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domingo, 7 de agosto de 2011

CIENCIA Y TECNOLOGIA

¿Cuándo desconectarse?

Para entonces ya había revisado internet para ver si alguien me había enviado un texto mientras dormía. No había ninguno así que busqué las últimas noticias.
Musa Okongwa, poeta y músico

Uno sabe que el mundo ha cambiado cuando su página de inicio es al-Jazeera. Estaban reportando sobre la terrible sequía en Somalia, que afecta a 10 millones de personas.
Es imposiblemente trágica, e imposiblemente distante.

La imagen en la página era un retrato de miseria, pero parecía más como una toma en alta resolución de una película sobre esa miseria.

Es extraño. A veces me pregunto qué es lo que internet nos despierta más: nuestra conciencia o nuestra impotencia. A veces siento que la desdicha que vemos en nuestras pantallas planas se ha convertido en otro filme que no tenemos que ver.

Anoche me fuí de la casa de mi novia, no sin antes anunciar la ruptura en Facebook. Hice clic en el botón y cambié el estatus de "en una relación" a "soltero".

La cosa es que yo nunca quise registrar que estaba en una relación en primer lugar. Para mí, declarar que estás saliendo con alguien en Facebook es como mal karma, asegura una desilusión.

Alguna vez leí sobre una creencia de los nativos americanos, posiblemente apócrifa, de que si a uno le toman una foto, se pierde parte del alma, que de alguna manera se lleva tu fuerza vital. Creo entender a lo que se refieren.

En el mundo virtual ahora están los fantasmas de la alegría, fotos de cuando ella y yo estábamos en perfecta sincronía. Ahora son restos del amor vivido pero perdido, y la gente extraña puede repasarlos para ver cuán felices fuimos en algún momento, de la misma manera que civilizaciones de futuros milenios verán las primeras huellas en la superficie de la Luna.

Es irónico mirar un álbum de fotos virtual: se recorre en silencio, pero los ecos son ensordecedores.

Fama antes del éxito

Necesitaba seguirme moviendo. Mi cerebro y mi cuerpo no están hechos para la inercia; necesitaba un propósito. Necesitaba mantenerme ferviente, o me sepultaría el vacío. Pero no podía recurrir a Twitter.

Twitter me hace sentir disperso. Tengo muchos seguidores, pero ni idea de hacia dónde los estoy guiando.

Tengo 140 caracteres para impresionar a un par de ojos pasajeros, para que lean sobre mí y quizás me retuiteen, aunque casi nunca lleguen a conocerme. Los sitios de citas a ciegas parecen íntimos en comparación.

Yo tengo un amigo que es muy bueno para tuitear, casi tan bueno como para tocar. Una vez le dije en broma que yo no necesito un reloj para saber qué hora es, pues sólo tengo que mirar cuántos seguidores tiene él en Twitter, ya que parece conseguir mil más cada hora.

Lo conocí hace tres años y medio en un concierto, cuando pocas personas sabían cuán talentoso era. Ahora es uno de los actores más apasionantes de la música.

Se volvió famoso a través de YouTube. Hizo un asombroso número con canto, rap y percusión vocal con un looper, todo el tiempo rasgando y golpeando su guitarra. El acto enloqueció a la red.

Eso fue hace millones de visitas y, aunque apenas está empezando su carrera, su rostro ya ha estado en tropecientos hogares del planeta. Casi parece el mundo al revés. Como él mismo dijo sobre la industria musical, "en esta época, uno tiene que tener éxito antes de poder ser exitoso".
Quizás yo logre tal éxito algún día, pero en ese momento había cosas en mi vida no virtual que requerían de mi atención. (Usted sabe, la vida: eso que sucede mientras uno espera esos emails que nunca llegan).

Conectar, chequear, desconectar...

En los peores momentos, reviso mi email decenas de veces por hora, esperando confirmación de que ese productor trabajará conmigo o que a esa revista le gustó mi libro o mi albúm.

Abro la sesión, nombre de usuario, contraseña, intro, miro, hago una mueca, refresco, cierro la sesión... abro la sesión, nombre de usuario, contraseña, intro, miro, hago una mueca, refresco, cierro la sesión. Es como si yo fuera un niño sentado en la parte de atrás del auto de mi ego y estuviéramos camino al éxito, y yo me la pasara chillando "¿ya vamos a llegar?".
No hay nada como una bandeja de entrada vacía para recordarnos de la distancia entre nosotros y nuestros sueños.

