los problemas.

Pero no se trata de un muro físico, coinciden los politólogos: simplemente lamentan que la vida en el país reunificado no sea como la habían imaginado. No en vano, casi todos confiaban en una tercera vía y no la brusca llegada del capitalismo.

Ya no esperan los “paisajes floridos” que prometió el enconces canciller, el cristianodemócrata Helmut Kohl. Y ahí puede darse otro dato curioso: un 80 por ciento de los orientales y un 72 por ciento de los occidentales podría imaginarse vivir en un Estado socialista, siempre que así se garantizase la seguridad, solidaridad y el empleo.