Después de bañarme y cepillarme, salí a la calle. Como cosa rara, era un lunes amable. Quizás el día sabía sobre mi doloroso fin de semana, y había algo de compresión en la luz del sol.
No quise faltarle el respeto al clima que me habían regalado metiéndome al metro, así que esperé pacientemente a que llegara el bus número 4.

Entre tanto, luché por resistir rascarme esa piquiña que es Twitter. Amo a Twitter, pero no confío en él. Es como comida reconfortante para almas neuróticas.

Uno puede sentarse y despotricar durante horas sobre cualquier cosa y -estén de acuerdo o no- casi siempre hay un par de ojos receptivos a lo que uno escribe. Y eso no parece muy bueno: es demasiado fácil darle salida a la tensión en vez de usarla para salir y cambiar lo que realmente uno necesita modificar.

Revolución en vivo y en directo

Hablando de cambios, no soy la única persona que está más que un poco molesta con Twitter. Recientemente estuve en una conferencia en Suecia y las palabras de un conferenciante en particular se me quedaron en la mente. Su nombre es Mohamed el-Dahshan y 48 horas antes había estado luchando por un mundo nuevo y justo en Egipto.
"
Ahora estaba en Occidente, en un mundo en el que había millones de ciudadanos orondos o simplemente ajenos, convencidos de que Twitter y su compañero de establo en las redes sociales, Facebook, habían provocado la Primavera Árabe. Estaba furioso. De hecho, estaba tan furioso que no se salió de sus casillas, sino que rebosaba de furia justificada al corregir lo que consideraba una narrativa floja.

La revolución, aclaraba, no era algo que se lograba a control remoto. Uno no cambia un régimen pulsando "Me gusta" en una página a favor de la democracia en Facebook. La libertad no puede ser tuiteada. Uno tiene que forcejear y reñir entre el polvo y la mugre. Uno tiene que sangrar y añorarla.

Estaba muy indignado. Allá no tienen aviones teledirigidos pero se enfrentan a tronos. Mientras nosotros retuiteamos, ellos no se dan por vencidos.

Cuando terminó de hablar lo aplaudieron muchos cientos de manos. Nos pidió a los occidentales, particularmente a quienes trabajan en los medios, que hiciéramos lo que fuera posible para divulgar el mensaje y que nos preguntáramos si estábamos haciendo lo suficiente para apoyar a la Primavera Árabe. Yo lo pensé bien... y después decidí registrarme como uno de sus seguidores en Twitter.

Penas ininterrumpidas

Necesitaba salirme de Twitter, necesitaba desconectarme, pero era más difícil de lo que pensaba. Me la pasaba yendo a su página de inicio como un fumador buscando sus cigarrillos. Así que hice lo que todo el mundo debe hacer cuando acaba de terminar una relación: escuchar música.

Mount Kimbie es un grupo de música electrónica muy, muy, muy bueno. Mount Kimbie acaba de lanzar un álbum excelente llamado "Crooks and Lovers", y la razón por la cual son tan buenos es que son ideales para escuchar cuando uno acaba de llegar al final de una relación amorosa maravillosa pero definitivamente insostenible.

Facebook en iPhone
No es una de esas piezas musicales que ofrece un descanso instantáneo de la tristeza: no tiene nauseabundas tonadas alegres ni tampoco hueca melancolía. Te lleva con delicadeza al borde de las lágrimas, para luego, con la misma delicadeza, alejarte de ellas. No ofrece respuestas fáciles. No te lleva a extremos... por eso me parece mejor que Twitter.

Yo sé que parezco desagradecido con las redes sociales, y quizás lo soy. Éstas le han permitido a gente como yo promover su obra entre audiencias cuyo volumen previamente era inimaginable.

Pero a veces uno necesita reflexionar con claridad y sin interrupciones. Ya sea felicidad o tristeza, uno necesita sentirla y no forzarla, necesita dejar que la narrativa que está en las entrañas sencillamente se desenvuelva.

Es por eso que me desconecté. Sin menciones ni tuits. Sólo yo
 
BBC